Edward O. Wilson. Foto: Quique García

Traducción de Joandomènec Ros. Debate. Barcelona, 2012. 382 páginas. 23'90 euros

Wilson es un pensador de primer orden, cuyas contribuciones han venido animando el debate biológico durante décadas, y además un magnífico escritor premiado con justicia con dos Pulitzer

Les aseguro que Edward O. Wilson (E.O.W.) es un único individuo, pero se pudiera sospechar que bajo ese nombre se ampara un colectivo de avispados biólogos con inclinaciones diversas. Hace ya más de medio siglo se registró bajo ese nombre la elucidación del sistema de emisión y recepción de señales químicas, las feromonas, con las que las gregarias hormigas lograban su integración social, un avance biológico de primer orden. Luego apareció bajo la misma aparente autoría La teoría de la biogeografía de las islas, texto en el que, con la ayuda de un matemático, se elaboró un modelo predictivo sobre el destino de las especies en un espacio limitado, dando cumplida cuenta de variables tales como las tasas de nacimientos en relación con las distancias entre islas, lo que supuso una revolución en el campo de la ecología.



Dos décadas más tarde, será el éxito global del libro Sociobiología: la nueva síntesis (1975) el que hará definitivamente famoso al nombre que lo suscribe y forzará a una persona de carne y hueso a dar la cara y defender en público dicha síntesis, cuyo supuesto determinismo respecto al ser humano suscitó la ira de los científicos sociales, los defensores del libre albedrío y de la tabla rasa y, en general, los biólogos marxistas.Las furias contrarias a este Wilson fueron de tal magnitud que se llegó a arrojarle una jarra de agua durante una conferencia. Más recientemente, la difusión actual del concepto de biodiversidad también tuvo como abanderado a E.O.W, que se excedió bastante al asegurar que las especies se están extinguiendo a una tasa de 250.000 por año, cifra que, aunque de ser correcta hace tiempo que la vida tendría que haberse extinguido en el planeta, puso sobre aviso de que estamos ante la sexta gran extinción. Ahora un E.O.W que contradice a otro anterior viene a proponernos una nueva explicación evolutiva para una especie con una cultura tan compleja como la nuestra. Siempre acompañado por la controversia: con esta nueva teoría Wilson ha logrado una nueva marca, la de que los que rechazan la teoría se hayan adelantado a su publicación: hace unos meses, 130 conocidos científicos se descolgaron con una carta en su contra en la prestigiosa revista Nature.



En el breve prólogo de La conquista social de la Tierra, el autor empieza desplegando como telón de fondo el famoso lienzo de Gaugin "¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?", preguntas que encabezan sendas secciones del libro y que el autor considera como los problemas centrales de la religión y de la filosofía. Para explicar la condición humana, Wilson pone el foco en el reducido y exitoso conjunto de las especies eusociales, especies que como las hormigas, las abejas, las avispas, las termitas y nuestra propia especie, han desarrollado un sistema social complejo. ¿Cómo surgió evolutivamente el comportamiento altruista necesario para la eusocialidad? La explicación más comúnmente aceptada, en tiempos sustentada por Wilson y todavía defendida por sus numerosos detractores, es que el altruismo evolucionó entre parientes próximos como una manera de asegurar la pervivencia de su herencia genética común. Cuando se asentó la polvareda de la Sociobiología, ésta se abrió paso gracias a toda una serie de brillantes evolucionistas, entre los que se incluían figuras tales como John Maynard Smith y Richard Dawkins, quienes creen que este tipo de selección basta para explicar el surgimiento de la eusocialidad. Según Wilson, se ha demostrado que los estudios sobre insectos en que se basa dicha postura han sido incorrectamente interpretados y que por tanto se requiere una nueva construcción teórica. Con sus grandes aciertos y con sus innovadoras contribuciones a las controversias evolutivas, este autor es sin duda una de las grandes figuras de la biología en el último medio siglo.



Ahora Wilson sostiene que, sin desmentir que la selección opere sobre el individuo y el conjunto de sus parientes, es necesario apelar a un modo adicional de acción para explicar la evolución de ciertas características de una especie como la nuestra. Me refiero no sólo al altruismo sino también a otras virtudes como la moralidad o el sentido del honor. Este otro modo de producirse la selección sería al nivel tribal, al del grupo formado por estirpes genéticas distintas, de modo que la selección actuaría sobre el individuo y el conjunto de sus parientes y sobre el conjunto de esos conjuntos (tribus, sociedades, naciones). En el esquema de Wilson, el dilema del bien y el mal se generaría por la selección a los distintos niveles. Tanto la selección individual como la tribal afectarían al individuo en oposición una de otra; la primera ahormando en éste instintos esencialmente egoístas, mientras que la segunda empujaría al individuo hacia el sacrificio por otros miembros del grupo (pero no de otros grupos). "La selección individual es responsable de mucho de lo que llamamos pecado, mientras que la selección de grupo es responsable de la mayor parte de la virtud. Juntas han creado los peores y los mejores ángeles de nuestra naturaleza.", concluye Wilson.



La historia no se entiende sin la prehistoria, ni esta última sin la biología. ¿De dónde venimos? De la evolución biológica, nos dice el autor, y para explicar los mecanismos por los que surge la eusocialidad, apela a sus conocimientos de entomología, dándonos su visión de cómo los insectos conquistaron el mundo de los invertebrados. Hasta aquí Wilson transita por un territorio que conoce bien y que no abandonará hasta el capítulo V del libro, en el que debe abordar la evolución de la cultura humana para contestar a la pregunta de ¿Qué somos?, pregunta cuya respuesta incluye asuntos más difíciles de lidiar, tales como la evolución de la variación cultural y los orígenes del lenguaje, la moralidad, la religión y las artes creativas, un ámbito en el que la evidencia es necesariamente más elusiva. En relación con la pregunta ¿Adónde vamos?, Wilson es inevitablemente breve. Viene a aseverar que el futuro es imposible de predecir y que en todo caso "el mejor objetivo en este momento puede ser el de elegir dónde no ir."



Wilson es un pensador de primer orden, cuyas contribuciones han venido animando el debate biológico durante décadas, y además un magnífico escritor que con toda justicia ha recibido dos premios Pulitzer por sus libros. La teoría que aquí propone es atractiva, está bien argumentada y es lo bastante innovadora como para convertir a este libro en punto focal de una encendida controversia, algo inevitable cuando se trata de aplicar los bien establecidos esquemas evolutivos más allá de la consideración de los caracteres biológicos tangibles. Estamos ante un libro mayor que invita a pensar y a discrepar.