Glenn Cooper.

Glenn Cooper es otro ejemplo de creador neoyorquino sometido a la misma paradoja que Woody Allen. Vende "muchos más" libros a este lado del Atlántico. Sus tramas insertadas en épocas medievales, con efectos en el presente, han despertado enorme interés en diversos países europeos, en particular España, Gran Bretaña e Italia (en este último no es difícil verle ocupar la cúspide de las listas de libros más vendidos). "Creo que aquí hay una conexión más directa y más fuerte con el pasado, es algo que está más presente, y eso es por lo que creo que aquí tengo muchos más lectores. Pero la verdad es que no estoy muy seguro de cuáles son las razones reales", explica el autor norteamericano a elcultural.es en su visita a nuestro país.



Tras el éxito de La biblioteca de los muertos, ahora vuelve a España con su secuela: El libro de las almas (los dos publicados por Grijalbo). Will Piper, el detective del FBI retirado que protagonizó la primera parte de lo que va camino de convertirse en saga ("la semana pasada terminé justo la tercera entrega", advierte), se enfrenta a un nuevo desafío: debe encontrar un libro en el que consta la fecha del fin del mundo, un volumen redactado por unos monjes de la abadía de Vectis, en la Isla de Wight, que forman la denominada Orden de los Nombres.



Y cuando lo encuentra, le asalta el dilema: ¿Debe contarlo? ¿O es preferible callar y no hacer cundir el pánico? "La verdad es que no me gustaría estar en su posición, aunque imagino que si lo estuviera, reaccionaría de igual modo, al fin y al cabo he sido yo quien lo ha inventado", afirma Cooper. No contaremos qué decisión toma, claro, porque ahí está el nudo gordiano de esta historia. Sólo puede decirse que en la conciencia del investigador concurren fuerzas e intereses de toda índole. Es un laberinto moral del que no puede demorarse demasiado en salir.



Otro tipo de laberintos ha recorrido Glenn Cooper antes de ser un escritor ungido por el éxito de ventas. Estudió medicina en la Tufts University y también se licenció en arqueología -"con mención honorífica" reza su currículo- en Harvard. Ahora es el presidente de una empresa de biotecnología, en la que desarrolla "terapias de vanguardia contra el cáncer". Parece un ejemplar perfecto de hombre hecho a sí mismo, un self made man que dicen en su tierra. Al principio escribía guiones de películas. Una ocupación que le reportó escasas satisfacciones. Sólo logró que produjeran uno. Luego empezó a expresarse en novela y recibió negativas de decenas de editoriales. Pero no arrojó nunca la toalla. Y esa perseverancia acabó dando sus frutos.



Dice que el secreto es que ama su trabajo. Mejor dicho, sus trabajos (la literatura y la medicina). Y que no hay problemas de compatibilidad entre ambos: "Para cada uno de ellos utilizo una parte diferente del cerebro. Cuando una está cansada, la otra está fresca".