¿Cómo dispone de esas vidas? Siempre desde el lado del relato literario: el que toma su material de realidades que explora y recrea el dominio de la palabra. El que, en palabras de Marsé, caligrafía los sueños. Lo expresa como ninguno "La siesta de Odiseo", dominado por una voz que regresa a los calurosos veranos de la infancia, a la reconfortante soledad de aquel tiempo en el que aprendió en la ficción otros modos de "ser otro"; veranos conducidos por los relatos del abuelo narrando la vida como un viaje con dirección a uno mismo. Pero se puede empezar por el primero, "Estrella sin ley", y entrar de lleno en la intensidad de su naturalidad constructiva al alternar la narración del deseo de un niño de marcar un gol en un partido trascendental para él con su admiración por lo aprendido en las novelas del oeste, donde descubrió el valor, la lealtad, la unión del grupo.
A partir de su lectura es imposible no asomarse al resto sin admirar la expresividad de todos sus matices, la destreza con que articula el presente de sus personajes, atrincherados por la presión debida a la suma de sus respectivos pasados y las ambiciones que les empujan hacia el futuro. Son vidas reales, hechas de verdades y mentiras, de memoria y ensueños, de deseos sin abrigo.
Viven acorraladas por los fantasmas de la realidad actual: el paro, el acoso y la envidia en el mundo laboral, la difícil conciliación laboral y familiar, la ambición de poder. A veces se paran a hacer balance, y cambian de sentido; a veces la vida se esconde tras un par de zapatos con historia; en alguna ocasión el deseo viaja en autobús y logra darle la vuelta al amor en un día de lluvia. Este último, "Un paraguas amarillo", sirve de gratificante cierre a tantas razones a favor de su lectura.