Image: Rousseau, un ilustrado seguido y perseguido

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Letras

Rousseau, un ilustrado seguido y perseguido

Repasamos la obra del pensador, en la que converge filosofía, música y botánica

28 junio, 2012 02:00

Jean-Jacques Rousseau (Ginebra 1712 - Ermenonville, 1778) fue uno de los más destacados pensadores europeos del siglo XVIII. Sus ideas nutrieron de fundamentos teóricos al movimiento ilustrado y la Revolución Francesa. Su educación se cimentó en un entorno calvinista. A los 16 años, sin embargo, lo dejó atrás, para instalarse en Annecy, una localidad cercana a los Alpes. Allí amplió su formación, tanto en el terreno de las letras como en el de la música. Posteriormente, en 1745, da el salto a París. La llegada a la capital francesa fue crucial, ya que entró en contacto con otros pensadores ilustrados como Diderot, D'Alembert, Rameau y Voltaire.

Hacia 1750 empieza a conquistar cierta popularidad en los círculos de intelectuales de la ciudad, sobre todo a raíz de sus tesis sobre el carácter corruptor que tienen las artes y las ciencias en el hombre. Su presencia en los mentideros y cenáculos de enciclopedistas, filósofos y escritores es habitual. Pero pronto también se granjea la desconfianza de sus interlocutores. Esas fricciones le llevan a replegarse. En esa época más solitaria es cuando alumbra dos de sus obras que más repercusión ha tenido. Por un lado, Emilio, o de la educación, en la que formula su impresión de que el hombre nace bueno y el entorno lo termina maleando. Y por otro, El contrato social, en el que acuña el concepto de voluntad general, formada por el grupo de individuos que renuncian a parcelas de su libertad para alcanzar la convivencia armónica.

Estas dos obras acrecientan el desdén y la desconfianza contra él. Lo convierten en un proscrito cuya casa es apedreada por exaltados. Incluso lo llegan a desterrar de Francia y debe instalarse en Inglaterra, acogido por John Hume. En 1770 pudo regresar al país galo, pero ya sin ímpetu para seguir batallando por sus ideas. Bajo un estado sombrío, escribe sus memorias, Confesiones. En 1778, fallece con 66 años, en su retiro del castillo de Eremenonville, en el que vivía invitado por el Marqués de Girardin.

Bibliografía Fundamental

Discurso sobre las ciencias y las artes (1750)
Rosseau elaboró su discurso a partir de un anuncio publicado por la Académie des sciences, arts et belles-lettre de Dijon, en el periódico Mercure de France, en el cual ofrecían un premio al mejor ensayo que respondiera a la cuestión de si contribuye el desarrollo de las ciencias y el arte a mejorar la moralidad humana. Muy crítico con las prácticas y costumbres de su tiempo, presentó una diatriba contra las ciencias y el arte en la que afirmaba que, lejos de depurar las costumbres humanas, entorpecen y alejan de la virtud.
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754)
Conocido como el Segundo Discurso, este texto fue escrito compitiendo por el premio que otorgaba la Academia de Dijon indagando en la pregunta: «¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres, y si es respaldada por la ley natural?». Aunque su trabajo no fue reconocido con el premio por parte del comité del certamen (como fue por el Discurso sobre las artes y las ciencias) publicó, de todos modos, el texto en 1755. En él examina dos tipos de desigualdad, la natural o física y ética-política.
Carta a D'Alembert sobre los espectáculos (1758)
Constituye, sin duda, el escrito polémico más conocido y difundido de Rousseau. Él mismo confiesa que sentía predilección por este texto. Y, sin embargo, fue escrito en condiciones físicas y anímicas muy desfavorables. Pese a todo, lo redactó casi de un tirón en apenas tres semanas, fiel al diagnóstico que el propio D'Alembert trazará de él en la carta a Voltaire: Rousseau alcanza su máxima capacidad intelectual "cuando su mente se inflama". La obra pretende denunciar por su parte la actitud homogeneizadora del modelo ilustrado; de ahí su insistencia en advertir que lo que es bueno para París no tiene por qué ser bueno para Ginebra.
Julia, o la Nueva Eloísa (1761)
Obra epistolar inspirada en la historia de Eloisa y Pierre Abélard. A pesar del género novelesco a través del cual se presenta La Nueva Eloísa, la obra está llena de una teoria filosófica en la cual Rousseau explora los valores morales de la autonomía y autenticidad para dar preferencia a la ética de la autenticidad contra los principios morales racionales: cumplir lo que la sociedad exige sólo si es conforme a sus propios "principios secretos" y a los sentimientos que constituyen la identidad profunda.
Emilio, o De la educación (1762)
Es un tratado filosófico sobre la naturaleza del hombre que Jean-Jacques Rousseau creía la “mejor y más importante de todas sus obras”. Aborda temas políticos y filosóficos concernientes a la relación del individuo con la sociedad, particularmente señala cómo el individuo puede conservar su bondad natural mientras participa de una sociedad inevitablemente corrupta. En el Emilio, Rousseau propone, mediante la descripción del mismo, un sistema educativo que permita al “hombre natural” convivir con esa sociedad corrupta. Rousseau acompaña el tratado de una historia novelada del joven Emilio y su tutor, para ilustrar cómo se debe educar al ciudadano ideal. No suele señalarse, sin embargo, que se excluye de este ideal a las mujeres, cuya educación ha de referirse a satisfacer a los hombres.
El contrato social (1762)
Esta obra cumbre de la filosfía política trata principalmente sobre la libertad e igualdad de los hombres bajo un Estado instituido por medio de un contrato social. Se dice que este libro fue uno de los muchos incitadores de la Revolución francesa por sus ideas políticas y también uno de los inspiradores de los principios filosóficos que regirían el socialismo en base al concepto de voluntad general. La obra tiene cuatro libros pero en realidad es un proyecto inacabado, el autor no se veía con fuerzas suficientes para emprender la dificultosa tarea del estudio de los asuntos políticos.
Ensayo sobre el origen de las lenguas (1761)
Publicado póstumamente en 1781, plantea la pregunta de saber cómo el hombre ha llegado a hablar y cuál es el origen del lenguaje. Rousseau busca reflejar el surgimiento de la convención, de la aparición común y simultánea del lenguaje y del pensamiento a partir del “estado puro de la naturaleza”. Según Rousseau, no son las necesidades (la sed, el hambre) las que hacen nacer la palabra sino las pasiones (el amor, el odio, la piedad, la cólera) y más particularmente la pasión de la piedad, las que acercan a los hombres y hacen nacer en ellos la necesidad de comunicarse y de hablar.
Confesiones (1766-1770)
Escritas en el exilio, cuando su autor contaba entre 54 y 58 años, para el profesor Rafael Gómez Pérez "son una potente autojustificación de un anciano que ya estaba aquejado por la paranoia y la manía persecutoria. La paranoia tenía su fundamento: la condena del Emilio y del Contrato era exagerada y consecuencia de una persecución real en la que intervienen varios enciclopedistas (los ilustrados del tiempo), como d"Alembert, Diderot y el barón de Holbach. 'Los que tantas contradicciones me achacan...', escribe Rousseau en el ultimo libro de las Confesiones".
Las ensoñaciones de un paseante solitario (1776)
Fue la última de una serie de obras profundamente autobiográficas, junto con Las Confesiones y Diálogos: Rousseau, juez de Jean-Jacques, compuestas en los últimos años de su vida. son una mezcla de anécdotas autobiográficas, descripciones de observaciones, especialmente de plantas, hechas por Rousseau en sus paseos por París, y elaboraciones y extensiones de argumentos previos en campos como la educación y la filosofía política. El libro está dividido en diez capítulos de diferentes tamaños, llamados Promenades ("paseos", en español). Rousseau finalizó el octavo y el noveno, aunque no los revisó, y el décimo quedó inacabado tras su muerte.