Giles Lipovetsky y Mario Vargas Llosa. Foto: EFE



Lleva unas semanas Vargas Llosa emitiendo un lamento en cada medio de comunicación que le entrevista a propósito del lanzamiento de su último libro, La civilización del espectáculo (Alfaguara). Se queja el Nobel peruano (y español) de que la cultura, todo aquello que se viste con sus ropajes, ha bajado a profundidades abisales en los últimos años. Pues bien, ese lamento ha encontrado esta tarde una réplica de peso: la que le ha opuesto el filósofo y sociólogo francés Giles Lipovetsky en el Instituto Cervantes de Madrid, durante la presentación en público del ensayo de Vargas Llosa.



Los asistentes al acto han podido disfrutar de una esgrima intelectual entre ambos. Eso sí, siempre con buen tono y reconociendo el uno al otro sus méritos en el terreno del pensamiento teórico. Lipovetsky no encuentra tantos motivos de alarma: "La cultura de masas ha liberado al individuo de los megadiscursos. Los ciudadanos no siguen los dictados de las autoridades como antes, buscan el placer y el hedonismo cultural, que los hace más felices porque tienen capacidad de elegir y construir sus propias vidas".



Vargas Llosa miraba con recelo a su interlocutor mientras pronunciaba tales argumentos: "Yo no veo esa felicidad. Creo que los niveles de violencia y de infelicidad crecen en la sociedad contemporánea". El problema para él es que "se han perdido todas las jerarquías estéticas y que ya no tenemos criterios objetivos para determinar el valor de una obra de arte". Es algo que, a su juicio, se produce con especial gravedad en el terreno de las artes plásticas: "Hemos llegado a un punto en que todo puede ser arte y nada lo es".



En ese río revuelto no faltan los pescadores que se aprovechan de la confusión denunciada por el autor de Conversación en La Catedral: "Cuando falta la posibilidad de fijar una prelación, entran en juego los embacaudores, los pícaros y los poseedores de un gran talento pueden intercambiarse. Si la cultura fuera un mero entretenimiento, no pasaría nada. Pero para mí la cultura es mucho más". Y ha puesto un ejemplo: "Leer el Ulises de Joyce me ha enriquecido enormemente: después de leerlo entendí mejor la política, las relaciones humanas, distinguí mejor lo que es justo de lo que no lo es... Y me devolvió una espiritualidad que yo había dejado atrás con la religión".



"Pues se puede vivir una vida perfectamente digna sin leer el Ulises", ha rebatido un atrevido Lipovetsky. "Es muy difícil hacerle leer un libro así a alguien que vive en la periferia de una gran ciudad y viene de fuera". Estaba pensando, a buen seguro, en los conflictivos jóvenes de los banlieu franceses, procedentes del África subsahariana o del Magreb, a quienes bien poco les importan las andanzas de un dublinés Leopold Bloom. El pensador galo ha puesto así el acento en la educación para poder salvar a un pueblo de la ignorancia, más que en los grandes nombres de la alta cultura.



Pero Vargas Llosa no se quedaba conforme y ha puesto sobre la mesa un nuevo argumento: "Autores como Joyce o Proust son importantes incluso para aquellos analfabetos que no lo pueden leer. Ellos, tal vez sin intención, despertaron una sensibilidad hacia los pobres de la que estos han acabado beneficiándose". Y ha remachado: "No se trata de defender un elite de privilegiados sino valores cruciales para la humanidad como la libertad, los derechos humanos, la democracia".