Chan Koonchung



Cuando uno entra en Google en China acaba desesperado. El motor de búsqueda más usado del universo digital parece gripado allí. Renquea antes de ofrecer resultados y, una vez que los tiene desplegado, uno tras otro, a muchos de ellos no se puede acceder. Tanta dificultad empuja a arrojar la toalla. Justo lo que las autoridades pretenden. Por otro lado, Twitter, Facebook y Youtube están completamente vetados. Existe una red social llamada Microblog, utilizada por millones de personas en sus ordenadores y en sus móviles. El problema es que también miles de vigilantes andan controlando los mensajes que se cruzan. Todos lo saben y asumen con naturalidad ese escrutinio del Gran Hermano.



Estas cosas, tan desasosegantes para un occidental, las cuenta esta mañana en un hotel madrileño situado en la Gran Vía Chan Koonchung. La editorial Destino acaba de publicar en España Años de prosperidad, su retrato distópico de los mecanismos de control social empleados por el gobierno de su país, con claras resonancias de los dos grandes clásicos de este género: El mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, George Orwell. Una obra que ha suscitado bastantes elogios en la prensa de la órbita anglosajona (The Guardian, New Yorker, The Indepedent...)



Aunque en la novela del escritor chino, residente en Pekín tras muchos años asentado en Hong Kong, el futuro descrito se parece demasiado al presente del gigante asiático. "Mi idea era escribir sobre la época actual pero sabía que a mucha gente le iba a costar asimilar algo así, no lo iban a entender, por eso decidí llevar la trama a 2013", reconoce Koonchung. Aparte de escribir novelas (ésta es la primera que le traducen), ha trabajado muchos años como periodista. En Hong Kong fue reportero de un diario inglés y en 1976 lanzó el magazín mensual City, que ha dirigido durante 26 años. También ha participado en la producción de diversas películas y es uno de los fundadores del grupo ecologista Green Power.



Aun así, rechaza la etiqueta de activista. Pone distancia con disidentes tan conspicuos y con tanta repercusión internacional como Ai Weiwei (recientemente liberado de un arresto que tuvo al mundo del arresto en vilo) y Liu Xiaboo (premio Nobel de la Paz que no pudo recoger el galardón al estar encerrado en la cárcel por sus reivindicaciones políticas). Se solidariza con su compleja situación, pero reconoce que él no se ha significado tanto en la crítica al sistema. "Quizá por eso todavía no han venido a por mí. Aunque en China uno no es quien elige si es un disidente o no. Eso lo deciden las autoridades. Y todavía no me ha tocado. No sé hasta cuando podré estar tranquilo". Esperemos que sea por mucho tiempo porque su intención es seguir retratando los vericuetos de China, todos esos rincones oscuros que oculta su expansión económica y su prosperidad material.



Las buenas cifras macroeconómicas han alzado al grueso de la población china a lo alto de una ola de optimismo. Los Juegos Olímpicos de 2008 espolearon esa sensación de superioridad y orgullo. "Fue en esos días cuando se me ocurrió la novela. La sociedad china cambió de mentalidad entonces. Una felicidad desbordada recorrió el país. Pero yo sabía que en el oeste había regiones que seguían viviendo en una situación de extrema pobreza", explica Koonchung, con su media melena, muy blanca y muy lisa, enmarcándole la cara. Ese optimismo ha provocado una fuerte amnesia: de la pobreza, todavía presente en muchos regiones y muchos barrios, de la falta de derechos civiles y libertades públicas, y de los años duros, cuando el ejército limpiaba las calles de estudiantes airados.



Eso es lo que denuncia Koonchung en Años de prosperidad. En la novela el gobierno se las ha ingeniado para escamotear de la historia del país un mes completo. "Durante ese mes, de 2011, la clase dirigente había impuesto un régimen militar para salvar al país de recesión mundial". Y a la gente se le obligaba a invertir un 25% de sus ahorros en consumir productos nacionales, para embalar de nuevo la rueda de la economía. Una medida que, con la aplastante demografía del país, resulta eficacísima. Esas lagunas en la memoria colectiva china no son algo extraño. La metáfora se acerca mucho a la realidad: "Los jóvenes ignoran por ejemplo que pasó en Tiananmen. Sus padres no se lo cuentan para no meterles en problemas, y en los libros de textos tampoco aparece. En la calle tampoco puede mencionarse directamente, sino a través de circunloquios". Así es difícil que estalle una primavera china.

El misterio de los enlaces eliminados



El libro se ha publicado sólo en Taiwan y en Hong Kong. No pende sobre él una prohibición expresa por parte de las autoridades de su país. Pero nadie lo ha editado en la china continental. "Vinieron varios editores a verme, tras el éxito que había tenido en estos dos países". Lo que sucedió es que luego no volvieron a visitarme. Se entiende que lo leyeron y comprobaron que publicar aquello podía complicarles la vida. El libro lo cuelgan en la red particulares y resulta accesible para quien quiera leerlo. Cada cierto tiempo los enlaces que permiten descargarlo son eliminados. ¿Quién? "No lo sé", dice Koonchung, alzando ligeramente los hombros.