Félix Romeo. Foto: José Aymá
Ayer por la tarde el mundo de las Letras rindió homenaje al novelista Félix Romeo (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011), fallecido de manera inesperada a finales del año pasado dejando tras de sí un reguero de amigos y nostalgias.
La cita era en Madrid, en la librería La Buena Vida, y la excusa, la
presentación de su novela póstuma, Noche de los enamorados (Mondadori), que se acompaña con un librito, ¡Viva Félix Romeo! en el que autores como Ignacio Martínez de Pisón, Martín Casariego, Antón Castro, Javier Cercas, Cristina Grande, Ángeles González-Sinde, Ismael Grasa, David y Jonás Trueba, entre otros, recuerdan al escritor, al columnista, al crítico y al traductor, al padre de la Mandrágora televisiva y al generador “imparable e impagable de proyectos” que supo ser siempre un amigo acogedor que hacía que “siempre te sintieses especial”, según una de las personas que mejor le conocían, desde la emoción y la tristeza.
Mientras Fernando Trueba servía cervezas tras la barra de la librería-bar de la familia con la misma naturalidad con la que dirige sus filmes,
se proyectaba un corto que arranca con la salida de la cárcel de Romeo tras sufrir condena por insumiso y que incluye entrevistas con, por ejemplo, Franco Battiato. Más tarde, se leyó uno de sus últimos artículos, en el que el zaragozano aseguraba, por ejemplo, que escribía "porque soy feliz", escribo para recordar, escribo para recordarme"- La librería seguía llenándose de lectores, escritores y amigos, como
Martínez de Pisón, los editores
Manuel Borrás (Pre-Textos) y
Claudio López Lamadrid (Mondadori), el novelista
Marcos Giralt Torrente...
Martín Casariego, que en el volumen
¡Viva Félix Romeo! despide al cómplice ”ancho, enorme, excesivo y apasionado”, con aspecto de guerrero vikingo” que sabía “de casi todo muchísimo”, destacaba anoche que
Noche de los enamorados, su novela póstuma, es "extraordinaria, un libro cruel, fascinante, que retrata un mundo sórdido y enamorado, de alcoholismo e infidelidades y de injusticias, un brillante diálogo entre la ficción y la realidad, y apostaba por seguir la fórmula vital de Romeo, para el que "la alegría es nuestra venganza".
Un gordo moral
Por su parte,
David Trueba comenzaba su intervención bromeando sobre el tamaño del homenajeado: "Félix era gordo; y era muy gordo, extraordinariamente gordo". Pero "su gordura era también moral, personal... su amistad era también inmensa... y sólo fue, como cantaba el tango, 'flaco para sí mismo'." De ahí a explicar por qué
el libro póstumo es "demoledor, abrasivo" no quedaba apenas nada, sólo subrayar que en él su autor está presente "en cada observación, en cada dolor, en cada zarpazo" y que es una lectura necesaria.
Tanto como la del librito que lo acompaña, en el que el propio Trueba también destaca cómo a su amigo Félix, al que
le molestaba que le recordaran siempre lo de su insumisión, lo fue (insumiso) “al abandono del conocimiento y la cultura, a la desidia por los destellos del arte y la inspiración frente a la victoria que fue cobrándose en nuestro país, en su mejores amos, el dinero y el cortejo a la zoquetería”.
También en
¡Viva FR! Antón Castro descubre que sentía “que la vida había sido generosa con él y él era, sobre todo, generoso con la vida y con las pequeñas cosas: la gastronomía, la amistad, la cultura, los viajes, el amor, la sonrisa, la solidaridad, la ciudad”, mientras la ex ministra de Cultura,
González-Sinde, lo describe como “siempre amable, siempre brillante, siempre curioso, siempre, original, siempre dulce”, y
Javier Cercas lo retrata como escritor y personaje, pero sobre todo como amigo: “cada vez que pasaba junto al pueblo donde nací -escribe- me llamaba por teléfono o me enviaba un sms. Sus sms”. En el último que le envió, Romeo le daba las gracias (“¡qué alegría que me tengas en tu corazón!”) por mencionarle entre los escritores que más lectores merecían.
Más.
Si Ignacio Martínez de Pisón le dedica un artículo ("Amado monstruo") breve y emocionado, que arranca así: “Cierro los ojos y aún lo veo venir, sonriente, grande, vestido de negro, con el morral lleno de libros a medio leer, con los brazos dispuestos para el abrazo”,
Jonás Trueba recuerda cómo “la última noche que pasamos con Félix Romeo hablamos de la vida, del amor, de literatura y de política”. Y de cine, otra de sus pasiones, al punto de que a veces le decía a Jonás que se había equivocado de profesión y que, en vez de escribir novelas “debería haber escrito guiones y haber hecho películas”.
La relación de elogios y despedidas es inabarcable (Ricardo Cayuela, José María Conget, Daniel Gascón, Malcolm Otero, Eva Puyó, Aloma Rodríguez...), como
la tristeza que, casi medio año después de su muerte, aún golpea a quienes le conocieron, que sabían de su bondad, de su cultura y de su bonhomía. De como, insiste la editora amiga que abría estas líneas, “hacía sentir siempre especial, y parte de su familia”.
Murió en Madrid, el 7 de octubre pasado, en vísperas de asistir al encuentro público, en Casa de América, de dos amigos a los que admiraba y que le querían, Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, dejando además un puñado de libros como
Dibujos animados o
Amarillo, que acaba de recuperar Anagrama en bolsillo. Y lo mejor de todo, nos dejó una breve obra póstuma.
Se trata de su última novela,
Noche de los enamorados (Mondadori), completamente acabada (no se trata de apuntes o meros bosquejos, como en otras tantas ocasiones), y tiene un comienzo arrebatador:
“Es una mujer y está muerta.
Está tirada en el suelo del salón-comedor de su domicilio.
Boca arriba [...]
Tiene los ojos cerrados.
Su asesino se los ha cerrado.
Quizá”.
Las páginas siguientes mantienen la tensión, porque no son “ni la defensa imposible de una víctima, porque no se pueden reparar las ofensas a los muertos”, ni, sobre todo, “un ensayo sobre la justicia”. Con todo, quienes ayer participaron en el homenaje lo tienen tan claro como quienes el pasado lunes, en Zaragoza, en el Teatro Principal, lo recordaban con el mismo pretexto. Y como los que lo harán este viernes en Barcelona...
A fin de cuentas, como solía decir el propio Félix Romeo, “
hay que celebrar las cosas buenas de la vida”, y la edición de la novela es una de ellas, porque recupera la voz, aún cercana, siempre viva, del escritor. Basada en un crimen real, el asesinato de una prostituta en Zaragoza, en 1994, perpetrado por su marido, al que Romeo conoció en la cárcel, la novela está poblada por “fantasmas que le persiguieron siempre”, y
es, según los expertos, su obra “más coherente, madura y personal”.