'La lucha por una política decente', el rearme de la tradición liberal en un mundo polarizado
El teórico político Michael Walzer analiza la compleja relación entre un liberalismo anémico, la pasión y la política en el mundo contemporáneo.
26 julio, 2024 01:05Hoy “los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad”. Estos versos de La segunda llegada de W. B. Yeats inspiraron a Michael Walzer (Nueva York, 1935) hace un par de décadas para analizar la compleja relación entre un liberalismo anémico, la pasión y la política en el mundo global contemporáneo.
Evidentemente, lo que era entonces una amenaza se ha convertido en la era Trump en cruda realidad. Las sociedades actuales parecen estar cada vez más compuestas de “ciudadanos enfadados, resentidos y disfuncionales, [cuya] desconexión política se ve agravada por una nueva vulnerabilidad económica y una creencia no poco razonable de que los gobernantes del país los habían abandonado”.
La cita de Yeats es un buen diagnóstico, pero también arroja luz sobre la compleja personalidad de Walzer, un progresista atemperado que siempre ha buscado vacunarse contra todo extremismo. ¿Necesitaría el liberalismo, por tanto, renovarse con la sangre de otras tradiciones?
La idea de que el liberalismo no puede sostenerse ya por sí solo no es nueva en él, pero en este ensayo cobra peso y concisión. Contra ese cordón sanitario respecto a las pasiones, que muchas veces se presenta como una imprescindible condición de la gestión política, Walzer se ha definido siempre por proponer una suerte de liberalismo revisionista.
Pero, al mismo tiempo, su operación busca mostrar hasta qué punto, sin el adjetivo “liberal”, categorías abstractas como democracia, socialismo o nacionalismo quedan inevitablemente vacías. “Lo que el adjetivo ‘liberal’ garantiza por encima de todo es la libertad, la apertura de la sociedad civil”.
Lo que Walzer parece decir es que, aunque el liberalismo haya llegado a su fin como ideología cerrada, muchos de sus contenidos se han liberado y convertido en normas y sentimientos universales que pueden combinarse con todo tipo de proyectos políticamente más sustanciales.
La idea de que el liberalismo no se sostiene solo no es nueva pero aquí cobra peso
Consciente, por tanto, de la necesidad de rearmar autocríticamente la tradición liberal ante los nuevos desafíos históricos y las propias limitaciones, la figura de Walzer brilla aquí en su trayectoria coherente de intelectual público. En este sentido, este libro muestra al Walzer más personal; escrito en la pandemia, en él busca hacer balance de casi todos los temas y debates en los que se ha enfrascado como teórico político.
Encontramos así una revisión de su clásico análisis de las guerras (“Nacionalistas liberales e internacionalistas liberales”) y en “Profesores e intelectuales liberales” retoma otra de sus grandes preguntas, cuál es la relevancia de la crítica en un mundo marcado por la posverdad.
Pero ¿qué queda del liberalismo después de que haya incorporado argumentos socialistas, feministas y comunitaristas? ¿No quedaría descafeinado? Para Walzer la cuestión no es qué resta del liberalismo tras incorporar, por ejemplo, argumentos feministas; sino en qué se diferencian el socialismo, el nacionalismo o el feminismo de las doctrinas a las que les falta el adjetivo liberal.
Walzer sostiene que aporta algo civilizatoriamente esencial: la limitación del poder político, la defensa de los derechos individuales, el pluralismo de partidos, religiones y naciones; la apertura de la sociedad civil; el derecho a la oposición; la acomodación de la diferencia. Y un ethos: esa generosidad de espíritu modulada con escepticismo e ironía.