Cinco estrofas para Thoreau
Otro más abandonó el pesado
anillo de la ciudad de voraces piedras. Clara como la sal es
el agua que golpea todas las cabezas de
los verdaderos refugiados.
En lento remolino ha subido el silencio
hasta aquí desde el centro del mundo, a enraizarse y crecer
y con frondosa copa sombrear la escalera del hombre, entibiada
por el sol.
*
Negligentemente, el pie golpea una seta. La nube de tormenta
se agranda junto al borde. Como cuernos de cobre
las sinuosas raíces del árbol dan el tono, y las hojas
se dispersan temerosas.
La huida salvaje del otoño es su liviano manto,
flameando hasta que, otra vez, llegue la manada de días tranquilos
de helada y ceniza y bañen
las garras en la fuente.
*
Creído por nadie va el que vio un géiser,
huido de aljibe cegado, como Thoreau, y sabe
desaparecer en lo profundo de su verde interior,
astuto y esperanzado.
De 17 Poemas (1954)
Siesta
Pentecostés de piedras. Y con lenguas crujientes...
La ciudad ingrávida en el espacio del mediodía.
Sepultura en luz hirviente. El tambor que acalla
los palpitantes puños de la eternidad cautiva.
El águila sube y sube sobre los que duermen.
Un sueño en que la piedra del molino se vuelve como el trueno.
Pasos del caballo con la venda en los ojos.
Los palpitantes puños de la eternidad cautiva.
Los que duermen cuelgan como péndulos en el reloj del tirano.
El águila planea, muerta, en las cascadas que fluyen del sol.
Y resonando en el tiempo -como el ataúd de Lázaro-
el ombligo que late, de la eternidad cautiva.
De Secretos en el camino (1958)
Izmir a las tres
Justo enfrente, en la calle casi vacía,
dos mendigos: uno sin piernas
es llevado en las espaldas del otro.
Estuvieron allí -como en un camino de medianoche un animal
queda cegado mirando fijamente a los faros del coche-
un instante y siguieron su camino;
se movían como muchachos en un patio de colegio,
rápidos sobre la calle mientras las miríadas de relojes
del calor del mediodía sonaban en el espacio.
El azul pasó resbalando por la rada, brillando.
El negro se agachó y encogió, observando, desde las piedras.
El blanco creció hasta ser tormenta en los ojos.
Cuando las tres de la tarde fueron pisoteadas bajo cascos
y la oscuridad palpitaba en la pared de la luz,
la ciudad se arrastraba a las puertas del mar
y relucía en el prismático del buitre.
De Secretos en el camino (1958)
Nueve haikus
(Nueve haikus del hospicio de jóvenes Hällby, 1959)
Se juega al fútbol;
confusión, la pelota
va sobre el muro.
*
Ruido se hace
para espantar el tiempo,
para apurarlo.
*
Vidas mal escritas:
la belleza persiste
como un tatuaje.
*
Ladrón cazado:
con los bolsillos llenos
de setas frescas.
*
Ruidos de taller,
torres de pesado andar
al bosque asombran.
*
Se abre la puerta;
en el hospicio estamos,
en nueva era.
*
La luz se enciende:
el aviador ve manchas
de luz irreal.
*
Noche: un camión
pasa, los internados
sueñan temblando.
*
Él bebe leche
y se duerme en su celda,
madre de piedra.
De Prisión (1959)
Deshielo a mediodía
El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.
La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba
apenas setecientos gramos.
El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío
a la vez.
El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño
frente a sí.
Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez
en mucho tiempo.
Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.
El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,
como el polen a los abejorros,
y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO
y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.
Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.
Les pregunté:
«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».
Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras
en un nuevo idioma:
las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras
y hablaban
muy lentamente sobre la nieve.
Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su
estruendo de faldas,
hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.
De El cielo a medio hacer (1962)
Un artista en el norte
Yo, Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres,
bromeaba habitualmente, leía los periódicos, viajaba y marchaba.
Yo dirigía la orquesta.
El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril
en el momento de atracar.
Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.
Mi cabaña de trabajo es pequeña.
El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina
bajo la teja.
En general, los bellos acantilados a pique callan.
No hay ningún pasaje
pero hay una compuerta que a veces se abre
y una peculiar luz que mana directamente del duende.
¡Disminuir!
Y los golpes de martillo en la montaña llegaron
llegaron
llegaron
llegaron una noche de primavera a nuestra habitación
disfrazados de latidos de corazón.
El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos para rastrear
a Dios.
Pero eso empieza aquí.
Una canción de aquello que está cerca.
Lo que está cerca.
Campos de batalla dentro de nosotros
donde los Huesos de los Muertos
luchan para volverse vivos.
De Tañidos y huellas (1966)
Música lenta
El edificio está cerrado. El sol entra por las ventanas
y calienta la parte superior de los escritorios
que son tan fuertes como para cargar el peso del destino del hombre.
Estamos afuera hoy, junto a la extensa y ancha ladera.
Muchos llevan ropas oscuras. Uno puede estar al sol y cerrar los ojos
y sentir cómo es soplado lentamente hacia adelante.
Rara vez vengo hasta el agua. Pero ahora estoy aquí,
entre grandes piedras con espaldas pacíficas.
Piedras que lentamente han caminado hacia atrás desde las olas.
De Tañidos y huellas (1966)
Algunos minutos
El pequeño abeto del pantano alza su copa: un trapo oscuro.
Pero lo que uno ve no es nada
frente a las raíces, las dilatadas, las que reptan ocultas, el
inmortal o semimortal
sistema de raíces.
Yo tú ella también nos hemos ramificado.
Más allá de lo deseado.
Fuera de Metrópolis.
Del cielo blanco lechoso de verano cae una lluvia.
Siento como si mis cinco sentidos estuviesen acoplados
a otro ser
que se mueve tan empecinadamente
como los corredores vestidos de colores claros en un estadio
sobre el que chorrea la oscuridad.
De Visión nocturna (1970)
Examen del suelo
El sol blanco chorrea en el esmog.
La luz gotea, se desliza hacia abajo,
hasta mis ojos inferiores que descansan
profundamente bajo la ciudad y miran hacia arriba,
ven la ciudad desde abajo: calles, cimientos:
parecen fotos aéreas de una ciudad en guerra
aunque, al revés: una foto de espionaje:
cuadrados silenciosos en colores apagados.
Allí se toman las decisiones. Los huesos de los muertos
no se pueden distinguir de los huesos de los vivos.
La luz del sol aumenta de volumen, fluye
en las cabinas de vuelo y en las vainas de las algarrobas.
De Senderos (1973)
El barco - El pueblo
Un pesquero portugués, azul, la estela levanta
un poco el Atlántico.
Un punto azul lejano, y sin embargo, yo estoy allí: los seis
que están a bordo no notan que somos siete.
Yo he visto construir un barco como este; yacía como un
gran laúd sin cuerdas
en la quebrada de la pobreza: el pueblo donde uno lava y
lava con rabia, paciencia y duelo.
Negrea de gente la playa. Hubo una reunión que ya
terminó; se llevan los altavoces.
Soldados escoltaron el Mercedes del orador en el tumulto,
las palabras tamborilean en los costados de hojalata.
De La barrera de la verdad (1978)
Después de una larga sequía
Ahora mismo el verano es gris; noches extrañas.
La lluvia se desliza desde el cielo
y en calma aterriza
como si se tratase de sorprender a alguien que duerme.
Los círculos de agua pululan en la superficie de la ensenada
y es la única superficie que hay
-lo otro es altura y profundidad,
ascender y hundirse.
Dos troncos de abeto
emergen y se estiran en largas, huecas señales de tambor.
Lejos están las ciudades y el sol.
El trueno está en la hierba alta.
Es posible llamar a la isla de los espejismos.
Es posible oír esa voz gris.
Para el rayo, el hierro es miel.
Uno puede vivir con su código.
De La barrera de la verdad (1978)
La estación
Ha llegado un tren. Allí está, un vagón tras el otro,
pero no se abren puertas, nadie baja ni sube.
¿Acaso tiene puertas? Allí dentro hormiguean,
de aquí para allá, seres cautivos.
Por las inconmovibles ventanas observan.
Y afuera anda un hombre, a lo largo del tren, con una maza.
Golpea las ruedas, resuena débilmente. Salvo aquí:
aquí crece el tono incomprensiblemente: un golpe de trueno,
tañido de campanas de iglesia, tono de la vuelta al mundo
que eleva todo el tren y las mojadas piedras del paraje.
Todo canta. Esto lo recordaréis. ¡Continuad el viaje!
De La plaza salvaje (1983)
Ojos de satélite
Rugoso es el suelo, no un espejo.
Solo las más ásperas almas
pueden reflejarse allí: la luna
y la Edad de los Hielos.
¡Acércate en la niebla de dragón!
Pesadas nubes, calles hormigueantes.
Una lluvia susurrante de almas.
Patios de cuartel.
De La plaza salvaje (1983)
En la Europa profunda
Yo, casco oscuro que flota entre dos puertas de esclusas,
descanso en la cama del hotel, mientras alrededor despierta la ciudad.
La alarma silenciosa y la luz gris penetran
y me suben lentamente hasta el próximo nivel: la mañana.
Horizonte escuchado. Algo quieren decir, los muertos.
Fuman pero no comen, no respiran pero les queda voz.
Voy a apurarme por las calles, como uno de ellos.
La catedral ennegrecida, pesada como una luna, hace flujo y reflujo.
De Para vivos y muertos (1989)
Cae nieve
Los entierros llegan
más y más apretados
como los carteles de autopista
cuando nos acercamos a una ciudad.
Miles de personas miran
hacia el país de las sombras largas.
Un puente es construido
lentamente,
derecho hacia el espacio.
De El gran enigma (2004)
Traducción de los poemas de Roberto Mascaró