Bombardero del portaviones Enterprise, decisivo en la batalla de Midway (junio de 1942).
Tales cualidades se manifiestan también en Inteligencia militar, que no es tanto un estudio sistemático del tema como un análisis de siete episodios concretos, a través de los cuales reaparece una misma idea dominante, la de que la aportación de los servicios de inteligencia al resultado de las guerras, aun siendo importante, no lo es tanto como a veces se piensa. En definitiva las batallas se deciden sobre el terreno y, si las fuerzas están equilibradas, el factor decisivo es la determinación de los combatientes, cuando no el azar. El papel que juega el coraje de los soldados queda claramente ilustrado en el apasionante relato que hace Keegan de la invasión de Creta en 1941 por tropas aerotransportadas alemanas. Gracias al trabajo de los analistas de Bletchley Park, que lograron descifrar mensajes codificados por la máquina alemana Enigma, el mando británico en Creta tenía una excelente información previa del ataque enemigo y sin embargo vencieron los alemanes, debido sobre todo al arrojo temerario de sus hombres.
Keegan también analiza con maestría a batalla aeronaval de Midway, que en junio de 1942 puso fin a la etapa de expansión japonesa en el Pacífico y suele mencionarse como ejemplo perfecto de un combate decidido por los servicios de inteligencia, algo que Keegan cuestiona. Gracias a labor de sus criptógrafos, el plan de ataque japonés era bien conocido por el mando estadounidense, pero aunque ello fue crucial para que su flota lograra interceptar a la japonesa, no decidió sin embargo el resultado de la batalla, que podía haber sido muy distinto de no haberse producido un azar afortunado. El momento decisivo se produjo cuando los bombarderos en picado del portaviones Enterprise avistaron a la armada japonesa en un momento en que los cazas Zero, que habían debido protegerla, no estaban en una disposición favorable porque acababan de rechazar el ataque de los aviones lanzatorpedos llegados desde el Hornet, lo que permitió a los estadounidenses poner fuera de combate a tres portaviones, un éxito que debilitó de forma duradera las fuerzas navales de Tokyo.
La traducción española, en general correcta, trasmite con precisión el fino análisis de Keegan, pero en uno de esos descuidos que con demasiada frecuencia ocurren en las ediciones españolas, cuando en las conclusiones finales del libro se alude de nuevo a esta batalla, el asombrado lector se encuentra con que los Zero no habían destruido al último de los aviones lanzatorpedos del portaviones Hornet, sino al "último buque estadounidense con aviones lanzatorpedos".
Otros dos de los episodios analizados por Keegan se sitúan también en la II Guerra Mundial. Uno de ellos se refiere a la batalla del Atlántico, es decir, al fracaso de los submarinos alemanes en su intento de cortar la red de abastecimientos marítimos de la que dependía el esfuerzo bélico británico, un resultado al que contribuyó la labor de los servicios de desencriptación, pero también otros factores como el empleo de convoyes y el desarrollo de las armas antisubmarinas.Y el otro analiza los esfuerzos para evaluar y neutralizar la amenaza de las nuevas armas desarrolladas por los alemanes al final de la contienda, las bombas volantes V-1 y los misiles V-2, que no lograron evitar que llegaran a ser lanzadas contra Inglaterra, pero limitaron sus daños.
Keegan aborda de manera muy sucinta el período posterior a la II Guerra Mundial y en contra de lo que sugiere el subtítulo, "de Napoleón a Al Qaeda", no es mucho lo que ofrece acerca del papel de los servicios de inteligencia en la lucha contra la organización de Bin Laden. Un capítulo excelente se sitúa, en cambio, en el contexto de las guerras napoleónicas. Narra como el almirante británico Nelson persiguió por todo el Mediterráneo a la flota que llevó a Egipto a la expedición mandada por Napoleón, hasta que la localizó y destruyó en la bahía de Abukir.
En aquellos tiempos era muy difícil conseguir información acerca de los movimientos de una flota enemiga y tampoco era sencillo que se volvieran a reunir los navíos de una misma flota que se hubieran separado. El mejor instrumento a disposición de un almirante dieciochesco eran las goletas, que se alejaban de la flota en misión de reconocimiento y regresaban tras haber avistado al enemigo, pero Nelson perdió el contacto con las suyas al inicio de la campaña. En definitiva, también en aquella ocasión jugó un papel el azar, aunque la tenacidad de Nelson en rastrear el Mediterráneo también contribuyó a que finalmente avistara los mástiles franceses en Abukir.
En resumen, el aficionado a la historia encontrará en Inteligencia militar un libro inteligente y ameno que permite entender mejor las realidades del combate en siglos pasados. Si hay historiadores que llegan a ser admitidos en el Valhalla de los guerreros, Keegan se encontrará entre ellos.