Image: Esencia y Hermosura / Zambrano, desde la sombra llameante

Image: Esencia y Hermosura / Zambrano, desde la sombra llameante

Letras

Esencia y Hermosura / Zambrano, desde la sombra llameante

María Zambrano / Clara Janés

12 febrero, 2010 01:00

María Zambrano retratada por Gregorio Toledo en 1935.

Selección y relato prologal de José-Miguel Ullán. Galaxia Gutenberg, 2010. 612 páginas, 35 euros. / Siruela. Madrid, 2010. 130 páginas, 15'90


La figura y la obra de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) mantienen muy bien el pulso en unos tiempos y en un mundo que apunta a valores que no siempre son consustanciales con los de esta escritora. "Esencia" y "hermosura" son símbolos que le van muy bien a la obra de esta pensadora que no aceptó los clichés, que llevó con gran dignidad su exilio, que mantuvo hasta sus últimos días un rigor en los principios y en la subsistencia (ascética, a veces), que apostó por un razonar inspirado y nada sistemático, que abrió osados caminos tras las vigorosas estelas de sus maestros ("las lágrimas tras un encuentro con Ortega" a las que aludió - "es la primera vez que lo cuento"- en la entrevista que le hice), que quebró el tópico de los géneros literarios al mantener en vilo sus textos entre el sentir y el pensar, entre el razonar y un sentir luminoso que cayó en la órbita de lo poemático en obras como Claros del bosque o La tumba de Antígona, y en esa fidelidad a la poesía, ya desde aquel inspirado texto de 1939 que fue Filosofía y poesía.

Ese latido vivo de una obra lo percibimos en sus resonancias, que prosiguen sin prisa pero sin pausa, unas veces, por medio de rescates de la propia obra (el Unamuno zambraniano, editado por Mercedes Gómez Blesa, o el sugerente Algunos lugares de la poesía, de Ortega Muñoz , aunque en este volumen no se han transcrito todos los manuscritos en torno a los poetas amados por Zambrano); o esas cartas de la autora al pintor Juan Soriano, que muy oportunamente abren la selección antológica de Ullán. Seguramente la recuperación un día del epistolario de y con María Zambrano será uno de los testimonios intelectuales más vivos de nuestro tiempo. También una edición exenta de su obra completa, que nos la ofrezca en su desnudez y luminosa pureza.

Tampoco faltan en estos últimos años resonancias zambranianas debidas a los estudiosos y amigos de uno y otro signo, con una o con otra interpretación, que también alcanzan ahora a traducciones y publicaciones en el extranjero. Así, por ejemplo, María Zambrano, la dama peregrina (Berenice, 2009, 200 pp., 18 e.), de Rogelio Blanco, persona muy cercana a la filósofa en sus últimos años, en el que, además de recorrer su biografía de manera tan exhaustiva como emocionada a través de su historia vivida, la historia pensada y la historia contemplada, se ofrecen cinco ensayos inéditos que son textos embrionarios de algunas de sus obras mayores.

A veces, las interpretaciones de Zambrano logran una variedad y una unidad maravillosas. Recuerdo el volumen María Zambrano. La visión más transparente (Trotta, 2004) coordinado sin sectarismos por José María Beneyto y Juan A. González Fuentes. Es una hermosa referencia para el que desee concebir vida y obra de Zambrano como una totalidad, como una serie de caminos interpretativos abiertos, en libertad. Y me refiero ya a las dicotomías que suscita la personalidad zambraniana, tanto a puristas como a estrictos -filósofa y no filósofa, republicana y cristiana, intelectual comprometida y mística-, que ignoran el humanismo insoslayable de la obra de esta autora que hubo de pasar de la esperanza de un tiempo intelectualmente esperanzador -el de los albores republicanos-, al enfrentamiento con la brutalidad de la Historia, del compromiso social a la coherencia de la vida interior, del exilio al delirio creador. Al fondo, siempre, inconmovibles, ese humanismo y ese destino tan suyos.

Estas dicotomías se nos ofrecen también en las interpretaciones y afectos de sus estudiosos y amigos. A nadie pertenece la obra de un autor, sino a todos. Por eso, está bien que junto a las interpretaciones al uso, se abran paso visiones de las personas que estuvieron -a veces pronto, como es el caso de Ullán- cerca de esta autora; o como Clara Janés, perteneciente a ese círculo que, especialmente en los madrileños años de la autora, sintonizaron cálidamente con el modo de ser de ella y con lo esencial de su obra. Esto es lo prioritario de estos dos libros en los que hoy nos detenemos: es la sintonía con Zambrano lo que sobre todo cuenta en estos dos volúmenes. Ella está presente en sus textos y en el vivo "relato prologal" de Ullán, que pesa tanto, a efectos editoriales, como los textos seleccionados de la pensadora. El libro de Clara Janés, muy coherente y con una gran carga simbólica, depende también del latido de la amistad. Un planteamiento muy parecido al ofrecido en otra obra suya: Ofelia (Siruela, 2005) alusiva a su relación con Vladimir Holan.

Predomina muy bien en la selección de textos de Esencia y hermosura lo que Ullán reconoce como "múltiples registros" zambranianos; un criterio imprescindible para una edición popular de una obra que no siempre ofrece facilidades al lector no informado. Por eso, ha sido un acierto abrir la antología con las cartas a Soriano (1956 a 1983). Viene luego la selección cronológica de textos en los que el pensamiento de Zambrano se debate entre formación y tiempo histórico, entre literatura, historia y filosofía. De ahí el que nombres como San Juan de la Cruz, Unamuno, Séneca o Galdós forcejeen en su sentir y en su pensar. Paralelamente, la autora va sorteando las llamadas de las influencias para atender a un decir esencial, que ya será exclusivamente suyo. Estoy pensando en el ya mentado Filosofía y poesía y sobre todo en Hacia un saber sobre el alma; aunque, a mi entender, sea El hombre y lo divino donde el pensamiento inspirado de Zambrano se decante excepcionalmente. De lo griego y lo estoico, del templo como cristalización de la luz (¡cómo apreciaba este texto Zambrano, cuyo comentario suscitó en mí un poema!), de la envidia como mal del alma y de la piedad, hablan extremos maravillosamente fundidos de ese libro, del que el capítulo El Libro de Job y el pájaro acaba siendo columna vertebral. Es muy ajustada también e iluminadora la selección de las obras finales, por más que la profusión de sus colaboraciones periodísticas hayan hecho quizá difícil la elección. El "relato prologal" de Ullán proporciona una rica información de primera mano sobre la autora. Hay que lamentar que Ullán no pudiera rematar esta obra que constituye un texto muy suyo y autónomo, más que un circunstancial prólogo al uso. El regreso de Zambrano a España cierra esta visión entrañable y llena de información. Entrañable y también de primera mano es el "Retrato con figuras" que abre el libro de Clara Janés. No se queda en la semblanza, por más sugestiva que ésta sea, y se adentra en el ser esencial zambraniano; lo aborda desde las raíces griegas y desde las españolas con sus resonancias manriqueñas y sanjuanistas, o las de Miguel de Molinos. "Palabra poética", "silencio", "llama", son símbolos fértiles que cierran el volumen; ineludibles para apreciar ese ser esencial que aquí hemos querido subrayar por medio de estas dos obras de gran aportación para una valoración no epidérmica de la que fue sin duda la intelectual española del pasado siglo con una visión más universal y trascendente.

Historia de una amistad

Cuando Ullán encontró a Zambrano

Decía María Zambrano que Ullán era "eso tan raro hoy -época de profesores y comentaristas- que se llama cantor, un ser viviente entre tanto simulacro de vida". Lo suyo fue un flechazo intelectual y literario desde el momento mismo de conocerse. Corría julio de 1968 cuando un veinteañero Ullán visitó, acompañado de José Ángel Valente, a la filósofa en La Pièce,su choza-refugio-convento en la montaña del Jura, cerca de Ginebra, donde vivía con su hermana, un primo y una treintena de gatos. "Fue una tarde marcada por la cordialidad y el asombro", escribe Ullán, para quien conocerla equivalía a "bienquererla, a necesitarla en extremo".