Image: Solzhenitsyn primero y póstumo

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Letras

Solzhenitsyn primero y póstumo

Tusquets publica por vez primera en español la versión íntegra de "Un día en la vida de Iván Denísovich"

4 diciembre, 2008 01:00

Dibujo de Grau Santos

Resulta difícil, casi imposible, explicar el impacto de Un día en la vida de Iván Denísovich en la Unión Soviética primero, y en el resto del mundo después. Fue bastante más que brutal. Era 1962, comenzaba el deshielo de la guerra fría, y por primera vez, un superviviente del Gulag soviético retrataba ese horror secreto, la represión cotidiana y brutal en la URSS que la mayor parte de la intelectualidad occidental prefería ignorar. Y eso que sólo narraba, en palabras del traductor Enrique Fernández Vernet, "un buen día en un campo de reclusión, un día casi feliz, sin percances extraordinarios, uno de esos días que sucede a otros hasta sumar diez años de condena sin haber perdido la vida, la esperanza ni la dignidad".

24 horas de horror
En realidad, prosigue Fernández Vernet, "que existían los campos no era un secreto para nadie, pero hasta publicarse esta obra nunca se habían leído testimonios directos. No es que pillara a nadie por sorpresa, pero la sociedad no había podido escuchar cómo era la vida diaria en un campo, cómo eran las relaciones entre presos y mandos, cómo se sobrevivía en esas condiciones, cómo hablaban, qué comían". Y Solzhenitsyn, fallecido el pasado 5 de agosto y que el próximo jueves hubiese cumplido noventa años, vivía para contarlo. A fin de cuentas, él mismo había sido condenado a pasar ocho años en distintos campos por una carta enviada desde el frente, tan indiscreta como privada, en la que cuestionaba a Stalin.

El protagonista de la novela, Iván Denísovich Shújov, el prisionero S-854, también lleva encerrado ocho años de una condena de diez, y también está preso por un absurdo asombroso: capturado por los nazis durante la segunda gran guerra, consigue escaparse y volver al ejército soviético, que de inmediato lo acusa de alta traición. Sólo es un campesino de una aldea tan pequeña, tan remota, que para enterarse de que su país está en guerra, había tenido que ir a Polomnia, el pueblo de al lado. Pero no tiene alternativa: si no confiesa que es un espía del III Reich, será fusilado. Y si acepta los cargos, su destino inevitable es el Gulag...

Un día en la vida de Iván Denísovich, la única obra de Solzhenitsyn editada en la Unión Soviética de la época, tuvo una respuesta del público excepcional. Las editoriales soviéticas se vieron literalmente desbordadas de manuscritos que recogían las historias de cientos, miles de víctimas de la reprtesión estalinista, y el propio autor recibió más de doscientos testimonios que acabaría plasmando en Archipiélago Gulag.

Razones de la autocensura
Y eso que lo que el libro había sido autocensurado. En realidad, explica Enrique Fernández Vernet, "poco después de haber sido expulsado de la URSS, Solzhenitsyn anunció que había aligerado toda su obra escrita en Rusia, salvo el Archipiélago Gulag -que precisamente le había valido la expulsión- para que pudiera publicarse. En una entrevista al ‘New York Times’ en el 74 decía que en general en todos sus libros había omitido algunas cosas y suavizado otras. En 1961, alentado por el XXII Congreso del PCUS y los llamamientos a una literatura más veraz, Solzhenitsyn decidió darse a conocer y presentó una versión aligerada de Un día en la vida de Iván Denísovich, con la esperanza de que pudiera publicarse. Luego, además hubo las modificaciones que sugirió el editor. Todo esto lo explica en Coces al aguijón, que es la primera parte de su biografía. Las traducciones al español de los años sesenta -hay incluso una cubana- se basaron en esa primera versión, modificada tres veces. La versión completa es la de París de 1973. Ahora el editor en París está publicando -y dando a traducir- las versiones completas y definitivas".

Una obra de esclavos
-¿Y qué quedó en el tintero?
-Pinceladas, detalles, Son referencias a, por ejemplo, la mala gestión de las granjas colectivas, a la de la policía política, que acompañaban a los revisores en los trenes después de la guerra, o dar a entender que en la URSS siempre hubo campos de reclusión y no sólo a partir de Stalin, que la justicia era un farsa, una fábula sobre cómo Stalin les tomó el pelo a los aliados en Yalta o la exigua ración que se daba a los penados...

En el prólogo de la novela, Fernández Vernet es aún más explícito, y comenta, por ejemplo, que en la edición publicada originariamente en "Nóvy Mir" no se habla del canal del mar Blanco como de una obra de esclavos y eso que se trataba de una obra faraónica de 227 kilómetros y 19 esclusas, inaugurada en 1933 y construida en veinte meses, sobre la que ahora podemos leer, por vez primera: "El canal del Mar Blanco se hizo a base de doscientos gramos de pan" (pág. 89).

Solzhenitsyn prefirió también evitar problemas y no incluir fragmentos en los que retrataba, por ejemplo, la insolidaridad entre los presos y entre países "hermanos": "¿Quién es el principal enemigo del preso? Pues otro preso. Si los reclusos no se pelearan entre sí, los mandos no tendrían ningún poder sobre ellos" (pág. 164). O las palizas que recibió Shújov de los del contraespionaje ("Los del contraespionaje atizaron a Shújov a conciencia", pág. 97). También las condenas de veinticinco años a todos los baptistas sin distinción ("y eso que a todos les han endiñado veinticinco años por baptistas", pág. 69-70) o el comentario burlón de Shújov ante la ingenuidad del capitán, que aún cree en la justicia soviética. Y tampoco quiso ser represaliado por describir las penurias del pueblo llano por los obstáculos de las autoridades; el acuchillamiento de chivatos ("¡Ahí tenías la sangre de esos que habían acuchillado! Había bastado rajar a tres y el campo ya no era el mismo." (pág. 136); la prosperidad en Letonia ("él siempre decía que en Letonia se trabajaba despacio y todos eran ricos", pág. 141); el desgobierno en las granjas colectivas; la expulsión de Tiurin del ejército por sus lazos familiares, el engaño descarado al almirante extranjero en Sebastopol o la ejecución de los fugitivos ("A veces les entraba tanta rabia que el fugitivo no regresaba con vida. Lo despachaban de un tiro", pág. 154; "Iban a apretarles las tuercas para la mañana siguiente", pág. 170).

Secretos de la edición
Son pinceladas, apenas unos retazos que forman un cuadro vivísimo y espeluznante de una sociedad aterrorizada dentro y fuera de la cárcel, y que ahora descubrimos gracias al empeño de Tusquets y del traductor Enrique Fernández Vernet, que recuerda cómo se embarcó tras el primer tomo de Archipiélago Gulag, al que siguió La cuestión rusa al final del siglo XX: "Traducir grandes obras de un premio Nobel era lo que siempre había deseado. Cuando aún estaba en la Universidad leía traducciones antiguas de clásicos rusos comprados en librerías de viejo, versiones de grandes como Enco de Valero, Tasin, Vidal o Payarols. Los traductores de principios de siglo tenían unos recursos expresivos que hemos perdido ya, unos giros que yo anotaba a medida que me iba topando con ellos"

Fue, insiste, un trabajo con menos problemas que satisfacciones, "porque he podido afrontar los retos que el texto planteaba sin prisas, devanándome los sesos por restituir el original tanto como fuera posible, incluido el ritmo. Siempre leo mi traducción en voz alta, sólo así me convenzo de que suena bien. Además, cuando estaba preso Solzhenitsyn memorizaba sus textos, los recitaba, porque no podía guardarlos en papel, y eso refuerza el carácter oral de sus obras. Hoy en día diríamos que son ideales para un audiolibro. Pero sin duda, la principal dificultad ha sido encontrar equivalentes para la jerga penitenciaria. Algunos ya los inventé con la traducción de Gulag. Otra, los insultos, que no podían sonar demasiado modernos, pero sí mantener su agresividad, autenticidad y colorido. Otra, el léxico de albañilería. ¡Hay decenas de páginas que son traducción técnica! Tuve que consultar a amigos con conocimientos del ramo..."

Una melodía ya conocida
El resultado es una nueva interpretación "de una melodía ya conocida", porque lo que cambia es que es una edición "más pausada, y he tenido la ventaja de poder tratar el texto como literatura, no sólo como obra de denuncia. Desde ese punto de vista, al que lo leyó en los 70 le puede parecer incluso otro libro, porque he querido ajustar muy bien el tono y la garra del original; eso es lo que me ha llevado más tiempo, por ejemplo para buscar el léxico más castizo posible, como sería propio de un campesino sin estudios metido a albañil en el campo penitenciario."

Lo mejor es que el retrato resultante de Solzhenitsyn niega la mayor: que se tratara de ese locuelo fascista que muchos intelectuales europeos despreciaban: "Se suele percibir a Solzhenitsyn como un ser intransigente y dogmático, pero en realidad tiene un fondo muy humano, como se ve en el tratamiento -muy sentimental- que da a los personajes en esta obra. Todos están basados en sus compañeros reales del campo. Solzhenitsyn era alguien muy firme, que sólo se tenía a sí mismo como juez y que siempre dijo lo que pensaba, a Occidente y a su propio país.... Nacido en 1918, tenía casi los mismos años que la revolución rusa, y por tanto sabía de qué hablaba, porque lo había vivido en carne propia".

Aliados invisibles, obra inédita

Tras la publicación de Un día en la vida de Iván Denísovich, los problemas de Solzhenitsyn con las autoridades se multiplicaron, al punto que se vio obligado a repartir sus originales entre una red de fieles y secretos colaboradores y amigos a los que rindió homenaje en Aliados invisibles, obra inédita aún en español que confirma, en palabras de Fernández Vernet, que "como decía Bulgakov, ‘los manuscritos no arden’, porque hay un poder que siempre acaba salvándolos, por más que registrentodos los rincones".

Aliados invisibles nos habla de una red clandestina de más de cien colaboradores por toda la Unión Soviética que ayudaron al autor de Archipiélago Gulag a ocultar y pasar a Occidente sus escritos. Se trata del segundo volumen de sus memorias, escrito ya desde el exilio de Vermont (Estados Unidos), y es una secuela de Coces al aguijón. En ocasiones, la obra tiene la intriga de una novela de espías y salen escondrijos de lo más variado: dobles fondos, hoyos en el bosque, fundas de discos, falsos techos, el bajo de una bañera, negativos embutidos en tapas de libros e incluso mensajes metidos en el collar de un perro que va y viene entre casas como una paloma mensajera. Los colaboradores de Solzhenitsyn tenían nombres en clave y eran intelectuales, corresponsales extranjeros o amigos de los tiempos de presidio, "e incluso una monja de la embajada francesa en Moscú, una abuelita que transportaba manuscritos en la bolsa de la compra o una admiradora que acabó asesinada por el KGB en su apartamento o... la que sería su segunda esposa. Solzhenitsyn abre el libro diciendo que cuando le regalaron su primer cajón con doble fondo pudo dedicar más tiempo a escribir, porque ya no tenía que dedicar una semana al mes a repasar sus textos de memoria..."

Inéditos de Un día en la vida de Iván Denísovich

"Por lo que contaban los trabajadores libres -los camioneros y los que andaban con las excavadoras- Shújov veía que a la gente le cortaban el paso, pero que no por ello perdían el camino, sino que pasaban dando la vuelta y así salían adelante" (pág.68).

"En esa época los revisores iban siempre con los de la GPU. No era ya que quisieran el billete, podía ser tu pellejo. [...] A mi padre ya lo habían arrestado, y mi madre esperaba con los niños a que también se los llevaran. Ya habían puesto un telegrama dando aviso sobre mí, y los del consejo rural me andaban buscando para prenderme. Aterrados, apagamos la luz y nos sentamos en el suelo, arrimados a la pared porque de noche pasaban los militantes husmeando por las ventanas". (pág. 122-123).

"- ¡Ah, así que es eso! Más que suficiente para echarle a usted veinticinco años.

-¿Pues sabe usted? Yo no comparto esa crítica liberal. Tengo mejor opinión de nuestra legislación.

(‘¡Anda, venga ya!’ -pensaba Shújov para sus adentros, sin meterse en la conversación. A Senka Klevshin le cayeron veinticinco por dos días con los americanos, entonces a ti por un mes en ese barco... ¿cuánto te tocaría?)" (pág. 158-159).

"-¡Qué cosas! Casi resulta imposible creer que en alguna parte sigan cociendo barras de pan. ¿Sabe usted? Este festín inesperado me recuerda un caso. Fue en Sebastopol, antes de la conferencia de Yalta. En la ciudad se pasaba hambre y teníamos que pasear a un almirante americano para enseñársela. Así que organizaron una tienda especial repleta de comida, pero no la iban a abrir hasta que nos vieran a media cuadra de ahí, para que la gente no pudiera echarse encima. Pero aún así, en un minuto la tienda estaba ya medio llena. ¡Y había de todo! ¡Mantequilla!- gritaban. ¡Fíjate, mantequilla! ¡Y pan blanco!" (pág. 200).