Dionisio Ridruejo, Salvador Dalí, Luis Miguel Dominguín, Jean Cocteau y Miguel Utrillo

Fundación Banco Santander, 2012. 125 páginas. 10 euros.



Es llamativa la vigencia de Dionisio Ridruejo (1912-1975), el ideólogo, no el escritor, en este tiempo en que los políticos concitan una bien merecida desafección. La trayectoria de Ridruejo -su temprana, sincera y onerosa rectificación- desde la teorización y el activismo fascista hasta la confabulación antifranquista de ribetes socialdemócratas tiene el atractivo de la ejemplaridad. Sin descargos de conciencia ni otras coartadas, Ridruejo obedeció a firmes y tercos dictados morales que hacen la suya una figura seductora. Pero también hay en esta presencia del político soriano otra razón no desdeñable. Me refiero a un cambio de apreciación generacional. Mientras que la promoción que se hizo adulta en el ocaso del franquismo nunca disipó -o no disipamos- recelos, la siguiente lo ha rescatado sin reticencias. Ahí está la labor de Jordi Gracia, a quien debemos análisis fundamentales sobre los cuales se sostiene en buena medida la actual recuperación.



No toda la obra de Ridruejo se ha lucrado por igual del rescate. La poesía no despierta mucho interés, aunque haya tenido esmerada salida en colección de clásicos. Ha sido la obra ensayística y política -doctrinal, si se quiere- la más beneficiada, en parte por la magnífica reedición de Escrito en España debida a Gracia. También la personalidad ha merecido atención en dos importantes publicaciones del mismo Gracia, una semblanza, La vida rescatada de Dionisio Ridruejo y un amplio epistolario. Estos trabajos, hechos con el rigor académico y la fluidez expositiva que caracterizan al profesor barcelonés, ya se asoman a la intimidad del personaje y, un paso adelante en esta dirección, se adentra ahora en el Ridruejo privado dando a luz el epistolario dirigido a su mujer, y colaboradora, Gloria del Río, entre 1962 y 1964. Es la materia que contiene Cartas íntimas desde el exilio, libro preparado junto con Jordi Amat, cuya monografía Las voces del diálogo está junto con las de Gracia, en la base del sabroso epistolario editado por la Fundación Banco Santander.



En 1962, fecha señalada en la trayectoria de la dictadura, se celebró un congreso del Movimiento Europeo, cuyo cincuentenario se recuerda estos días con sospechosa falta de entusiasmo, al que asistieron demócratas españoles e irritó hasta la exasperación a las autoridades franquistas. Las represalias, en forma de detenciones y destierro, esperaban a los participantes del "contubernio de Múnich", como instancias oficiales tildaron el encuentro. Ridruejo, sobre aviso de lo que ocurría, decidió quedarse en París, donde residió hasta que, retando al Régimen, acordó regresar, por no sentir que "falto a mis responsabilidades", en abril de 1964.



Durante estos casi dos años de destierro envió a su mujer 32 cartas, alguna "más bien un poco lírica", otras noticiosas, sin detalles comprometedores, eso sí, y todas ceñidas al campo de la privacidad. En ellas se refleja el agudo estado de provisionalidad de quien rechaza el exilio indefinido porque no "le interesa ni vital ni políticamente". El precio a pagar es una gran precariedad material que llena las cartas de detalles entrañables. No pudiendo comprarse nuevos, le pide a su mujer que le envíe mocasines, pañuelos, camisas, pijamas, slips, un traje gris que debía zurcirse de una quemadura, y devuelve otro "sobadísimo" para llevar al tinte. Y por ahorrar unas monedas en alimentación, adquiere un infernillo de alcohol y una cacerola para hacerse sopas de sobre con leche en polvo. Todo un ejemplo de austeridad de quien tuvo que acudir al subsidio de amigos y familiares, el de su tío Epifanio, el futuro conocido banquero, principal propietario entonces de la Banca Ridruejo.



Careció aquel par de años de ingresos fijos y regulares, estuvo tentado a meterse en negocios y en parte sobrevivió por la ayuda del Congreso por la libertad de la Cultura, una fundación de ámbito internacional dedicada a favorecer la democracia, aunque la revista americana Ramparts descubrió en 1966 que por debajo la controlaba la CIA para hacer proselitismo antisoviético.



Llevó, pues, entonces una existencia muy de medio pelo quien había sido otrora jerarca de la Falange y pudo haberse enriquecido, de haberlo querido, como tantos otros, al amparo del Régimen. La circunstancia le inclina a llevar la vida de hurón que le gustaba, según dice, y le hace pasar etapas de crisis, y sentir una lacerante soledad aislado de los suyos, sin buscar siquiera en las jóvenes paseantes que le encandilan remedio a las urgencias de la carne. Un pudor controlado -quizás porque las cartas, al igual que todas las de alguien notable, nunca están escritas por completo sin la presunción de su publicidad futura- impide el desvelamiento verdadero de la intimidad, el requisito que Baroja exigía a la escritura confesional, pero no faltan pasajes de sincera emoción ante la situación de la destinataria. Lamenta "no haberte procurado unos días de alegría constante" y siente "lo pobrísimamente que te he hecho vivir". En esas circunstancias, lo vemos pasar de la depresión a la exaltación, pero siempre con el sostén de su doble pasión política y española.



Aparte esta vertiente psicológica, las cartas también tienen valor como documento de época. No son muchos esta clase de apuntes, pero sí interesantes. Tocan diversas teclas. Advierte la importancia del episodio de Múnich, por haber "dado confianza a unos y a otros", haber "roto el mito de la incomunicabilidad de los dos mundos (fuera y dentro)" y haber diluido la desconfianza en la derecha. Anota la confusa -el "lío", dice- situación política. Predice un futuro en el que se verá que los traidores no son él y sus amigos sino quienes así les tildan. En fin, reafirma la radicalidad de su ruptura al asegurar que no es ni un "reformador desde dentro ni un falangista puro y exigente".



Los contratiempos no hicieron mella, por otra parte, en el vitalismo en que apoyó su infatigable actividad política. Esta confesión explica cómo supera el síndrome de una acechante vejez (¡los 50 años que cumple en París!): "es curioso que cuanto más viejo voy haciéndome más positivo me es todo lo de la vida, más me conmueve y exalta todo, con momentos de una plenitud increíble. [...] El presente se me hace completísimo y la nostalgia no hace más que endulzarlo".



Este ramillete de cartas, cuya publicación coincide con la de Ecos de Munich (RBA) -recopilación de artículos olvidados y un texto inédito del poeta, en edición de Jordi Amat-, tienen el variado interés señalado, y solo cabe lamentar que no figuren las de la destinataria. Además, traslucen el escritor valioso que Ridruejo fue (más el fino prosista de la guía de Castilla la Vieja que el poeta sin demasiado vuelo). Incluso alguna vez alcanza auténtica vibración lírica con imaginería ramoniana: "la primavera, de repente, se ha puesto a correr hoy como un zumo dorado y muy tibio por todas las calles".