Lolita Bosch
Hoy presenta Ahora, escribo, reflexión sobre la escritura, la familia y la muerte
Considerada una de las nuevas voces más prometedoras de nuestra literatura, para Lolita Bosch (Barcelona, 1970) la muerte de su padre fue algo peor que un terremoto. La destrozó. Estaba viviendo en México, no llegó a tiempo para el entierro, y se enfrentó a un muro de silencios íntimos que demolió en la novela
La familia de mi padre (2008) y en
Ahora, escribo (Periférica). Es una reflexión conmovedora e implacable sobre la escritura y sobre sus sentimientos, en la que confiesa, por ejemplo, “que nunca antes había sabido cuánto dolía escribir”, o por qué la suya era una Familia Silencio, en la que las cosas sucedían sin que tuvieran que contarse.
PREGUNTA.- Reconstruye en este libro el proceso de escritura de
La familia de mi padre. ¿Cuál le resultó más difícil de escribir, la novela o la reflexión sobre ella?
RESPUESTA.- Esta es una buena pregunta, pero de difícil respuesta. Ambos libros me costaron pero por cosas distintas.
Con La familia de mi padre viajé a un lugar muy íntimo, muy emocional y tratar de escribir esa convulsión fue muy complicado.
Ahora, escribo, en cambio, fue complicado porque era como un ancla casi trasparente con la que trataba de volver a estar en la literatura y era difícil ver qué fácil había resultado sentirme lejos. Me costó porque traté de escribir sobre el vacío que es la no escritura. Y plantearse eso es complicado. No sólo por razones obvias, que tienen que ver con lo personal y con el tiempo, sino porque es algo muy difícil de hacer y de pensar. Y esa complicación la viví de una manera muy física.
P.- ¿Cuánto duele escribir?
R.- Duele tanto como emociona. Escribir es en verdad algo muy absoluto, muy intenso, radicalmente físico.
La experiencia de la escritura es tan poderosa, que más que dolor lo que produce es un tipo extraño de indefensión. Te sientes muy vulnerable (lo eres, mientras trabajas) pero tambien muy, muy viva. Y eso es impagable. Es, en verdad, una dedicación hermosísima, pero complicada porque tratar de ser lenguaje es algo muy abstracto para hacer con el cuerpo de una.
P.- ¿Cómo se convierte un miembro de una Familia Silencio en una narradora y antóloga?
R.- Mi familia era muy fabuladora, precisamente por no hablar mucho de sí mismos tenían una capacidad de inventiva y de entretenimiento que yo, sin duda, he heredado. Era una familia divertida y alegre que siempre contaban y repetían historias.
Hay una clase social que no habla de sí misma por un pudor llamado educación, llamado costumbre. Pero ese vacío del “sí mismo” en mi familia era ocupado por historias fascinantes que siempre me interesaron mucho.
P.- Varios capítulos comienzan con la frase “Casi sé de nuevo caminar”... ¿Cuándo y cómo volvió a cobrar vuelo?
R.- Eso fue algo curioso. Cuando estaba escribiendo ese libro viajé a un pueblo de la costa de Veracruz a pasar el fin de año. Y la mañana del 31 de diciembre estábamos tumbados en unas hamacas leyendo y un amigo me prestó los diarios de Julio Ramón Ribeyro, donde yo leí un trozo en el que hablaba de la rompedura de ligamentos. Luego cerré el libro, me bajé de la hamaca, comencé a saltar en una cama elástica y me rompí los ligamentos de la rodilla derecha. A mí estas relaciones me dieron terror durante la escritura de La familia de mi padre, porque me parecía que todo lo que sucedía en Barcelona tenía que ver con la novela (que era el escenario de la novela).
Y esa mañana, en Veracruz, cuando me rompí la rodilla se rompió ese encanto. Y eso me devolvió, por decirlo de algún modo, la libertad. El mundo ya no era unos binoculares literarios, volvía a ser el mundo (tal y como se vaticina en el final del primero de los tres libros que componen
Ahora, escribo: “Volveré a reconocer este mundo en este mundo".)
P.- ¿Fue tan dura como parece la escritura de este
Ahora, escribo?
R.- Lo verdaderamente duro fue el final de
La familia de mi padre y la transición hacia Ahora, escribo, que yo comencé como un texto íntimo que hice para salir del otro y cuya finalidad era una autoedición de 200 ejemplares que hice finalmente en México. De todos modos, me siento en la obligación de aclarar que esta es una dureza que celebro. Nunca se me ocurriría quejarme de mi trabajo. Es un privilegio poder explorar hasta ese grado las profundidades y me siento muy, muy afortunada de hacerlo. De modo que la dureza del proceso tiene que ver con la libertad, no con las situaciones con las que se suele relacionar la dureza: la injusticia, la arbitrariedad, la pobreza, etc.
P.- Perdone el tópico, pero ¿es la mexicana más catalana, o la catalana más mexicana, cómo hace vida la convivencia en dos mundo aparentemente tan ajenos?
R.- Soy la mexicana más catalana. Ser mexicana fue una elección que tomé hace veinte años y que ha marcado profunda e intensamente mi vida. Es el país que asumí como mío y que considero mi casa.
Ser catalana lo heredé, me viene dado, no ha resultado ningún esfuerzo; México, no, México tuve que inventarlo, entenderlo, acomodarlo, escribirlo, repensarlo.... ese proceso ha sido fascinante. Y soy muy feliz de haberlo hecho. Pero es que, además, yo me siento bien en la contradicción. He vivido en un pueblo de 500 habitantes y en la ciudad más grande del mundo, y soy tan de pueblo como urbanita. He crecido en un mundo burgués pero estoy en mi casa en el Tercer Mundo. he sido muchas cosas, crecí en una familia muy libre, de modo que este contrapunto es lo que soy y es donde quiero estar, Me gusta.
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