Michael Ignatieff. Foto: El Mundo
Hace unos años, durante una conferencia en Sevilla en torno al nacionalismo, con presencia del periodista Gorka Landaburu, una adolescente levantó la mano para hacer una pregunta. -"Señores ponentes -comenzó la estudiante- están hablando de una cosa que puede ser buena o puede ser mala, pero creo que, sobre todo, está totalmente desfasada". El periodista y el resto de conferenciantes se quedaron descolocados por la rotundidad de la intervención. Ni bueno ni malo, el nacionalismo era viejo a ojos de una chica. Landaburu lo pensó un poco y luego admitió que la afirmación era inteligente y que era verdad que el nacionalismo se había quedado como antiguo. Seguramente, mientras esa charla se celebraba en Sevilla, Michael Ignatieff viajaba. Si hay alguien que puede llamarse ciudadano del mundo, esa expresión tan manida, es él, que durante su vida ha vivido en varios países y viajado a otros muchos. Y lo ha hecho persiguiendo al espíritu del nacionalismo, una ideología que parte de la sangre para, en muchas ocasiones conducir a la sangre.Escritor, profesor de Derechos Humanos y Relaciones Internacionales en la Universidad de Toronto, ex líder parlamentario en Canadá, ex profesor de Harvard y columnista, Ignatieff se convirtió hace ya 20 años en una de las voces internacionales más autorizadas para hablar de esta ideología. Lo logró con su libro Sangre y pertenencia, una obra a caballo entre el análisis político y el libro de viajes, tan plena de información como de imágenes poéticas y testimonios, que ahora ha editado por primera vez en español El hombre del tres. Viene la edición con un epílogo redactado por el autor en la actualidad, en el que estudia la vigencia de su propio texto, que la tiene, pero en el que concluye que el nacionalismo se ha ido suavizando durante la primera década del siglo XXI, sobre todo en lo que se refiere al uso de la violencia para su defensa. Ahora bien, suavizado sí, pero no desfasado como afirmaba aquella estudiante. Al habla, Ignatieff: - Soy un cosmopolita, alguien que ha vivido y que se ha sentido como en casa en al menos tres países, pero entiendo por qué el nacionalismo es tan atractivo: el anhelo de ser dueño y señor de tu propia casa, de vivir libre de dominación por parte de extranjeros, el deseo de proteger la lengua, la cultura y la tradición de las fuerzas globalizadoras... No veo que sean unas consideraciones negativas ni tampoco una reliquia del pasado, al contrario, ese nacionalismo también será parte de nuestro futuro.
No era así en hace dos décadas. En los 90, cuando viajó con un equipo de la BBC a Croacia, Serbia, Alemania, Ucrania, Québec, Kurdistán e Irlanda del Norte con el fin de adentrarse en los porqués de la identidad nacional, en un viaje en el que su propia biografía estaba también presente (tiene raíces rusas y ucranianas), el panorama era muy distinto. Entonces los Estados pinchaban a la hora de proteger a sus ciudadanos y sobrevenía la violencia con demasiada facilidad. A veces, incluso, como señala en el libro, las armas llegaban primero y las justificaciones teóricas después:
- Sucede en muchas ocasiones pero, ocurra en el orden que ocurra, la violencia siempre necesita ser justificada y el nacionalismo es, entre otra cosas, una excusa para la violencia en nombre de libertad y del pueblo.
El escritor, que acaba de ser premiado por esta obra con el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo por "su aportación a la superación de las diferencias étnicas y religiosas y su defensa ética de los valores universales frente al nacionalismo", continúa hoy inmerso en estos estudios y, aunque sus conclusiones tienen hoy valor histórico, no ha cesado de estar alerta:
- Continúo observando y visitando los países que estudié en 1990 y espero que mi libro inspire a los jóvenes periodistas a hacer un nuevo viaje como el mío a otras naciones que no estaban en mi lista. El mayor shock para mí entonces, y también la lección más grande, fue Yugoslavia, donde vi cómo personas que habían vivido juntas, compartido el mismo país y a las que no le importaban sus diferencias empezaron a matarse de buenas a primeras cuando el Estado sufrió el colapso. Eso me dice que el orden multicultural es frágil por naturaleza, aún hoy, y lo es en todas partes.
Preguntado por el carácter también literario de la obra, Ignatieff recuerda que su decisión de mezclar política y elementos de la literatura de viajes, descripción y análisis para crear un nuevo tipo de escritura ha sido fundamental para que el libro se haya traducido a muchos idiomas y se emplee en las asignaturas de muchas universidades. "A los lectores parece gustarle esa mezcla", se enorgullece.
De vuelta al presente, y teniendo en cuenta la crisis económica global como factor para potenciar un resurgimiento del nacionalismo, el experto cree que es algo que puede producirse. Su pronóstico es el siguiente:
- La crisis asusta a la gente, que hoy vive preocupada por sus trabajos y su futuro y quiere que sus gobiernos le protejan de la globalización. Pronostico que, según se desarrolle el problema económico, los sentimientos nacionalistas se fortalecerán y crecerá la desilusión hacia la globalización. El nacionalismo se presentará a sí mismo como la solución a la crisis y los nacionalistas dirán que debemos ser los dueños de nuestras casas. Y, sí, la gente votará eso.
En cuanto al caso español, que no aborda en el libro pero sobre el que ha hablado en otras muchas ocasiones, cree Ignatieff que la violencia no volverá a resurgir. Sin embargo, reconoce como algo lógico que los españoles todavía no confíen en ello:
- Nunca es fácil confiar en que aquellos que han usado las armas no vayan a volver a hacerlo. Llevará su tiempo y tampoco yo confiaría en ETA ni en ninguna organización similar hasta que haya demostrado durante varios años que cree en la democracia y no en la violencia. Siempre habrá jóvenes dispuestos a la violencia, pequeñas células intentando armar jaleo (continúa al hilo de una noticia reciente de The Guardian en la que la cabecera británica anunciaba la aparición de nuevos grupos violentos en el Norte de Irlanda). Pero lo importante es que no acaben teniendo apoyo popular, cosa que es muy complicada en regiones como Irlanda del Norte.
Confiado y optimista, considera que si su experiencia en aquellos viajes, si sus encuentros con protagonistas en el camino, pudieron mutar su pensamiento para siempre, la lectura de su libro Sangre y pertenencia también lo hará en aquellos que se acerquen a él: "Esa es la razón por la que uno escribe libros, ¿no? Para cambiar tu mente. La mía cambió por aquel entonces definitivamente".