Image: Haití, cómo inventar un país

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Letras

Haití, cómo inventar un país

22 enero, 2010 01:00

Foto: Jorge Silva

El Ángel de la Historia ha regresado a Haití con su equipaje de ruinas. Dos siglos de terrible historia corroborados por un terremoto devastador. Y sin embargo, la catástrofe descubre, tras la pobreza y el analfabetismo, un país con una cultura tan viva como poco conocida que se impone ahora la tarea de reinventar el futuro. Tal es la apuesta del primer intelectual haitiano, René Depestre (Jacmel, 1926), joven poeta y revolucionario en Puerto Príncipe, aventurero, viajero irredento por mil países, amigo de los más grandes escritores del siglo, que desde su actual residencia en Francia y su conocimiento de primera mano de la cultura haitiana, nos descubre la potencia actual de sus letras. Ofrecemos también algunos de sus últimos poemas inéditos traducidos por el grupo que dirige la profesora de la Universidad de Granada Joëlle Guatelli-Tedeschi, y por la Fundación Sinsonte.

El terremoto ha sido una catástrofe de dimensiones trágicas. Haití, por su estructura, por la falta de un estado de derecho, por todas sus infinitas carencias, no estaba preparada de ninguna manera para enfrentarse a tal calamidad. He podido contactar gracias a Internet con amigos y familiares. La Red ha desempeñado un papel fundamental porque por teléfono resultaba imposible hablar. He podido saber de mi hermano, que se ha salvado, así como los otros miembros de mi familia, pero grandes amigos han fallecido, como el escritor e intelectual George Anglade, que ha muerto junto a su mujer.

Pero quizás, aunque sea terrible decirlo, los haitianos nos hallamos ante la oportunidad de levantarnos. Haití ha sido a lo largo de su terrible historia víctima de un terremoto permanente. Es una de las sociedades del mundo que más duras pruebas ha sufrido. Y es que, si bien fue, en 1804, el primer país colonizado que se rebeló contra la dominación francesa, no es menos cierto que hizo una entrada falsa en la historia.

En lugar de defender los grandes ideales de la Revolución francesa, como el de un nuevo Estado nacional, se perdió en la problemática racial, en los conflictos entre negros, mulatos, etc., lo que perjudicó su desarrollo. Es cierto que las potencias europeas, desde el Congreso de Viena de 1815, le impusieron un cordón sanitario e hicieron lo imposible para impedir su crecimiento, pero no deberíamos servirnos de ningún chivo expiatorio. Somos responsables de nuestras desdichas, porque hubiéramos podido beneficiarnos de una soberanía temprana y no hicimos nada por la escolarización del pueblo, por constituir un Estado democrático...

Y paradójicamente, Haití no es hoy una nación Estado propiamente dicha, pero sí es una nación cultural. Mientras que ni el Estado ni una verdadera sociedad civil se han desarrollado nunca, sí lo hicieron la cultura, la pintura, la música, la literatura. Hay una conciencia cultural y no se puede decir, sin embargo, que exista una conciencia nacional. Es un fenómeno 'sui generis', excepcional, el de la cultura haitiana.

No se encuentra ni en áfrica, ni en el sureste asiático ni en otros lugares del tercer mundo una sociedad comparable en cuanto a su evolución y desarrollo. Hoy en día contamos con fantásticos escritores como Daniel Laferriere, Lyonel Trouillot, Jean Métellus o Frankétienne. Grandes poetas, novelistas, ensayistas,marcados unos por el exilio y otros por el extraordinario imaginario colonial: la plantación, los esclavos, su revuelta. Es cierto que hay un gran analfabetismo pero no es un país inculto. Mi propia vida puede ilustrarlo.

Decidí que era poeta a los 15 años. Nací en un pueblo cerca del mar en una familia muy interesada por la literatura. Leí mucho desde muy joven. Conocí a Alejo Carpentier, a Nicolás Guillén, a André Bretón... Publiqué mi primer libro a los 19 años. Tuvo un cierto éxito que me permitió viajar a París. Prueba de la agitada vida cultural de Haití fue lo que ocurrió durante la visita de Breton a Puerto Príncipe en 1945. Aprovechamos para publicar en la revista de vanguardia Ruche, que había fundado ese mismo año con mis amigos Baker, Alexis y Gerald Bloncourt, un especial de homenaje al surrealismo. El número causó un escándalo tremendo, fue censurado, los estudiantes se sublevaron y tuvo lugar un auténtico despertar político. Breton fue expulsado y nosotros, encarcelados.

El exilio

Tuve que exiliarme entonces a París, donde el propio Breton me ayudó a conseguir una beca universitaria. Después fui nuevamente expulsado de Francia en 1952 por mi actividad en el movimiento anticolonialista de la Negritud. Fue aquella aventura una tentativa para los negros de diferenciarse y adquirir su identidad tras el fin de la colonización francesa. Supuso también una forma de rebeldía contra el colonialismo que dio lugar a obras maestras fundamentales de la literatura como el Cuaderno de Regreso al país natal, de Aimé Césaire.

Más tarde, en 1956, por primera vez los negros tuvimos acceso a la Sorbona en el Primer Congreso Mundial de Escritores Negros en el que participaron norteamericanos, caribeños, africanos, suramericanos... Allí todos profundizamos juntos en el papel de los negros tras salir de la plantación y la esclavitud en la formación de culturas nuevas en Brasil, Venezuela, Cuba, Haití... Hoy en día todo ha cambiado, el factor racial posee menos importancia y la llegada de Obama abre definitivamente una nueva época.

Tras la expulsión de Francia viví en Chile, Argentina y Brasil. Fui secretario de Pablo Neruda y conocí a Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Jorge Amado, Vinicius de Moraes. ¿Mis influencias literarias? Los poetas españoles que Neruda me descubrió, Machado, García Lorca, Aleixandre. Y Carpentier, Miguel ángel Asturias, Gabriel García Márquez, el realismo mágico... En 1959 llegué a Cuba invitado por el Ché Guevara y allí me quedé casi veinte años. Fui muy afín a la Revolución. Hasta que la relación de los intelectuales con el poder se hizo insostenible. El Régimen comenzó a apretar en los años 70, desapareció por completo la libertad de expresión y creación. Y rompí entonces con el gobierno cubano.

El desencadenante final fue el affaire Padilla. Fui de los pocos intelectuales presentes en La Habana que se solidarizó con Heberto Padilla la misma noche de la acción contra él. Fui apartado de todo y marginado, sin trabajo, sin nada, hasta que pude marchar a París a trabajar en la UNESCO. Y me despedí definitivamente del comunismo y de la extrema izquierda. Mis ojos hoy en Latinoamérica están más puestos en Lula que en Chávez. Lo que ocurre en Brasil me parece mucho más importante y esperanzador.

Regreso a Haití. Deseo fervientemente que tras esta desdicha llegue una nueva época para el país. Haití es un país de jóvenes dispuestos a luchar a pesar de todas sus carencias. Hay además una clase intelectual potente que puede tomar las riendas. Soy optimista respecto a la posibilidad de salir de la tragedia sin fin que hemos conocido y que nos sitúa hoy en una encrucijada definitiva. No se presentará otra. Con la globalización tecnológica y financiera tiene lugar un cambio en la percepción del mundo actual, se está creando una idea de la Tierra concebida como Tierra patria. Entramos en una época donde la solidaridad debe tomar una nueva dimensión, una dimensión sin precedentes.

Haití es un país de un gran imaginario cultural, y es lo que va a salvarlo. Es el momento de inventar un país mejor.