Tom Wolfe en la Casa Blanca. Foto: Susan Sterner

"Todo lo que hoy se escribe y se lee en los periódicos y revistas pasa por el modelo que creó Tom Wolfe en la década de los sesenta". Palabra de Eduardo Mendoza. El autor de La ciudad de los prodigios lo afirma en el prólogo de un volumen de Anagrama que rescata dos de sus reportajes (¿habría que decir mejor relatos?) más conocidos: La Izquierda Exquisita y Mau-mauando al parachoques. Mendoza aclara que el influjo en la actualidad del Nuevo Periodismo (con esta expresión quedó acuñada para los restos su manera de practicar el oficio) se derrama en dos vertientes: "A su ejemplo se deben las mejores páginas del periodismo moderno y quizás algunas de las peores".



Tom Wolfe refleja en Radical Chic (título original de La Izquierda Exquisita) una de las contradicciones más flagrantes de los años 70 en los Estados Unidos: cómo la intelectualidad de izquierdas, más bien aburguesada, abrazó causas políticas de extremistas. Quizá el ejemplo más paradigmático de este ingenuo acercamiento fue la cena organizada por el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein en su casa, en la que confluyeron algunos de los cabecillas de los Panteras Negras con figuras destacadas de la cultura norteamericana como Sidney Lumet y Otto Preminger.



Tras los lisérgicos 60, en los que la juventud se dio a la fuga a través del rock, las drogas y los periplos orientales, lo 70 resonaron en la conciencia yankee como un portazo que cerraba de golpe toda esa efervescencia lúdica. Empezaba, según Mendoza, "una época presidida por el desencanto, la ideología y la violencia". Los conflictos sociales, con las protestas contra la guerra de Vietnam en su cénit de violencia, se recrudecían por todo el país. La izquierda no podía mantenerse de brazos cruzados mientras todo cambiaba. Y así, por culpa de la precipitación, es como dieron algún que otro paso en falso, arrimándose a extremistas con los que creían poder entenderse. O sea: un intento de cabalgar sobre un tigre.



Tom Wolfe, trasnochador y dandy impenitente, estuvo en esa histórica cena, como otros tantos periodistas, pero su manera de contarla fue la que ha pasado a la historia. "Se limitó a relatar lo sucedido sin pronunciarse a favor o en contra, pero con un ácido sentido del humor, con una mirada que en su momento fue vista como corrosiva y feroz". El no pronunciarse no significaba para nada un culto a la objetividad. Más bien al contrario: el periodismo para él, y para los que se movieron en la misma órbita (Norman Mailer, Truman Capote, Gay Talese...), era sobre todo mirada. Y un cierto desenfado, y el recurso al lenguaje coloquial, y la inclusión de diálogos, y tratar lo solemne con el descaro de lo frívolo...



Todas esas reglas no escritas fueron sedimentando lo que hoy conocemos por Nuevo Periodismo. En él también se inscribe Mau-mauando al parachoques, el otro relato (¿o habría que decir reportaje?) del volumen, en el que Wolfe desvela la picaresca de negros, chicanos e incluso samoanos para rascarle subvenciones y ayudas a burócratas sin las más mínima idea de lo que se cuece en las calles que pretenden fiscalizar.



Esta publicación se suma a la ola de lanzamientos de textos vinculados al Nuevo Periodismo. El año pasado, Anagrama ya publicó de Tom Wolfe La palabra pintada y ¿Quién teme a la Bauhaus feroz?, también en su colección Otra vuelta de tuerca. Y hace escasos meses visitaba nuestro país Gay Talese, con su elegancia impecable de traje italiano bien cortado (su padre era un sastre siciliano y eso deja huella), de quien se han rescatado con gran éxito Honrarás a tu padre y Retratos y encuentros (Alfaguara), además de La mujer de tu prójimo (Debate).