Paul Ehrenfest en su despacho durante una visita de Einstein en 1920 (con Paul Ehrenfest junior sobre sus piernas)

Paul Ehrenfest en su despacho durante una visita de Einstein en 1920 (con Paul Ehrenfest junior sobre sus piernas)

ENTRE DOS AGUAS

Paul Ehrenfest, Einstein, la Física y el misterio de la autodestrucción

La búsquedad de la originalidad y de la perfección puede llevar a la ciencia al conocimiento pero también a situaciones poco deseadas.

26 julio, 2024 01:05

Somos un conjunto extremadamente complejo de células que se agrupan formando tejidos y órganos que, en principio, funcionan con gran precisión, y que se han dotado de mecanismos de defensa ante “invasores” que pueden perturbar su delicado equilibrio.

El fruto largamente elaborado de los mecanismos de la evolución de la vida. Y de esa base puramente material ha surgido –no sabemos bien cómo, sí dónde, en el cerebro– un tipo de vida inmaterial formada por pensamientos y deseos. No somos la única especie con tales atributos, pero sí la que los posee tan desarrollados.

Por eso somos una especie privilegiada, que no “elegida” como todavía piensan muchos. Homo sapiens, fruto del azar y la necesidad; del “azar” de los intrincados e imprevisibles caminos de la competencia entre especies, y de la “necesidad” que imponen las leyes de la física y la química

La pareja formada por Ehrenfest-Afanásieva realizó contribuciones notables a los fundamentos y filosofía de la física

Los pensamientos nos pueden llevar más allá de la atadura que impone el diario vivir y sobrevivir. Una manifestación de los mismos se concreta en los proyectos que querríamos realizar.

Los hay de tipos muy diferentes: humildes y grandiosos. Los últimos son esos que quedan inscritos en los anales de la historia de la humanidad, y que despiertan fuerzas escondidas en nuestro interior. Para bien y, también en ocasiones, para mal; basta recordar en un pasado no demasiado lejano los malditos proyectos de Hitler o Stalin.

La casuística inherente a los deseos es infinita, pero yo quiero ahora limitarme a una: la asociada a la frustración que se puede originar cuando se llega a la conclusión de que no es posible cumplir aquello que se desea y en torno a lo cual se ha construido el proyecto de una vida.

En el mundo de la ciencia, como sin duda en el de otras disciplinas y ámbitos, se encuentran ejemplos en este sentido. Tal es el caso de un físico austríaco, Paul Ehrenfest (1880-1933), que participó en la elaboración de la mecánica cuántica.

Nació en Viena, de progenitores de origen judío que habían llegado a la capital del entonces Imperio austrohúngaro cuando el emperador Francisco José levantó las restricciones que obligaban a los judíos a estar confinados en guetos, les impedían acceder a muchas profesiones y además limitaban el acceso de sus hijos a niveles superiores de educación.

En la Universidad de Viena, donde entró en 1899, tuvo entre sus maestros a Ludwig Boltzmann, uno de los grandes nombres de la física estadística. En 1901, y siguiendo una tradición bien establecida entre los jóvenes estudiantes, Ehrenfest se trasladó a Gotinga para realizar parte de los estudios de su carrera.

Allí conoció a una joven rusa matemática y física, con la que se casó en el invierno de 1904: Tatiana Afanásieva (1876-1964). Lejos de ser la consorte que pese a tener estudios superiores termina abandonándolos al casarse, Ehrenfest-Afanásieva realizó contribuciones notables a los fundamentos y filosofía de la física, así como a la didáctica de la matemática.

Sin duda su aportación científica más importante fue el mayúsculo tratado Fundamentos conceptuales de la aproximación estadística a la mecánica (1912), que escribió junto a su marido para la gran enciclopedia de matemáticas y física matemática (Enciclopädie der mathematischen Wissenschaften: 23 vols., 1898-1930) que dirigió Felix Klein, uno de los matemáticos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX que yo más admiro.

Esta obra fue esencial para la carrera de Ehrenfest, que no encontraba trabajo y que después de pasar algunos años en San Petersburgo, la capital de la Rusia zarista, sin un empleo fijo, y sintiéndose aislado intelectualmente, emprendió en 1912 un viaje de dos meses por Europa buscando un puesto universitario, una de cuyas paradas fue Praga, donde entonces Einstein era catedrático.

Fue el inicio de una íntima amistad que, además, le facilitó, junto al prestigio que le estaba acarreando su tratado con Tatiana, que Hendrik A. Lorentz, el físico más respetado de entonces, le eligiera aquel mismo año para sucederle en su cátedra de Leiden (Holanda), desde donde desarrollaría el resto de su carrera.

Para Ehrenfest aquello significó también su entrada real en la muy activa, y en realidad pequeña, comunidad de físicos que estaban construyendo la física cuántica, a la que él mismo contribuyó, aunque sus aportaciones no fueran comparables a las de Einstein, Bohr, Heisenberg, Schrödinger, Dirac o Pauli.

De este, a quien se le consideraba como la conciencia de la física, una conciencia que se manifestaba con una sinceridad no exenta de crueldad, se cuenta la siguiente anécdota de una ocasión que coincidió con Ehrenfest: “Profesor Pauli –dijo aquel–, me gusta más su ciencia que su persona”. A lo que Pauli respondió: “En mi caso es justamente al contrario”.

No obstante, Pauli, al igual que Einstein y tantos otros de aquellas generaciones de físicos, admiraban una faceta del talento de Ehrenfest: “La imagen que tenemos de él –escribió Pauli en el obituario que le dedicó– es la de un hombre de intelecto centelleante y agudo que intervenía en los debates con un espíritu crítico mordaz, pero al mismo tiempo con un profundo discernimiento de los fundamentos de la actitud científica, llamando la atención sobre algún punto esencial que hasta ese momento había pasado inadvertido o no se había considerado de forma suficiente”.

Pero para Ehrenfest la claridad de su pensamiento, el ser capaz de entender lo que otros hacían y de encontrar las posibles deficiencias de sus investigaciones, no era suficiente. Él ansiaba la originalidad que no poseía. A Einstein le escribió en 1920: “Lo que puedo hacer no es ciencia, sino un poco de charla de entretenimiento de salón o de paseo. La física la hacen otros”.

Y la situación, su angustia, no se vio aliviada en los años siguientes en los que tuvieron lugar una cascada de espectaculares innovaciones: principio de exclusión (de Pauli), mecánica cuántica, principio de incertidumbre, descubrimiento de la antimateria y del neutrón, nacimiento de la física nuclear… No es sorprendente, pero sí trágico, que el 25 de septiembre de 1933 Ehrenfest decidiera acabar con su vida, tomando asimismo la de su hijo más joven, Vassik, que padecía un severo retraso.

Era la maldita, bendita para los que la alcanzan, ambición de la originalidad y perfección, que Paul Ehrenfest sufrió en grado extremo. Fue un científico magnífico, pero él ansiaba ser mucho mejor.

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