Hubo un tiempo en el que Sabato supuso que podía competir con Borges. Entonces apareció un libro suyo con una faja publicitaria que decía “Sabato, el rival de Borges”. Luego le preguntaron a Borges qué pensaba del asunto e, irónico, respondió: “Qué curioso… jamás diría que Sabato es un rival como para mí”. Ese gesto de desdén borgeano coloca a Sabato en su justo lugar, pero no explica el misterio. Es que el enigma de Sabato es parte del gran enigma argentino. El país de lo inexplicable. Todo intelectual argentino, cada vez que viaja al extranjero, se encuentra ante la terrible situación de tener que responder a preguntas como ésta: “¿Me explicas qué es el peronismo?” Imposible. Para nosotros es muy sencillo comprender el peronismo, pero imposible de explicar. En el otro extremo, algo similar ocurre con Sabato. ¿Cómo es posible que un escritor sin demasiados méritos se haya convertido en un referente de la literatura argentina? ¿Cómo es posible que con una trayectoria política más bien dudosa, se haya convertido en el campeón moral de la Nación? Imposible expresarlo. El éxito de Sabato hay que buscarlo por el lado del malentendido, de lo inefable. La influencia de Sabato en la literatura argentina contemporánea es nula, o casi. Habría que rastrearla, como quien hace un test de ADN, en la prosa convencional de Abelardo Castillo y a través de él, en los escritores jóvenes -ya no tanto- que frecuentaron su taller literario (u otros similares) y que luego se dedicaron a ganar premios Planeta y otras nimiedades. Podrían darse varias razones para entender la ausencia de la obra de Sabato en la escena literaria actual. Una, de orden político. Sabato, en la vuelta a la democracia en 1983, fue el garante intelectual de la llamada “Teoría de los dos demonios”, que equiparaba el terrorismo de Estado durante la dictadura de 1976-83 (las torturas, los desaparecidos, el robo de bebés) con los asesinatos de las organizaciones guerrilleras de los 70. Esa teoría ha sido recientemente desarmada (como quien desarma una bomba de tiempo) y puesta en cuestión, incluso, desde el estado mismo (asumiendo que los crímenes del terrorismo de estado son de lesa humanidad). Pero no creo que esa sea la razón. Podría pensarse entonces en un envejecimiento de la estética existencialista en la que se apoya algunos de sus libros, como El túnel. Es un existencialismo humanista, a lo Camus, cruzado con un trivial aire de hondura trágica. Pero no. Tampoco creo que esa sea la razón. ¿Entonces? Propongo pensar la situación de Sabato bajo el signo de un cambio definitivo en las condiciones de lo que hoy se entiende por literatura mainstream. Quiero decir: Sabato ha sido, junto con Cortázar, el gran escritor mainstream argentino de los 60, el escritor que expresaba, que comulgaba como nadie con el sentido común de una clase media urbana que se imaginaba en ascenso. Hoy nada de eso existe: ni esa clase media (empobrecida y fascistizada), ni esa literatura. Y si Sabato pervive, lo hace apenas, como decíamos más arriba, entre esos escritores mainstream que señalan los valores de una escritura mediatizada, del éxito instantáneo, del olvido inmediato. Pero dejando atrás esta sociología, hay además otra razón más verdadera, más justa, más literaria. Hacia fines de esos mismos 60, autores como Puig, Copi, Libertella, Osvaldo Lamborghini, entre otros, fueron llevando a la literatura argentina hacia un giro excéntrico. La anomalía, la rareza, la radicalidad, la paradoja, se convirtió en la clave secreta de lo más interesante de la literatura rioplatense. No sólo inventaron una escritura nueva, sino que modificaron la forma de leer la tradición nacional, en la que, claro, Sabato ocupa un lugar menor.
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