San Ignacio de Loyola
Basándose en buena medida en las cartas de los primeros jesuitas, Bataillon investiga los pasos iniciales de la sociedad fundada por Íñigo de Loyola, sus compañeros en los balbuceos de la Compañía y la espiritualidad que les llevó a unirse a dicha aventura. El tiempo elegido para su análisis es el de los quince años que precedieron a la aprobación pontificia y los quince que la siguieron. El que transcurre entre la formación del primer grupo de apóstoles en Barcelona y Alcalá de Henares y la crisis de finales de los años cincuenta, con los grandes procesos inquisitoriales, la reacción antierasmista, la causa contra el primado de España, Bartolomé de Carranza, o la inserción en el Índice de Juan de Ávila, Luis de Granada y Francisco de Borja. Una crisis que marcó el inicio de una transformación de la Compañía hacia la ortodoxia vencedora, pues a partir de aquellos años se eliminaron las tendencias erasmistas y reformadoras, al tiempo que la nueva agrupación religiosa adquiría sus perfiles más claramente antiluteranos e iba convirtiéndose en una orden religiosa bastante similar a los frailes, de quienes tanto quiso diferenciarse en un principio; asimismo, se acercó progresivamente a las posturas de exclusión de los conversos, opuestas a sus planteamientos iniciales.
Antes, las cosas habían sido distintas. Y ese es el periodo que analiza con detalle el historiador francés, que prescinde en buena medida del fundador, para centrarse individualmente en sus compañeros de aventura y los relatos que ellos mismos hicieron de sus procesos de conversión. Analiza así las pulsiones existentes en aquel primer momento, los deseos y anhelos espirituales de cada uno, la impronta humanista, los puntos de contacto con el erasmismo, las relaciones con un fenómeno tan radicalmente hispano como el alumbradismo, los vínculos con el reformador Juan de Ávila, las tendencias contemplativas de gentes como Francisco de Borja, o la desconfianza que los nuevos apóstoles suscitaron en muchos obispos, especialmente el cardenal Silíceo. En este caso, una de las razones fue la presencia evidente de conversos, empezando por el propio Diego Laínez, que sería el segundo general de la Compañía tras la muerte de Loyola.
A través de los primeros jesuitas, Bataillon estudia, en definitiva, el afán de reforma de la Iglesia, lo que le lleva a criticar la vieja dinámica Reforma protestante -Contrareforma católica, para proponer, a cambio, algo plenamente admitido hoy por la historiografía: la existencia de un amplio movimiento reformador, con numerosas tendencias y matices, que dio lugar a la salida de ciertos grupos de la ortodoxia católica (los protestantes) pero que mantuvo otra serie de ellos -como los jesuitas- en el seno del catolicismo. Hay por tanto una reforma católica y otra protestante, igual que hay una reacción, o Contrarreforma, en ambos sectores.
Mucho de lo que hoy sabemos sobre la efervescencia espiritual española en los inicios de la modernidad se basa en los estudios pioneros de Bataillon, a los que viene a unirse éste sobre los primeros jesuitas.