Vargas Llosa: "La tauromaquia me deslumbra" Gimferrer: "La prohibición es grotesca"
Ambos escritores recogen este lunes el Premio Paquiro, por su defensa pública de la tauromaquia en tiempos de prohibición
22 mayo, 2011 02:00Vargas Llosa en Las Ventas y Pere Gimferrer en la Monumental de Barcelona. Fotos: Paco Toledo y Antonio Moreno.
Mario Vargas Llosa y Pere Gimferrer se engancharon a los toros cuando eran unos niños. Por vías diversas. El novelista peruano llegó por una directa. Lo cuenta a elcultural.es durante el hueco que tanto le ha costado abrir a su secretaria en su apretadísima agenda (gajes de ganar un Nobel): "A la primera corrida a la que fui me llevó mi abuelo, en la Plaza del Alto de Cochabamba, y lo que vi me produjo un deslumbramiento, por el color, la ceremonia, la música...".El poeta barcelonés, en cambio, se arrimó a través de una indirecta: la literatura, tan eficaz a la hora espolear aficiones taurinas. "A los ocho o nueve años me gustaba mucho leer las críticas de las corridas. También me encantaba escuchar las crónicas radiofónicas de Julio Gallego Alonso, porque empleaba un lenguaje bellísimo". Pero pasó un tiempo (alrededor de una década) hasta que se sentó por primera vez en los tendidos de la Monumental de Barcelona, "para ver torear al Viti, que acababa de tomar la alternativa" (principios de los 60). Y también quedó deslumbrado.
Dos caminos pero un mismo destino: la adición a la tauromaquia. Ambos escritores han salido en su defensa pública cuando el Parlament decidió prohibirla en Cataluña. Y por eso, por dar la cara cuando la cosa se puso fea, el jurado del Premio Paquiro ha decidido concederles -ex aequo- el galardón este año. Una decisión novedosa en la historia de este premio organizado por El Cultural y patrocinado por Telefónica, que hasta ahora sólo había ido a parar a manos de matadores: Sebastián Castella, José Tomás (en dos ocasiones) y Morante de la Puebla. Pero justificada en sus bases, porque el Paquiro distingue "el acontecimiento taurino del año", así, genéricamente.
La paradoja del 2010 es que el acontecimiento taurino fue en realidad un acontecimiento antitaurino. Al decretarse en julio la ilegalización de las corridas al mundo del toro le desapareció, de golpe, el suelo bajo los pies. Se sentía al descubierto en medio de un fuego cruzado proveniente de animalistas y nacionalistas. La voces de apoyo a la Fiesta de primeros espadas de la cultura ayudaron mucho a atenuar esa sensación de desamparo. Las de Vargas Llosa y Pere Gimferrer fueron de las más significadas que se alzaron entonces. Ellos no se callaron.
No podían hacerlo porque vieron en la ley abolicionista el producto de una maniobra falaz, que les tocaba una de sus fibras sensibles. "La prohibición obedece a una corriente de prejuicios y se ha llevado a término más por razones políticas que por amor a los animales", afirma Vargas Llosa. El autor de Conversación en La Catedral, que en la niñez fantaseaba con ser figura del toreo (¿hubiera cortado tantas orejas como ha hecho en el ruedo literario?), pone el dedo en la llaga: "El toro bravo se extinguiría si desapareciera su razón de ser. No es un animal ecológico nacido para espantar mariposas con el rabo sino para demostrar su bravura en la plaza". Y felicita a Francia por declarar la lidia un bien de interés cultural.
Para Gimferrer, tal declaración deja en evidencia a los que han secundado la prohibición, al ser ésta "contradictoria con el arraigo de los toros en la cultura catalana". "La situación creada es grotesca y ridícula, porque nosotros [los catalanes] siempre nos hemos mirado en el espejo de Francia". El autor de Arde el mar lamenta que a partir de 2012 ya no podrá ir a ver a su admirado José Tomás en el coso de su ciudad. El valor del diestro de Galapagar fue el resorte que le arrastró de nuevo a los tendidos. Aunque del torero que mejor recuerdo guarda es de El Viti, que "combinaba con mucho arte los aspectos plásticos y rituales de la tauromaquia".
En la memoria de Vargas Llosa las faenas que más profundamente se han quedado grabadas son las ejecutadas en su día por Antonio Ordóñez: "Batió todos los récords de elegancia, coraje y gracia. Fue un maestro insuperable, que interpretó el toreo de Triana extraordinariamente". Pero no se queda anclado en la nostalgia: "Las nuevas generaciones son magníficas". Para acreditarlo, inicia una enumeración. Pronuncia el nombre de José Tomás, el de Cayetano... Va a pronunciar un tercero pero en el pensamiento se le aparecen de pronto los naturales con los que Talavante descerrajó la puerta grande de Las Ventas. Y se emociona: "¡Soberbios, soberbios!". Pura y sentida pasión taurina de un Nobel de Literatura.