Antonio Muñoz Molina: "Deberíamos dejar de usar el pasado como arma arrojadiza"
“A pesar de la clase política, la España del 36 y la de hoy ya no tienen nada que ver”
31 diciembre, 2009 01:00Antonio Muñoz Molina. Foto: Begoña Rivas
Hace algo más de un mes, cuando apareció el libro, malpensaba Muñoz Molina (Úbeda, 1956) que su novela podía ser interpretada “desde la simplificación y el banderismo”, pero la respuesta de críticos y lectores le tiene, dice “sorprendido, porque lo que quería contar está siendo entendido”. No sabe si es la novela de su vida, pero sí la más ambiciosa: “Sin duda. En La noche de los tiempos he volcado mucho de mí mismo, problemas sobre los que he reflexionado y escrito a menudo, como ver qué pasa en el corazón de las personas cuando se enamoran de verdad, el desastre de la historia de España en el siglo XX, la crisis europea y mundial de los años 30, presente también en Sefarad o la experiencia desoladora del exilio, de todos los exilios”. La primera intuición de lo que podría ser La noche de los tiempos surgió hace tres años, en otoño de 2006, cuando fue invitado por su amigo Norman Manea, escritor rumano exiliado en Estados Unidos, a dar unas clases en el Bard College de Nueva York. “Sí, ese paisaje, esa nostalgia, en ese sentirse un ser de lejanías, está en el comienzo de todo...” -¿De qué manera influyó en el relato Pedro Salinas y su historia de amor con Katherine Whitmore? -Muchísimo, es el marco emocional de la historia. Mi protagonista es arquitecto, pero representa, como Salinas, al profesional ilustrado de esa generación magnífica que intentó construir la modernidad civilizadora de España y que tenía un enorme sentimiento de responsabilidad hacia su país, y, ya en el exilio, una extraordinaria melancolía. -Pero que en lo personal era más conservador... -Sin duda. Cuando lees las cartas de Salinas a su amante lo que sorprende más es que una persona políticamente tan progresista, tan emocional y sensible, sea tan conservadora en sus costumbres, que no sea claro, y no resuelva nada, mientras Katherine, como Judith, mi protagonista, rechace ser sólo la querida joven de un hombre casado, por mucho que lo ame. -¿Comprende que haya quien se escandalice por haber retratado en su libro a Alberti o Bergamín como “intelectuales señoritos”, que “sin trabajar jamás” apostaban por la revolución entre fiestas y viajes? -Desde luego que no, porque ellos fueron los primeros en contarlo. Alberti describe en sus memorias las fiestas de disfraces que organizó en la Alianza de Intelectuales, en palacios requisados a grandes familias madrileñas, mientras en las calles de Madrid ambos bandos, que no eran dos sino decenas, se asesinaban sin cuartel. -Recordando a Beevor, hace poco afirmaba que España hizo un pacto de silencio con el pasado y que ahora es necesario uno de recuerdo. ¿En qué debería consistir, más allá de abrir fosas o tirar estatuas? -En ceder la palabra a los historiadores y en no usar políticamente lo ocurrido como arma arrojadiza. En que un votante de izquierdas lamente tanto el asesinato de Lorca como el de Muñoz Seca. Estoy con las víctimas y contra los verdugos, claro, pero ahora que tenemos una democracia decente la clase política debería de mostrar racionalidad y prudencia y dejar de utilizar como referencia esa época para luchas insensatas, acusando a unos de asesinar a Lorca, o asegurando, como Camps, que un adversario le gustaría verlo muerto en una acequia. Porque, afortunadamente la España del 36 y la de 2009 ya no tienen nada que ver.