Letras

Fragmento de The Wire

por Varios Autores

18 junio, 2010 02:00

Portada de The Wire

Errata Naturae

'The Wire' es el relato de la brutal guerra de desgaste entre las fuerzas policiales de Baltimore y los principales traficantes de drogas de la ciudad. Pero, en realidad, la historia que nos cuenta 'The Wire' es la de una difuminación: entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, lo legal y lo ilegal, lo correcto y lo erróneo. A lo largo de cinco inolvidables temporadas asistimos al retrato infinitamente rico, denso, detallado y estratificado de una ciudad media norteamericana: desde los camellos más jóvenes que protegen y rentabilizan sus esquinas hasta los trabajadores del puerto que se enfrentan al paro, pasando por las crispadas relaciones entre los representantes del sistema educativo y los ennegrecidos salones del poder político o el derrumbe progresivo de la estructura contemporánea de los medios de comunicación. Finalmente, The Wire da cuenta del derrumbe de un Imperio y de las terribles consecuencias para sus ciudadanos desde una infinidad de puntos de vista. Errata naturae editores ha querido entrar en el «negocio» distribuyendo 10 nuevas dosis para todos los adictos a la serie. Y de la mejor calidad: la magnífica introducción al volumen escrita por David Simon, creador de la serie; un relato inédito del escritor George Pelecanos, uno de los más aclamados guionistas de 'The Wire'; y contribuciones de otros destacados escritores y pensadores de ambos lados del Atlántico.

Introducción de David Simon
Lo juro: no ha sido nunca una serie con policías. Y aunque había polis y gánsteres en abundancia, nunca ha sido del todo apropiado clasificarla como ficción criminal, aunque la espina dorsal de cada temporada haya sido sin duda una investigación policial en Baltimore, Maryland.

Pero haber dicho eso hace -ya casi- una década, cuando la HBO estrenó The Wire, habría sido rayar en el ridículo. Habría sido cómico, por no decir también pretencioso, esgrimir la proclama de Lester Freamon.

Como medio para contar historias serias, la televisión tiene pocos títulos que la avalen, o al menos así ha sido durante la mayor parte de su historia. ¡Qué otra cosa se podría esperar de un marco en el que, durante muchas décadas, el momento álgido del relato ha venido siendo la pausa para la publicidad, esa quíntuple interrupción cada hora en la que se pide a guionistas, actores y directores que manipulen el relato de manera que una visita al frigorífico o al cuarto de baño no signifique un alejamiento real del televisor o, peor aún, el cambio de canal pulsando el mando a distancia!

En tales condiciones, ¿cómo puede pretender un narrador hacer algo realmente ambicioso? ¿Dónde pueden quedar a salvo los relatos si no es en los paradigmas simples del bien y el mal, de héroes, villanos y parecidas caracterizaciones? ¿Dónde si no es en tramas que resulten asequibles a los espectadores más ignorantes o indiferentes? ¿Dónde si no es en la bobería inane y apaciguadora, en las narrativas auto-asertivas y auto-tranquilizadoras que reconfortan a los americanos acomodados mientras hacen la vista gorda ante los americanos más desgraciados, para así vender mejor furgonetas Ford y comida rápida, cerveza y zapatillas de deporte, iPods y productos de higiene femenina?

Tengamos en cuenta que, durante varias generaciones, el lustre de los rayos catódicos de nuestro campamento nacional y el reflejo televisado de la experiencia americana -y, por extensión, de las democracias occidentales de libre mercado- nos han llegado desde arriba. Las películas del Oeste, las policíacas y las judiciales, las telenovelas y las comedias de situación, todo ello concebido en Los Ángeles y Nueva York por profesionales de la industria y posteriormente configurado por distintas entidades corporativas, están destinadas a aplacar y sosegar al mayor número de telespectadores posible, infundiéndoles la idea de que su futuro será mejor y más brillante de lo que es en la actualidad y de que nunca como ahora ha habido un momento tan propicio para comprar y consumir. Hasta época reciente, la televisión no ha tenido otro objetivo que el de vender. No vender historias, por supuesto, sino las intermediaciones con dichas historias. Y, por lo tanto, se ha emitido poca programación -y pocas cosas en forma de teleseries- que pudiera interferir con la misión de tranquilizar a los telespectadores respecto a su estatus, divinamente conferido, de consumidores agradecidos. Durante medio siglo, las cadenas de televisión han centrado sus programas alrededor de la publicidad, y no al revés, como podrían pensar algunos.

Lo cual no significa afirmar que la HBO no sea un brazo importante, y muy beneficioso, de la compañía Time Warner, la cual es a su vez un parangón del monolito de Wall Street. Los desastres en 35 mm de The Wire -por muchas pretensiones de iconoclastia que se le puedan atribuir- no dejan de estar patrocinados por un conglomerado mediático sumamente interesado en vender el producto a los consumidores. Y, sin embargo, en el canal de pago por cable de dicho conglomerado, el único producto que se vende es la programación como tal. Esta distinción marca toda la diferencia.

Empezando con Oz y culminando con Los Soprano, las mejores obras de la HBO expresan nada menos que la visión de unos guionistas muy personales, secundados por el talento de directores, actores y demás miembros del equipo. Pocas cosas más entran por esta rara ventana en la historia de la televisión. El relato lo es todo.

Si nos reíamos, nos reíamos. Si llorábamos, llorábamos. Y si pensábamos -y no existe ninguna prohibición de semejante acto por el mero hecho de esgrimir un mando a distancia-, pues pensábamos también. Y si, en determinado punto -como hicieron muchos de los primeros espectadores de The Wire-, decidíamos cambiar de canal, pues estupendo también. Pero en la HBO sólo se vendían las historias como tales y, por tanto -ausentes como están las furgonetas Ford y las zapatillas deportivas-, no hay nada que sirva de paño caliente respecto de una historia triste, una historia airada, una historia subversiva, una historia perturbadora.


Lo primero que tuvimos que hacer fue enseñar a la gente a ver la televisión de una manera distinta, a hacer un alto para prestar toda su atención, a sumergirse de una manera que el medio no exigía desde hacía ya mucho tiempo.

Y tuvimos que realizar esta labor un tanto problemática utilizando un género, junto con sus tropos, que durante décadas ha sido aceptado como un terreno narrativo básico, obvio. Hace tiempo que el relato criminal funciona como un arquetipo primordial de nuestra cultura y que el laberinto urbano ha sustituido en buena parte al paisaje abierto, implacable, del Oeste americano como escenario principal para nuestras obras morales. Las mejores series criminales -Homicide y NYPD Blue o sus predecesoras Dragnet y Police Story- versaron esencialmente sobre el bien y el mal. La justicia, la venganza, la traición, la redención..., poco queda de la maraña entre lo correcto y lo erróneo que no haya sido plena, incluso brillantemente, explorado por los Friday, Pembleton, Sipowicz y afines.

Por su parte, The Wire tenía otro tipo de ambiciones. Francamente, nos aburría tanto bueno y tanto malo. En la mayor medida posible, intentamos rehuir esa temática.

Después de todo, a excepción de los santos y los sociópatas, son muy pocos los terrícolas que presentan algo más que no sea una confusa y corrupta combinación de motivaciones personales, casi todas egoístas y algunas incluso hilarantes. El personaje es esencial a una buena ficción, y la trama es igual de fundamental. Pero, en última instancia, la narrativa que habla de nuestra vida cotidiana, que lidia con las realidades y contradicciones básicas de nuestro mundo inmediato, es la que, al final, tiene algunas probabilidades de presentar una argumentación social, e incluso política. Y, siendo sinceros, The Wire no intentó solamente contar un par de buenas historias; sobre todo, buscó... pelea.

En este sentido, The Wire no versó realmente sobre Jimmy McNulty, Avon Barksdale, Marlo Stanfield, Tommy Carcetti o Gus Haynes. Ni fue tampoco una serie sobre crímenes, castigos, guerra al narcotráfico, o sobre la política, la raza, la educación, las relaciones laborales o el periodismo.

Es una serie que versa sobre la Ciudad.

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