Image: Un roto en el mapa

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Letras

Un roto en el mapa

Por Alberto Olmos

25 marzo, 2011 01:00

Viñeta de Katsuhiro Otomo para el clásico manga japonés "Akira".


Mi primer terremoto lo viví en la ciudad de Motegi (Tochigi) en el año 2004. Estaba en la casa de unos amigos japoneses que se dedicaban profesionalmente a la cerámica. El marido me estaba enseñando su taller. Había arcilla y barro, esmaltes, tornos y botes, y numerosas piezas recién cocidas, sobre baldas de madera. Eran tazas y fuentes y platos de color blanco, hechos de porcelana.

De pronto todo empezó a temblar. Noté una poderosa vibración conectándome al mundo desde las plantas de los pies. Miré a mi alrededor como quien busca la salida, el flotador, el arnés de salvamento; un remedio. Pero no había remedio, sólo la indefensión humana ante una avería en el planeta.

-No pasa nada -me dijo el alfarero-. Sólo es un terremoto.

No pasó nada, en efecto. Viví mi primer terremoto entre el pánico y la parálisis. Fueron veinte segundos que no era capaz de asumir. Después pensé que mi pavor había sido contradictoriamente estático. Pero no se podía huir del enemigo cuando el enemigo era a la vez todo el campo de batalla.

Pasaron los meses, los años, y con ellos desapareció el pánico. Vivía en la ciudad de Moka y los terremotos coincidían con mis comidas, merodeaban mis meriendas, participaban de mis cenas. Sólo silencio preventivo provocaba en mí y en mis puntuales acompañantes la regular zozobra del suelo. Era un silencio de respeto y resignación. Servía para oír vibrar el mundo, y para calibrar el peligro posible. Si alguien se ponía en pie, era señal de que aquel temblor superaba los seis puntos en la escala Richter. La televisión nos informaba de inmediato sobre este asunto, y señalaba el epicentro del seísmo en un mapa.

Cada seísmo incitaba conversaciones apocalípticas. Se hacía memoria del gran terremoto de Tokio en 1923; se mencionaba el de Kobe en 1995, donde la yakuza fue la primera en prestar auxilio a la población. Se reconocía finalmente que los japoneses vivían a la espera de una gran catástrofe, de un irreparable roto en ese mapa de la tele.

Porque el terremoto sí es el territorio.

Pero Japón es sobre todo su mapa. Japón se ha comprometido con ese mapa, con el horario de los trenes y con los organigramas. Es un país que funciona, que quiere seguir funcionando; un pueblo que pone orden en la tormenta.

Así que ahora dibujarán un mapa nuevo, enterrarán a sus muertos y acudirán al trabajo.

Nada más bello que un hombre que espera el terremoto haciendo porcelana.