Image: Una mujer contra los señores de la guerra

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Letras

Una mujer contra los señores de la guerra

Malalai Joya

1 octubre, 2010 02:00

Malalai Joya. Foto: Bernardo Díez

Traducción de Cora Tiedra. Kailas. 300 pp.., 19 euros


En diciembre de 2003, dos años después de la expulsión de Kabul del régimen talibán, se reunía en la capital afgana, al amparo del Ejército estadounidense, una nueva Loya Jirga o reunión de ancianos para redactar una nueva constitución. Entre los 502 delegados había 114 mujeres. Una de ellas, Malalai Joya, pseudónimo de la representante más joven (acababa de cumplir 25 años) de la provincia de Farah, se sintió horrorizada al encontrarse una asamblea plagada de señores de la guerra, criminales y narcotraficantes.

Frustrada tras cuatro días sin poder hablar, engañó al presidente de la asamblea, Sibghatullah Mojadeddi, haciéndose pasar por otra persona y subió al estrado. "¿Por qué permiten poner en duda la legitimidad y legalidad de esta Loya Jirga con la presencia de los criminales que han llevado a nuestro país al estado en que se encuentra?", preguntó. "Fueron ellos los que condujeron a esta nación a guerras civiles e internacionales. Son los elementos más misóginos de nuestra sociedad los que han llevado al país a esta situación y ahora quieren hacer lo mismo [...] Todos deberían ser procesados en cortes nacionales e internacionales. Aunque les perdonara nuestro pueblo, los afganos de a pie, nuestra historia jamás les perdonará".

Había hablado durante apenas 90 segundos. Mohadeddi, sorprendido y asustado por las miradas de furia y las protestas de los acusados que llenaban la sala (Sayyaf, Fahim, Dostum, Mohaqiq, Khan, Daud, Rabbani, Khalili, Arif, Quadir...) ordenó desconectar su micrófono. No pudo volver a la Loya Jirga al día siguiente y no pudo volver a hablar ante la asamblea, pero la BBC la llamó "la mujer más valiente de Afganistán" y el New York Times recogió su hazaña en un artículo titulado "Una joven afgana se atreve a mencionar lo inmencionable".

En este libro, Joya, con la ayuda del periodista y pacifista canadiense Derrick O'Keefe, describe el vía crucis que le llevó a convertirse en "otra Malalai, otra Maiwand" (heroínas afganas) para algunos y, según sus enemigos, "en una prostituta, apestada y traidora" que ha sobrevivido a 5 intentos de asesinato y a innumerables conspiraciones, y que duerme cada día en una casa distinta, protegida permanentemente por escoltas.

A quien desee estar al día sobre lo que pasa en Afganistán le recomiendo las guías bibliográficas de Foreign Affairs, el informe del Afghanistan Study Group publicado el 16 de agosto con el título A new way forward..., los excelentes análisis de Gilles Dorronsoro sobre el conflicto para la Carnegie Foundation y los trabajos de A. Cordesman para el CSIS de Washington. Si sólo interesa un seguimiento del día a día, las crónicas para El Mundo de Mónica Bernabé, la única corresponsal española permanente en Afganistán, son de lo mejor que se puede leer en España.

De estas fuentes y los libros que están editándose en Occidente sobre la guerra más prolongada que libra EE.UU. desde Vietnam se desprende una imagen contradictoria, de un conflicto sin objetivos claros, más allá de la guerra contra Al Qaeda, pero justificado como respuesta a los atentados del 11-S.

Políticamente incorrecta en todo lo que dice y, sobre todo, en cómo lo dice, Joya pasa sobre puntillas sobre el 11-S, describe al régimen de Karzai como "mentalmente similar al de los talibanes" y defiende una versión de lo ocurrido en Afganistán desde 2001 muy diferente de la versión dominante. "La verdad sobre Afganistán se esconde tras una cortina de humo de palabras e imágenes, elaboradas con cuidado por los EE.UU. y sus aliados de la OTAN, y repetidas por los medios de comunicación occidentales sin que nadie las cuestione", escribe.

"Tal vez pienses que una vez que desalojaron del poder a los talibanes, la justicia volvió a mi país. Mujeres afganas como yo, votando o yendo a la oficina, se muestran como prueba de que los EE.UU. han traído la democracia y los derechos de la mujer a Afganistán. Pero todo es mentira, polvo en los ojos del mundo [...] Incluso durante los oscuros días de los talibanes, al menos podía salir con el burka (‘un ataúd para los vivos') para dar clases clandestinas a niñas. Sin embargo, hoy día no me siento segura bajo mi burka, ni siquiera con mis escoltas". Frente a quienes ven progresos entre los escombros y los muertos de cada día, Joya presenta "una situación cada vez peor".

Se repiten algunos datos en los capítulos del texto y algunas referencias históricas importantes requieren más explicaciones. La primera vez que cita el asesinato del jefe de la Alianza del Norte, Massoud, lo sitúa "poco después del 11-S" (p. 44). Corrige el error en otros capítulos, pero muestra, igual que en el tono panfletario de muchas páginas y en el autobombo que supura el texto, una pobre edición o la influencia del coautor canadiense. Todos estos defectos se ven compensados por una descripción del día a día en su familia (exiliada durante años en Irán y Pakistán) antes, durante y después de la victoria talibán, de la guerra contra la URSS, de la guerra civil y de la ocupación occidental tras el 11-S.

No es posible entender el valor, casi suicida, de Joya sin las referencias a su abuelo paterno y, sobre todo, a su padre, estudiante de medicina en los 70 que dejó todo para luchar contra los soviéticos y siempre defendió y alentó la libertad y la educación de su hija.

Las acusaciones más gruesas de Joya están respaldadas por Human Rights Watch y Amnistía Internacional, y sus conclusiones finales sobre el presente y futuro del conflicto difieren muy poco de las conclusiones recogidas en los informes más sesudos de expertos y think-tanks citados anteriormente.

"Lo primero (que hay que hacer) es rechazar la guerra dirigida por los EE.UU. [...], escribe en el último capítulo. "La guerra ha fomentado el terrorismo, cuando el supuesto objetivo es combatirlo. Los principales beneficiados del conflicto han sido los grupos extremistas [...] La ocupación extranjera está añadiendo más gasolina al fuego [...]". Aconseja a Obama "buscar una salida [...] en lugar de seguir con la política de escalada de violencia, que sólo creará más terroristas y más odio a EE.UU., mientras que a mi país sólo traerá más miseria y devastación". Ni siquiera las ONG salen bien paradas: "Se han convertido en el problema en lugar de la solución".

Como en casi todas las denuncias radicales, aunque más que razonables y justificadas en muchos aspectos, las propuestas de Joya ganarán pocos adeptos en las principales cancillerías y ministerios de Defensa occidentales. ¿Quién se atreve hoy a desarmar a los señores de la guerra afganos y a procesarlos, como exige la autora, por crímenes de guerra?

Está muy bien, como propone Joya, sustituir a los señores de la guerra y sus milicias por "personas y partidos democráticos capaces de luchar contra el extremismo", pero ni ella ni nadie sabe cómo se pasa del infierno al paraíso sin dejar otra vez el campo afgano libre para los talibanes y Al Qaeda.

A todas ellas

Fernando Aramburu

Teresa de Calcuta acercando un cuenco de caridad a los labios de un leproso. Malalai Joya, erguida sobre un pie, vertiendo protestas en la boca negra de los cañones. Anna Politóvskaya contando las balas dentro del ascensor. Maite Pagaza escribiendo palabras razonables en un muro de odio. María Teresa Castells acariciando los libros carbonizados en un escaparate. Miriam Makeba buscando los añicos de su corazón sobre el escenario. Las Madres de la Plaza de Mayo cambiando pañales a hijos de aire. Clara Campoamor pidiendo peras a un árbol de bigotes. Sophie Scholl custodiando una rosa blanca en un sótano de la Gestapo. Dian Fossey dando los buenos días a un gorila. María Moliner haciendo un diccionario en casa. Mujeres valientes, laboriosas y sensatas, conocidas o anónimas, a diario nos muestran la posibilidad de un mundo más justo y más acogedor que éste lleno de furor y codicia que habitamos.