María Kodama. Foto: Juan M. Espinosa.
Borges era un enamorado de Granada. Un día decidió llevar a María Kodama a que conociera la ciudad. Ella se espantó cuando se disponían a cruzar el umbral de una de las puertas de su alcázar. Había una placa que decía: "No hay dolor más grande que ser ciego en Granada". Borges notó su incomodidad y reaccionó rápido: "No te sientas mal. Tú me la enseñarás con los ojos de otro Oriente" [se refería a su ascendencia japonesa]. El escritor argentino conocía el letrero: lo había leído en su juventud, cuando recorrió España con su familia. Kodama fue su mirada y su escriba durante los últimos años de vida del autor de El Aleph. Hoy recuerda esas geniales anécdotas de su convivencia con él . Lo hace en Madrid, en el Centro de Arte Moderno, donde le entregan las ediciones de lujo que publicaron de los libros de Borges La hermana Eloísa y Los Rivero. Un acto que lanza las diversas conmemoraciones previstas para el 25° aniversario de su muerte.Pregunta.- ¿Lee todos los días a Borges?
Respuesta.- Sí, lo leo constantemente, porque tengo que dar muchas conferencias sobre su obra. Así que lo releo, lo pienso, lo estudio...
P.- Y después de estudiarla tanto y de haber vivido in situ cómo se creaba ¿le sigue resultando misteriosa?
R.- El halo de misterio siempre la acompaña. Es como la música, es decir, la emoción de la cadencia de su prosa y de sus poemas, que te atrapa y es única, y que hace que lo lea siempre, no sólo por las conferencias.
P.- ¿Y qué obras son las que más lee, las que más le gustan?
R.- Hay cuentos que me gustan muchísimo. Mi preferido es Las ruinas circulares. También valoro mucho El inmortal, El muerto... Y de los poemas, El otro tigre, Ars poética... Me despiertan emociones maravillosas.
P.- Cuando le dictaba, ¿pedía o permitía sugerencias o consejos?
R.- Sobre todo me preguntaba cuando tenía dudas entre dos palabras. Yo le decía cuál prefería y los motivos de mi elección. Hacía que la anotara arriba. Luego él hacía lo que quería, lo aceptaba o no. Era así el juego. También me preguntaba alguna vez por ideas que se le ocurrían para poemas.
P.- ¿Cuál cree que es su principal aportación a la historia de la literatura?
R.- Su concisión en el uso de la lengua castellana. De sus cuentos nada puede sacarse. Cada adjetivo es único y clave en ese lugar. Y también es muy importante el haber imbricado en los relatos el sustrato filosófico que su padre le fue dando como un juego en su vida desde pequeño. Ahí está la fuerza de sus escritos.
P.- ¿Había un contraste muy marcado entre el Borges de puertas adentro y el de puertas afuera?
R.- No había un contraste. Supongo que reaccionaba inteligentemente a las situaciones que se le presentaban fuera. Podía ser muy irónico, bueno, y a veces quizá duro. Pero en su relación conmigo eso nunca se dio: era dulce y divertido.
P.- El tópico dice que el intelectual diluía su lado sentimental...
R.- Lo intelectual y lo emocional son dos carriles. En Borges convergían y por eso fue genial. Si no fuera así, jamás hubiera llegado con su literatura a tanta gente, de toda condición. Eso sí, en su educación había un poso victoriano, de otro siglo, por eso no demostraba sus afectos con énfasis.
P.- De hecho, lo primero que le interesó de él fue su vulnerabilidad, cuando le leyeron con cinco años sus Two english poems.
R.- Sí, la señora que me enseñaba inglés me leía libros en alto. Una vez me leyó una versión de Bernard Shaw de César y Cleopatra. Y otro día me leyó estos poemas de Borges a su amada. Uno seducía con su poder y el otro con su vulnerabilidad, su timidez y su soledad. A mí me pareció que me entendería mejor con Borges, porque yo también era tímida y solitaria.
P.- Él ensalzaba la independencia de usted, pero ¿cómo conjugaba este rasgo de su carácter con ocuparse de alguien tan dependiente como Borges, un hombre ciego?
R.- Es que él no era dependiente. Al contrario: era muy independiente. A mí no me permitía ir a buscarle nunca. Siempre era él el que venía a buscarme. Se apañaba muy bien con los chóferes de Buenos Aires (muchos de ellos eran amigos suyos). Y siempre me acompañaba a casa, "como un caballero victoriano", decía él.
P.- Y también cuenta que, a su lado, le daba la sensación de que la ciega era ella...
R.- Sobre todo cuando viajábamos por Europa, porque él ya la había recorrido en la adolescencia, en la época de los descubrimientos. Una vez en Granada, ciudad que amaba, al entrar en la Alhambra, hay una placa que dice que "no hay dolor más grande que ser ciego en Granada". Yo me sentía muy mal, no sabía qué hacer, estaba muda. Pero él me dijo: "Léela. No te sientas mal. Tú ahora me la harás ver con los ojos de otro Oriente".
P.- ¿No teme que su excesiva sacralización disuada a los jóvenes de leerlo?
R.- Ya estaba sacralizado desde cuando era chica. Eso de que era oscuro y difícil... A algunos les echaba para atrás pero a otros nos parecía un desafío. Eso será siempre así. También el hecho de que lo atacaran tanto en la prensa, en los 60 y los 70, cuando la izquierda populista y nacionalista lo consideraba "extranjerizante", por su formación anglosajona, muchos jóvenes empezaron a leerlo, precisamente porque era un escritor denostado, como un gesto de rebeldía.
P.- ¿La concesión del Nobel a Vargas Llosa no le ha abierto de nuevo la herida del ninguneo a Borges de la Academia Sueca?
R.- Él nunca tuvo resquemor por esto. Si lo hubiera tenido, seguro que me lo hubiera transmitido. Cada año era un duelo nacional cuando no se lo daban. Una vez alguien le dijo que rezaría para que se lo dieran al año siguiente y él le contestó que no lo hiciera, que prefería ser una especie de mito escandinavo que ser un número más en una lista.
P.- ¿Por qué eligió Ginebra para morir?
R.- Él estudió el bachillerato allí, en el College Calvin. Cuando vivió en Suiza descubrió algo que le marcó para siempre: el respeto. Sobre todo el respeto con el que los suizos acogieron a los refugiados de la I Guerra Mundial. También se enteró mucho años después que sus compañeros del instituto le pidieron a los profesores que no fueran tan duro con él, porque no dominaba el francés. Y admiraba su acto de fe y de inteligencia para fundar un país en el que convivieran distintas religiones y distintas lenguas en paz.
P.- Era Borges un Aleph en sí mismo.
R.- Ah, sí... Bueno, en realidad todo somos un Aleph. Por eso me parece tan patético cuando pretenden encasillarlo. Él era una miríada de cosas. Es cómico cuando dicen era así o era asá...
P.- Él asociaba el paraíso a una biblioteca. ¿Y para usted? ¿Sería una biblioteca con Borges dentro?
R.- Sí, sí, con él dentro (ríe, delicadamente, como todos sus gestos).