Robert Aickman

Traducción de Arturo Peral. Atalanta. 2011. 350 pp., 23 e.



La literatura fantástica es un género particularmente exigente. La relación entre lo real y lo improbable sólo funciona cuando el estilo logra transformar un centauro o una paradoja temporal es algo tan creíble como el hecho más banal. Robert Aickman (1914-1981) escribió 48 cuentos perfectos, que reflejaron los cambios experimentados en la literatura de entreguerras. En su autobiografía, aseguraba que su padre, el arquitecto W. A. Aickman, "era el hombre más extravagante que había conocido". Esa circunstancia se mezcla con la notoriedad de Richard Marsh, su abuelo paterno, que escribió The Beetle (1897), una novela gótica que le disputó lectores a Drácula. Aickman miró hacia el futuro y no se dejó seducir por los escenarios tenebrosos y las tramas truculentas. Sus cuentos no pretenden producir espanto, sino extrañeza.



Lo extraño para Aickman es una categoría estética que modifica nuestra percepción de la realidad. Al igual que en los cuentos de Bioy o Cortázar, lo extraño no es un acontecimiento traumático, sino una suave discontinuidad que altera la rutina. Aickman descartó la solución ingeniosa. En los seis relatos que aparecen en esta cuidada edición, el misterio casi siempre está asociado a fenómenos psíquicos. No sabemos si nos están narrando hechos extraordinarios o si lo ordinario no es más que una patología colectiva. En "El vinoso ponto", una isla maldita esconde el malestar de la Tierra, maltratada por una sociedad incapaz de advertir la vida que palpita en los seres aparentemente inertes. "Los trenes" es un acercamiento poético a lo pueril e insignificante. Dos muchachas en una misteriosa posada pueden ser tan desconcertantes como el conductor de un tren que saluda de acuerdo con criterios arbitrarios. Aickman es capaz de escribir un relato sin trama, donde se advierte la fascinación de lo incomprensible. No hay por qué entenderlo todo. "Che gelida manina" juega con las posibilidades del teléfono y la electricidad para cuestionar los límites de lo posible. "La habita- ción interior" es una variación espeluznante y de enorme originalidad sobre los muñecos con vida propia en un espacio claustrofóbico. "Nunca vayas a Venecia" destaca por su virtuosismo técnico, pero en este caso lo extraño es el extrañamiento que provoca estar en una ciudad extranjera. "En las entrañas del bosque" está ambientado en un sanatorio sueco donde la conciencia se transfigura al soportar la tensión del insomnio.



Aickman es un raro, un escritor exquisito, que dignifica un género considerado menor. Su prosa es cuidadosa, nada retórica, elegante y poética. No es un maldito, pero se hace las mismas preguntas que Artaud o Rimbaud: ¿Existe el yo o es una ficción establecida por la razón? ¿Es posible ser otro sin perder la propia identidad? ¿Nos acompaña un doble, que se agita en nuestro interior, duplicando nuestros anhelos y conflictos? Aickman desconfía de la racionalidad, que simplifica y disecciona con la torpeza de un cirujano ebrio. Aprecia lo femenino, que asume el cuidado de la vida, sin pretender obtener algo a cambio. Estamos "envenenados de masculinidad" y eso nos impide comprender el mundo. Defensor del medio ambiente, sitúa a uno de sus personajes en una isla virgen, donde es posible estar colmado de "vida, de aire, de calor y de la luz de las estrellas". Cuentos de lo extraño es una selección de relatos fantásticos, pero también es una forma de interpretar la realidad, sin despojarla de su misterio.