Lisa See, autora de Sueños de felicidad
Todos estos apuntes identitarios tienen su relevancia. Lisa See nació en París, donde sus padres estudiaban ("Eran tan pobres que utilizaban un cajón del armario como cuna para mí"). Pero se crió en Los Ángeles, en el barrio habitado por la laboriosa y humilde comunidad china. En ese contexto, no sentía que hubiera salido nunca del país del que todos hablaban. Era parte de ella. Fue más tarde cuando empezó a sentir lo lejos que estaba de allí. Entonces la nostalgia permeó su conciencia. Nostalgia de una geografía que jamás había pisado pero resultaba clave en la conformación de lo que ella era/es. Y la mejor manera de aplacarla fue escribir sobre aquel mundo. "Así podía responder a la pregunta ¿quién soy?".
De este modo ha ido confeccionando una obra salpicada de tramas ambientadas en China: El pabellón de la peonías, El abanico de seda, Dos chicas de Sanghai... Ahora lanza en España (por eso ha venido a visitarnos) una secuela de esta última, titulada Sueños de felicidad (Bruguera), con la que consiguió auparse al número 1 de los libros más vendidos de The New York Times el año pasado.
La novela narra la búsqueda de su padre por parte de Joy, adolescente de 19 años. Él es un esquivo artista chino que decidió regresar a su tierra natal. La joven de pronto se encuentra en el Shanghái de 1957. Mao acaba de poner en marcha el Gran Salto Adelante, que tiene como objetivo relanzar la economía del país a través de una industrialización acelerada. Una megalomanía despiadada que provocó una hambruna terrible. Lisa See cita estudios en el arranque de la novela que hablan de 45 millones de muertos. "Muchos conocen la Revolución Cultural pero este capítulo ha quedado oculto. Ese soterramiento más o menos deliberado avivó mi deseo de escribir sobre ello. Es que de China, en Occidente, sólo vemos la fachada".
La escritora estadounidense rehúye el morbo o el sensacionalismo pero recuerda que en aquel periodo hubo madres que llegaron a intercambiar a sus hijos moribundos con otras madres. ¿El sentido? Que las unas podían comerse los vástagos de las otras. "En Sueños de felicidad quería meterme en la piel de una mujer que se ve en una situación tan desesperada. La única redención moral que podía obtener en su conciencia de una acción así es que al menos no se comían a su propio hijo", explica.
El viaje de Joy en busca de sus verdaderas raíces tiene un evidente trasfondo biográfico. Lisa See también volvió a China. Sabía que si no se sumergía en aquel gigantesco territorio nunca completaría el puzle de su identidad. "La primera vez que entré en China fue en 1988, desde Hong Kong. Cuando iba en el tren veía los poblados precarios de los campesinos del sur a la par de la vía. Eran miserables pero en sus jardines se veía su obsesión por la estética. Al ver aquel paisaje sentí una clara conexión con los barrios donde yo había crecido. Supe que lo que yo había sido siempre era una campesina china del sur".