Desde lejos se divisa al esta semana omnipresente escritor Juan Soto Ivars, metido, como él se define, a librero ocasional. Conversa con el también escritor Juan Carlos Márquez, que aunque va a la Feria con Tangram (Salto de Página), su último libro, este día ha acudido como comprador aprovechando la tranquilidad de la mañana. Hablan de lo que se vende, de las fiestas, de a quién se han encontrado y de las críticas. Aprovechamos el encuentro para preguntarles cómo viven los jóvenes autores la Feria del Libro.



Desde el "campo magnético" que le impide salir de la caseta en la que trabaja, Soto Ivars lamenta tener menos tiempo para la otra feria que sucede en el bar, porque esa es la buena. Ahí es donde se encuentra uno con la gente, donde se habla de literatura -o lo que sea- y donde también se hace negocio. Porque el escritor, apostilla Márquez, tiene que ser hoy "un hombre anuncio". Todos lo somos, como se apunta en Siberia (El Olivo Azul), la novela de Soto Ivars que él mismo vende a los paseantes, a veces con pudor: "Miran la foto de la solapa y no me reconocen, así que no sé si decirles que se lo compren, que está genial", bromea el murciano.



Volviendo a la cuestión del marketing al que hoy se ven forzados, hay otra feria, una tercera, en las redes sociales, un espacio que permite a los escritores vivir con la cálida sensación de que son leídos. Aunque mejor el contacto real, cuando el autor asiste, como señala Márquez, al momento en el que un lector compra su libro: "Sobre todo cuando es alguien mayor de 50 o menor de 20. Me sigue pareciendo magia que, entre toda la oferta literaria, alguien elija quedarse con el mío".



Sobre el gremio, coinciden en que quizá haya menos unión que en otros, como el de los editores y, si la hay, funciona por "afinidad de escrituras". También está el miedo de que te pongan verde en cuanto te des la vuelta, aporta Soto Ivars, y añade: "Pero esto pasa porque siempre tenemos la sensación de que a los demás les va mejor que a ti".