María Zambrano. Foto: Raúl Cancio (expuesta estos días en la la muestra dedicada al fotoreportero en la estación de metro de Retiro).
En el prólogo a la reedición en 1973 de su obra cumbre, El hombre y lo divino (1955), señalaba María Zambrano que bien podría servir dicho título para iluminar los dos elementos esenciales de la totalidad de su andadura filosófica. Las tupidas y complejas relaciones entre el individuo y la divinidad, tal es el engarce de la producción intelectual de una de las mayores filósofas españolas del siglo XX, de quien este 6 de febrero se cumplen 20 años de su muerte.María Zambrano llegó al mundo cargada de preguntas el 22 de abril de 1904, en Vélez-Málaga, en casa de maestros. En 1909, Blas Zambrano se lleva la familia a Segovia, donde acababa de ganar la cátedra de Gramática y allí transcurriría la adolescencia de María, mientras su padre entablaba amistad y tertulias con Antonio Machado, destinado también, por aquel tiempo, a la villa castellana.
Durante los años 20, María cursaría estudios de Filosofía y Letras en Madrid, asistiría a las clases de José Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri y desde 1931 a 1936 impartiría clases de Metafísica en la Universidad Central. La Segunda República estaba en marcha y la joven filósofa participaría de la ebullición cultural y política de su tiempo. Conoce a Miguel Hernández, Luis Cernuda, Ramón Gaya y Camilo José Cela, y contrae matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. El estallido de la Guerra Civil sorprende en Chile a la pareja que, tras la caída de Bilbao, decide regresar a una zona republicana que ha perdido ya la Guerra precisamente "por eso". María formará parte de la Defensa de Madrid y ejercerá de Consejera de Propaganda y Consejera Nacional de la Infancia Evacuada.
Acabada la Guerra, el exilio lleva a María Zambrano a Cuba, México, Puerto Rico y de vuelta a la isla caribeña. Y después Roma y Ginebra, hasta su regreso definitivo a Madrid en 1984, a la España democrática donde viviría ya hasta su muerte en 1991. Estos últimos años recibiría el merecido tributo de su patria: Premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1981, doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga y Premio Cervantes en 1989.
De regreso a la propuesta intelectual de María Zambrano, resulta urgente reconocer que pocas filosofías de la pasada centuria han salvado el callejón sin salida de la mística con tan inmejorable estilo. Su propuesta, que de alguna manera precede a la similar de Adorno, es presentar el arte y, especialmente, la poesía, como única solución posible a la crisis civilizatoria que paralizaba el mundo de postguerra. En libros como Delirio y destino (1952), el ya citado El hombre y lo divino (1955), El sueño creador (1965) o el también esencial Claros del bosque (1975) el "sólo queda la esperanza" del pesimista trágico se transmuta en un pensamiento poderoso, única fuerza positiva irracional que puede y debe hacer frente al destructor nihilismo existencial de moda.
Su apuesta, veinte años después de su desaparición, se agita, con idéntico nervio hoy, cifrada en su Delirio del incrédulo:
Ceniza de aquel fuego, oquedad
agua espesa y amarga
el llanto hecho sudor
la sangre que en su huida se lleva la palabra
y la carga vacía de un corazón sin marcha.
De verdad ¿es que no hay nada? Hay la nada
y que no lo recuerdes. Era tu gloria.