El escritor Carlos Fuentes en una imagen del pasado mes de marzo. Foto: Reuters

Taurus, 2012. 240 pp., 20 e. Ebook: 9'99 euros.

Lejos de ser un género menor, como algunos todavía creen, la conversación es desde los tiempos de Platón uno de los formatos más eficaces para el análisis. Ahí están, como botones de muestra, el viaje por la literatura de José Jiménez Lozano con Guadalupe Arbona, la inmersión en la política de Foucault con Gilles Deleuze, las confesiones sobre lo divino y lo humano de Sartre a John Gerassi, de José Saramago a Jorge Halperín y de Borges a Fernando Sorrentino. Las mejores autobiografías, como la más reciente de Mandela, Conversaciones conmigo mismo, son hijas de muchas horas (50 en este caso) de conversaciones.



El encuentro de Fuentes con Lagos en Londres en el otoño de 2011, propiciado y arbitrado por Juan Cruz, ha utilizado como modelo el mantenido por Felipe González con Juan Luis Cebrián en 2002: El futuro no es lo que era. "La memoria (ninguno llevó un libro y ninguno consultó un papel) los condujo a pecho descubierto, buscando en lo que sabían la honesta descripción de lo que sus almas creen acerca de la época de la que son tan protagonistas", escribe Cruz en la presentación. Aunque Lagos propuso, como percha, "una agenda de asuntos" o cuestionario previo para preparar las charlas y el moderador introdujo, por su cuenta, algunas variaciones, "al final, cuando terminamos de hablar, descubrimos todos que habíamos hecho como el novelista en sus libros: agarrar el mundo por el pescuezo y convertir la realidad en una metáfora", añade.



¿En qué mundo vivimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué significa la globalización, de dónde arranca y en qué punto se encuentra? ¿Por qué no se ha ganado aún la guerra contra la pobreza y qué queda de la política, tal como la hemos conocido? ¿Cómo se explica la calidad literaria y la pobreza política de América Latina? ¿Hay espacio todavía para la utopía, para los sueños, en el hemisferio occidental? ¿Cómo han influido y están influyendo en ellos la sombra del gran vecino yanqui, de la China recuperada y del indigenismo emergente? ¿Qué viene después de Castro y por qué se difumina Europa? Las respuestas son un pozo inagotable de sorpresas. En muchos momentos resulta difícil distinguir al escritor mexicano del político chileno, pues es mucho más lo que les une que lo que les separa en su incertidumbre ante los cambios.



Ambos desconfían del nacionalismo, aborrecen el imperialismo, reconocen la fuerza integradora de la lengua, admiran a Obama y desean su reelección, apuestan por una globalización más justa y equilibrada, se sienten totalmente desengañados por las viejas utopías y ven con enorme esperanza tanto las revoluciones árabes como las movilizaciones que, desde Tahrir a Wall Street, pasando por la Puerta del Sol, Santiago de Chile, Atenas o Tel Aviv, sacudieron los cimientos políticos en 2011.



Rehenes del momento, algo inevitable en cualquier conversación, por preparada o pensada que esté, exageran la influencia del Tea Party en los EE.UU. y, tocados por la gran crisis de los últimos cuatro años, piden a gritos la recuperación del Estado como gran regulador, como fiel de la balanza necesaria entre la sociedad y el mercado para que sea posible avanzar con un mínimo de orden y de justicia.



"No me atrevo a dar una receta para el futuro como la dio Marx en su momento (...) ni puedo creer en el progreso automático de Augusto Comte", confiesa Fuentes casi al final de la conversación. Rechaza por igual los modelos estadounidense y soviético como fallidos, y cree necesario otro modelo. "Tiene que haber algo distinto", añade y continúa: "¿Qué es? No sé".



En ese algo distinto, el ex presidente Lagos, mucho más metido en las nuevas tecnologías digitales que Fuentes, ve la revitalización democrática desde la llamada democracia 2.0 como "una vuelta a la plaza de Atenas, aunque en la plaza de Atenas participaban los varones, no las mujeres". "Ni los esclavos", le interrumpe Fuentes.



¿Quiénes son los esclavos de la nueva democracia? ¿Los marginados de la revolución digital, los que la asumen como incompatible con la revolución de Gutenberg o todos ellos? Cuando estudié relaciones internacionales, uno de mis profesores, W. T. Fox, inventor del término superpotencia en un librito publicado en 1944, nos citaba el despertar de Rip van Winkle en un cuento de Washington Irving tras una siesta de veinte años.



Ante los cambios revolucionarios de hoy, Lagos recurre a un librito del año 2000 en el que el autor despierta a un personaje que se quedó dormido en el año 1000. "No entendería nada", concluye. "No entendería que hay unos pájaros que vuelan y se llaman aviones. Sólo reconocería una sala en la que hubiera un pizarrón negro, unos pupitres y niños sentados. ¡Ahí están enseñando!, diría. Esto es una clase." Todo cambió, pero eso no ha cambiado, aunque, seguramente, falta muy poco para que también desaparezca.