Eduardo Mendoza, uno de los escritores que más ha vendido esta edición de la Feria. Foto: El Mundo

Hablamos con Fernández Mallo, Andrés Barba, Lorenzo Silva, Fernando Aramburu, Eduardo Medicutti, Clara Sánchez, Manuel Gutiérrez Aragón y Antonio Luque

Se va la Feria del Libro 2012 con un 19% menos de ventas y una facturación de casi 6.500.000 euros, un millón y medio menos que en 2011. Y La crisis ya no sólo asusta, la crisis aburre. El tanto por ciento menos de ventas en el titular de balance suena a canción popular. El ebook y su mucha, su escasa o su nula presencia en la Feria es también una cantinela preferiblemente evitable, máxime cuando se ha comprobado que, hasta nuevo aviso, la feria es de papel. Y, en cambio, este año alguien ha ido subiendo el volumen de un rumor nuevo, un tema casi insólito. Desde el primer día, dos de los gremios protagonistas, el de los libreros y el de los editores, empezaron a dar indicios de que el modelo del Retiro exigía una revisión y los medios les dieron voz. Proponían sesiones golfas, se quejaban del parecido de las casetas, del encorsetamiento de las actividades y de la falta de nuevas propuestas que fomentaran, más que el paseo, la compra.



En cuanto a fiesta popular, la Feria es incuestionable y sigue siendo, confirmaba hace unos días en la presentación de la edición Teodoro Sacristán, su director, la cita cultural más visitada de Madrid. Pero eso no la convierte en la más rentable. A menudo el paseante es, eso, un paseante. Camina oscilando, pregunta y pregunta curioso pero no se decide o no lo suficiente. Para justificar el 19% por ciento de bajada de ventas con la que se cierra la 71ª edición no valen las excusas de la lluvia, que ha sido clemente este año. Y, con todo, la Feria les merece la pena. Ahora bien, ¿necesita mejorar?



Los escritores no lo tienen tan claro. Ellos, aunque en el mismo saco, están menos cerca del negocio y viven la Feria más como un encuentro con sus lectores y con los libreros que cada día despachan sus obras. Servido el debate, aquí van algunas consideraciones. Por ejemplo, Agustín Fernández Mallo cree que la Feria admite "pocos cambios" en cuanto a que estos no ocurren de manera natural. "Si ven que no funciona, deberían plantearlos, pero si lo hace...", se plantea el escritor, que pese a la consabida bajada de ventas de la edición asegura que este año ha firmado más libros que ningún otro año. Sobre la posibilidad de aportar nuevas actividades culturales, Mallo, que presentaba en la Feria sus dos últimos poemarios, tiene sus dudas: "Si la feria es muy popular tendrían que ser eventos muy populares, podría ser interesante si se estudiara detenidamente a quién van dirigidos pero no creo que se esté por la labor".



Andrés Barba coincide en el asunto de no añadir propuestas que no surjan de forma espontánea, pero es más tajante y, además, expone una pega, el parecido de los fondos de las librerías. Para él, la Feria está bien siendo como es porque es lo que es: "Los libreros tienen que sobrevivir y allí hacen su agosto. No se puede hacer más, es un gallinero absoluto y a lo mejor está bien así. Asistir es agradable, te encuentras con los lectores y tienes la oportunidad de conocer a algún lector no profesional. ¿Una sesión golfa? Estaría bien, pero programar estas cosas para hacer caja no lo entiendo. Es como la Noche de los Libros, que no nace de la gente y por ello muere de muerte natural". Como ejemplo de esto último, apunta a la ciudad de Buenos Aires, donde nocturnidad y librerías son sinónimos: "Allí funciona porque es natural que la gente compre libros, no por iniciativa de un funcionario". Y hay más: "A lo mejor en la Feria no tendría que haber ningún acto, porque está muy asentada. Cuanto menos se maree, mejor".



Eduardo Mendicutti, 'feriante' veterano que este año ha venido sin novedad en el bolsillo, establece sus prioridades. La primera, que no la cambien de sitio, como apuntan algunos rumores y como piden ciertas voces del ecologismo más rancio, porque sacarla del Retiro sería "matarla". La segunda, que no se pierda en la nada su esencia, que para él consiste básicamente en el encuentro entre el lector y el escritor, un momento que para él es pura alegría: "Muchas veces vienen con todos tus libros para que se los firmes. Casi ningún autor se resiste porque la simple idea de encontrar lectores desconocidos es fantástica". Sin embargo, quizá sí atisba algo de desorden en la programación de actos, algunos de ellos abarrotados y otros vacíos, propuestas confusas a veces, poco interesantes otras: "Dándole más tiempo, aprovechando otras instalaciones incluso del propio parque igual se conseguía que la feria tuviera otra dimensión. Pero no hay que atacar lo que es", concluye.



En la cuestión del carácter óptimo de su emplazamiento abunda Fernando Aramburu, que además no tiene quejas respecto a la forma en que está concebida, aunque ello no implique que no pueda someterse a una revisión. El autor de Los años lentos, es partidario de no limitar el encuentro autor-lector a la mera compra y firma: "Falta fomentar con imaginación, audacia y actividades interesantes y numerosas el gusto de la gente por los frutos culturales valiosos. Quizá, en lugar de otorgar protagonismo a un país, se podría en próximas ediciones prestar mayor atención a determinadas cuestiones, géneros literarios, recitales, coloquios y debates, de manera que el público, además de saludar al divo de televisión y a la cotorra mediática, tuviera ocasión de conocer de cerca a autores de categoría, pero escasamente divulgados y que, por no ser famosillos, pasan inadvertidos".



Por su parte, Manuel Gutiérrez Aragón se había resistido a ir a la feria con su primer libro -"todos me desanimaron, especialmente Marsé, que me contó que un día le habían preguntado por el precio de la mesa", recuerda-, pero se decidió a acudir con Gloria mía, su segunda novela, cuando un distribuidor halagó su vanidad diciéndole que era el más solicitado de sus títulos. Muchos asistentes le han preguntado más por sus películas que por sus libros y le ha sorprendido que algunos le pidieran que les firmara sus guiones: "Ha sido una experiencia curiosa y no tan innoble como a veces se pinta. Sobre todo, sacié mi curiosidad de saber cómo se es escritor tras un mostrador, a veces parecía que iban a lanzarme un cacahuete, como si fuera yo otro ejemplar de la Casa de las Fieras del parque. Me hacían fotos y se iban". En una de sus visitas, eso sí, le tocó firmar junto a "alguien que sale por la tele" y se sintió incómodo ante la horda de señoras que se abalanzaban sobre su vecino de mesa. Pero, salvo este percance, está satisfecho con la experiencia. Y ahora las propuestas: "Echo de menos más actividades y no me gusta la repetición machacona de libros en las casetas. Se me ocurre que unas salas de lectura estarían bien, lugares en los que uno pudiera sentarse a hojear libros, aunque no debe ser fácil en una feria tan multitudinaria. Me gusta en lo que tiene de celebración anual y de fiesta y eso es lo que tienen que mantener".



Experta en materia de firmas es Clara Sánchez, la de las largas colas y una de las más vendidas de la edición con Entra en mi vida, una autora que este año ha regalado su autógrafo hasta en 15 casetas diferentes: "Salvo por el polen, la firma no cansa, he hecho otras cosas mucho más duras en mi vida". Todo a favor de la Feria por parte de esta escritora que destaca su faceta de punto de encuentro, sin más. "La Feria sirve para que la gente que está familiarizada con el libro viva esta cita anual y a la vez es una oportunidad para aquellos a los que les cuesta cruzar el umbral de la librería". También celebra poner cara a los libreros: "Entrar en su caseta es entrar en su casa, los conoces, hablas con ellos, intercambias opiniones... Y si no se firma mucho, da igual, la Feria merece la pena igualmente y todo lo que favorezca estas líneas de encuentro me parece bien".



Un debutante menos agradecido es Antonio Luque, Señor Chinarro, que ha acudido con su primera novela, Exitus: "No me gustó encerrarme en las casetas, no. Los escritores tienen bastante con escribir. Somos malos vendedores. Guillermo Fesser, junto al que firmé una tarde, supo enseguida que debía pregonar como en los mercadillos de ropa barata o cachivaches usados. Él conoce a la gente. Yo también, pero nunca quise ser vendedor. Si hubiese querido habría vendido quesos o jamones; tienen más éxito". Tras la anécdota, suma otra opinión similar a la de Gutiérrez Aragón cuando decía sentirse un animal de zoológico: "Allí en el parque, rodeados de vegetación y de paseantes, la comparación con el mono de feria me pareció desde el principio inevitable. La gente va a pasear donde quiera que se pongan quioscos. Algunos compran, porque, ¿qué es la vida sin el consumo de bienes y servicios? Respondo: la animalidad pura. En el fondo, celebro que me tocara hacer de mono. Por lo demás, me gustó charlar con los libreros, y entiendo que el lector aprecie el contacto, siquiera visual, con el autor. Pero las novelas hablan por sí mismas, y me cuesta simular afecto o cariño con un simple garabato en la solapa de mi Exitus".



Siempre es el escritor mejor adaptado a los últimos vuelos del libro, pero en esta ocasión Lorenzo Silva sorprende al confesar que la Feria funciona tal como está, una opinión la suya que recoge el sentir general de los escritores: "La afluencia de lectores no ha bajado pese a la catástrofe circundante", recuerda, y aporta entre sus bondades la posibilidad que brinda de encontrar todos los libros que uno necesita, incluso aquellos menos comunes. "La Feria presta un buen servicio y es una convocatoria popular en un sitio inmejorable. Impregnarla de cultura en una sociedad que vive de espaldas a la cultura es difícil que dé resultado. Los recursos no son infinitos y antes de quitarlos de algo que funciona para destinarlos, no sé, a un concierto de Vetusta Morla, no tiene sentido".

Un desdenso del 19% en las ventas la Feria

La Feria del Libro de Madrid, que comenzó el pasado 25 de mayo, cerró el domingo 9 de junio con un descenso en las ventas de un 19% con respecto al año pasado, con una facturación de casi 6.500.000 euros, un millón y medio menos que en 2011,. "La Feria del Libro arroja unos datos que confirman la tendencia que durante este año ha seguido el sector, con una bajada importante en las ventas", ha destacado Pilar Gallego, presidenta de la Feria del Libro.



A pesar de la bajada en las ventas, la organización ha subrayado la gran afluencia de público que ha tenido esta 71ª edición de la Feria. "El público sigue siendo fiel a la Feria, la afluencia de visitantes no ha bajado; sin embargo, los compradores han sido más selectivos, han comprado menos, puesto que la Feria no ha podido salvarse de una crisis que azota a todos", ha indicado Teodoro Sacristán, director de la Feria del Libro. Para Sacristán, la Feria del Libro sigue siendo, a pesar de la importante bajada de ventas, "un balón de oxígeno para el sector".



Sacristán también ha destacado el buen tiempo. "Hacía por lo menos cinco años que no teníamos una Feria sin lluvias, y eso ha favorecido a que el público acuda", ha comentado antes de celebrar que el Banco Sabadell se haya sumado al Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad de Madrid y Mapfre como principales patrocinadores del evento.



En la 71 edición de la Feria del Libro de Madrid han participado 425 expositores, 22 menos que el año pasado, de los que 52 son librerías generales, 66 librerías especializadas, 272 editoriales, 11 distribuidores y 24 organismos oficiales. Todos ellos distribuidos en 356 casetas, 7 más que el año pasado, que hacen de esta feria una gran librería al aire libre, con un total de 12 kilómetros de estanterías de libros.



La Feria del Libro de Madrid es una actividad organizada por la Asociación de Empresarios del Comercio del Libro de Madrid (Gremio de Libreros de Madrid), la Asociación de Editores de Madrid y la Federación de Asociaciones Nacionales de Distribuidores de Editores (FANDE).