Image: Gonzalo Suárez: No soy un tramposo: la verdad de mis libros es que son mentira

Image: Gonzalo Suárez: "No soy un tramposo: la verdad de mis libros es que son mentira"

Letras

Gonzalo Suárez: "No soy un tramposo: la verdad de mis libros es que son mentira"

El cineasta y escritor asturiano llega a las librerías por partida doble, con El síndrome de albatros, su última novela, y con Las fuentes del Nilo, su narrativa breve completa

19 septiembre, 2011 02:00

Gonzalo Suárez. Foto: José Aymá.

Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) dice que escribe de oído. Lo primero es el sonido de las palabras, luego surgen las imágenes y, al final, amalgama todo con hechos reales. Así ha levantado su última novela, El síndrome de albatros (Seix Barral), que remite a una patología acuñada en psiquiatría y que consiste en mantener vivo un dolor para que no se disuelva el afán de venganza contra quien te lo ha provocado. Este veterano cineasta (Remando al viento, El detective y la muerte...) y narrador (El asesino triste, Trece veces trece...) agita en la trama de su novela fragmentos de realidad, extravíos de la imaginación y desajustes oníricos. Al sorber tal cóctel literario es imposible deslindar la procedencia de cada sabor. Así se las gasta Suárez, que no hace otra cosa que jugar (y hacer jugar) con la literatura y perseguir, como el albatros, barcos con rumbo desconocido: "Cuando escribo nunca sé adónde voy". Ahora llega a nuestras librerías por partida doble, porque Alfaguara, por su parte, publica su narrativa breve completa (Las fuentes del Nilo). De los dos libros, y de sus peculiariades como escritor, conversa con elcultural.es en un hotel madrileño mientras mira con desconfianza la copa de vino que le han servido plagada de posos: "¡A ver si ahora va a saltar de aquí una rana!".

Pregunta.- ¿Acepta la comparación con un trilero que tiene tres cubiletes (la realidad, lo onírico y la imaginación) con los que oculta la bolita de la verdad en El síndrome de albatros?
Respuesta.- No, no soy un escritor tramposo. Los tramposos son los que intentan hacer creer que un libro es como la vida misma. La verdad de mis libros estriba en el hecho de que son mentira. Yo siento que me aproximo y profundizo más en la realidad a través de la ficción. Esa es mi paradoja. Y también es paradójico, y aunque a veces parezca pura imaginación, que muchas partes de El síndrome de albatros parten de casos reales: como el del asesino del puente Neuilly, que confesó varios crímenes sin haberlos cometido; o la nevada en Marte; o el del elefante que se volvió loco cuando su cuidadora lo abandonó por un motorista...

P.- Y el del hombre que se jugó a su mujer en una partida de póker, ¿no?
R.- Sí, eso también es verdad. Fue un amigo mío, alcohólico.

P.- Pero ¿la quería?
R.- Sí, sí la quería. En esa partida perdió además el yate. Y su mujer, que, imagino, también consintió la apuesta, tuvo que acostarse con el ganador. Pero el matrimonio no se rompió por esa partida. Siguieron juntos después.

P.- Dice que el síndrome de albatros expresa muy bien su estado anímico actual. ¿Qué dolor se esfuerza por mantener vivo?
R.- Yo me identifico con el albatros, con el ave, que persigue barcos sin saber cuál es el rumbo de estos y, mientras, se alimenta del pescado que descartan. Pero es verdad que todos permanecemos apegados a un dolor. Mis libros son siempre autobiográficos, pero me aburre estar diferenciando entre ficción y realidad. Yo no soy esquizofrénico pero, la verdad, no sé dónde está la frontera.

P.-¿Entonces cuando escribe tampoco sabe dónde va?
R.- Eso es por el síndrome del explorador, que padezco desde que era un niño y leía los libros de aventuras que tenía mi abuelo en su biblioteca. Yo escribo de oído, buscando una concatenación de notas, una armonía sonora. Así van surgiendo también las imágenes y luego apuntalo esa agrupación de palabras con hechos reales. Lo que se me ocurre se me ocurre de repente, de repentes sucesivos. Al fin y al cabo eso es la vida: fogonazos sucesivos. Yo no me creo la continuidad, somos momentos. Las ideas no sé de dónde me vienen. Muchas ni siquiera son mías, vienen de fuera. Yo abro las ventanas de mi conciencia y entran pájaros, por casualidad o por causalidad: nunca se sabe. Escribir es dejar las ventanas abiertas y cazar esos pájaros.

P.-¿Y lo de que salgan dos libros suyos simultáneamente con dos editoriales diversas es causal o casual?
R.- Las dos editoriales se interesaron por El síndrome de albatros. Es curioso porque creo que no llegué a ofrecerlo a ninguna. La decisión se prolongó. Al final me decanté por Seix Barral y Alfaguara me planteó la posibilidad de reunir mi narrativa breve. A mí me pareció bien y así se ha dado este insólito caso.

P.-¿Qué sorpresas le ha deparado la relectura de sus cuentos para preparar la edición de Las fuentes del Nilo?
R.- Pues ninguna porque yo nunca me leo mis libros ni vuelvo a ver mis películas. Sólo lo hacía cuando era joven y orgulloso, pero eso ya se pasó.

P.- Julio Cortázar le comparaba a Boris Vian. ¿Le cuadra esta equiparación?
R.- De Julio Cortázar veo acertado todo lo que dijo de mí. Era un hombre de una gran lucidez. Boris Vian me gustaba mucho hace un tiempo. Ahora ya no me identifico tanto con él. Él escribió también novela negra como yo pero tenía una deriva poética que a mí me ha dado siempre mucho pudor explicitarla.

P.- En El síndrome de albatros y algunos de sus relatos muertos y vivos conviven con toda naturalidad. ¿Tan poca diferencia ve entre ambos?
R.- Es que los vivos, si no están presentes físicamente delante de nosotros, no se diferencian apenas de los muertos. Lo que tenemos de ellos son sólo sus recuerdos, igual que de los muertos. Para mí Stevenson es un amigo más vivo que mi tía Emilia.