Image: El pantalón: de los 'sans-culottes' a Angela Merkel

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El pantalón: de los 'sans-culottes' a Angela Merkel

La historiadora Christine Bard recorre los dos siglos de la conquista femenina de la prenda

31 marzo, 2012 02:00

Portada de Historia política del pantalón, de Christine Bard

Antes de la Revolución Francesa, el pantalón era la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre. A partir de 1789, el trinomio libertad-igualdad-fraternidad convirtió a la prenda de los sans-culottes en un sinónimo de revolución y modernidad. Pero la mujer siguió condenada al Antiguo Régimen, tanto en derechos como en vestimenta. De aquí parte la historiadora Christine Bard para trazar en Historia política del pantalón (Tusquets) el largo camino recorrido hasta la normalización del uso de esta prenda por las mujeres, como símbolo de su emancipación total e igualdad ante los hombres.

El caso del pantalón, ligado a la lucha por los derechos civiles, demuestra que la historia de la vestimenta no es una cuestión de moda, sino que se presta a una historia total: es una cuestión económica, social, antropológica, estética y simbólica. Para contarla, su autora se ciñe geográficamente a Francia, su país de origen, con algunas referencias a Inglaterra, Estados Unidos o Alemania.

La sustitución del calzón, asociado a la aristocracia, por el pantalón, que hasta la Revolución Francesa fue usado por campesinos, marineros, artesanos, niños y bufones, supone el primer caso de moda impuesta "desde abajo". Hasta entonces, lo normal era lo contrario, el llamado power-dressing, esto es, aparentar por medio de la vestimenta un estatus social superior al que realmente se tenía.

Desde el principio, este símbolo del nuevo orden político quedó vetado a las mujeres. En 1800, una ordenanza de la policía parisina prohibía a las mujeres el traje masculino -naturalmente, en desuso, pero no ha sido aún derogada-. Bard atribuye esta prohibición del "travestismo" al miedo a la confusión de géneros, propia de Occidente, que identifica género con sexo.

Las obligaciones de la moda impuestas a las mujeres, con prendas que dificultan la acción en lugar de facilitarla, serán una lucha constante para el movimiento feminista a lo largo del siglo XIX. Catherine Barmby, que publicó en Londres en 1843 La demanda por la emancipación de las mujeres, reclamaba prendas nuevas para la free woman. En este sentido, socialismo y feminismo estarán ligados a la reforma del traje. Así, el ideólogo de los falansterios Charles Fourier proponía tratar a los niños y niñas por igual para evitar la deformación de la mujer por los cánones sociales. Para ello, una de las medidas sería vestirlos igual, porque argumentaba que la masculinidad y la feminidad eran un conjunto de características que podían darse en diferente grado de combinación en ambos sexos.

En la conquista del pantalón femenino hay una larga lista de nombres que allanaron el camino. Entre los casos recogidos por Bard -mujeres francesas en su mayoría- destaca el de George Sand. Desde pequeña se opuso al uso del corsé y vistió con ropas de chico de forma regular, con el visto bueno de su familia, para poder jugar y moverse libremente. Ya de adulta, tras divorciarse, inició una carrera como escritora en París y tomó la costumbre de vestir con pantalón, chaleco, redingote y sombrero, una época de la que dejó constancia en Historia de mi vida.


George Sand

Otra defensora de la libertad a la hora de vestir fue Madeleine Pelletier, que se autodenominaba feminista "integral" y tenía la virilización de las mujeres como proyecto político.

A finales de los felices años veinte, otra figura se convierte en estandarte de la lucha femenina por el pantalón. Es la deportista Violette Morris, campeona de automovilismo y otros muchos deportes que llegó a hacerse una mastectomía completa, según ella para conducir mejor su coche de carreras, aunque su biógrafo Christian Gury afirmaba que fue una renuncia a su feminidad tras ser apartada de su carrera por las federaciones deportivas. Su fuerte masculinidad y sus modales, que contradecían en todo al rol femenino vigente en la época, la convirtió en una figura despreciada por la sociedad biempensante.


Violette Morris

Aviadoras como Thérèse Peltier, alpinistas como Gabrielle Vallot o Marie Marvingt, apodada la "novia del peligro" y ganadora de 16 récords mundiales son otros nombres de una larga lista hacia la libertad indumentaria.

A partir de 1950, la moda, finalmente, se hizo eco de la emancipación de las mujeres. El acceso masivo de las niñas a la educación y de las mujeres al mundo laboral en la década de los 60, más las reformas que las liberan de la tutela marital, terminan de popularizar el pantalón femenino, que representaba una manera de tratar a los hombres de tú a tú. En 1965, la producción de pantalones superó por primera vez a la de faldas, según la historiadora.

Uno de los artífices de esta universalización del pantalón femenino desde el prêt-à-porter fue Yves Saint Laurent (1936-2008). En la primera colección con su nombre, en 1962, esta prenda ya está presente. No obstante, el modisto no era un militante feminista, simplemente defendía que la mujer podía "desarrollar su máximo de feminidad" llevando pantalón. En 1966 fue más allá e introdujo el esmoquin femenino.


El esmoquin femenino, invención de Yves Saint Laurent

Pero la prenda estrella de la igualdad a finales de los 60 fue el vaquero. Además de un símbolo de la contracultura occidental importada de Estados Unidos (movimiento beatnik, protestas juveniles y universitarias, lucha de la población negra por los derechos civiles) se convirtió en un símbolo de la emancipación femenina. La activista afroamericana Angela Davis, miembro del Partido Comunista estadounidense y relacionada con el movimiento de los Panteras Negras, dio a la prenda un carácter marcadamente político. Hoy, pantalón, feminidad y poder político se condensan en la figura de Angela Merkel, que sólo utiliza vestidos en las ceremonias nocturnas.


Angela Merkel, canciller alemana

A modo de conclusión, Bard resume la evolución de la función simbólica del pantalón: concebido como signo de virilidad y ciudadanía, el hombre se ha visto obligado a compartir su uso con el otro sexo. Finalmente, la mayoría de prendas masculinas se han convertido en unisex, sin que las mujeres pierdan la posibilidad de cultivar la apariencia femenina, y la palabra travesti sólo se usa ya para referirse a los hombres que se visten de mujer. Llegados a este punto, Bard lanza una pregunta al aire: ¿Será la falda masculina el símbolo unisex del futuro?