Philip Roth, Coetzee y Auster
Esta tarde, la entrega de los premios Príncipe de Asturias va a lamentar una ausencia de excepción. Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933), autor seriamente enfermo, no podrá asistir. Para compensar su sombra, El Cultural anticipa unas cartas inéditas de Paul Auster y el Nobel surafricano J. M. Coetzee, que forman parte del volumen Aquí y ahora que lanza Anagrama/Mondadori el 8 de noviembre.
He terminado de leer Sale el espectro, de Philip Roth
29 de julio de 2010Querido Paul:
Esta mañana he terminado de leer Sale el espectro de Philip Roth y esta tarde he visto Le temps qui reste de François Ozon. Un motivo en común: el cáncer. Sale el espectro está protagonizada por un septuagenario que, impotente después de una prostatectomía, se enamora perdidamente de una jovencita. La película trata de un joven más bien vanidoso y egoísta que descubre que tiene cáncer terminal y en el curso de sus últimos días se convierte en lo que solo podemos llamar una mejor persona. Así pues: uno es una comedia sobre el cáncer, de esa modalidad de comedias amargas que escribe Roth, y la otra es una elegía de lo más conmovedora.
Sale el espectro no me parece una pieza particularmente notable dentro del canon de Roth. Sé que a Roth le encanta sacar cosas nuevas de situaciones manidas; sin embargo, no hay mucho que sacar del tema del hombre anciano que lucha contra la decadencia para demostrar su virilidad por última vez.
La película de Ozon, en cambio, es otra cosa. ¿Conoces su obra? Se trata de una película perfecta a su manera, que capta muy bien la soledad del que está muriéndose y la mezcla de compasión, indiferencia y nervios con que los demás lo tratamos. También hace un uso delicado de una pequeña historia dentro de la historia que en unas manos distintas habría resultado grotesca: una camarera aborda al joven en un café, elogia su atractivo y lo invita a inseminarla, puesto que su marido -cómplice de la propuesta- es estéril. Hasta le ofrece dinero. Al principio el joven se muestra ofendido, pero luego se lo piensa mejor: es una forma de dejar su huella en el mundo.
Ozon maneja esta historia dentro de la historia dándole una atmósfera casi chejoviana: compasiva pero fría y nítida. La pregunta nerviosa que le hace la pareja al joven mientras se están despidiendo: ¿puedes asegurarnos que lo que tienes (y te está matando) es cáncer y no sida? Está claro que él quiere volver a verlos; ellos no tienen ese deseo para nada.
Doy por sentado que has leído Sale el espectro y que sabrás que es un poco un batiburrillo. Incluye una diatriba completamente inmotivada sobre las tendencias del llamado periodismo cultural, puesta en labios del personaje de Roth, Lonoff. Sin duda en esa diatriba hay mucho que yo, que no soy de Nueva York, me pierdo.
Pero está claro que Lonoff (¿y también Roth?) no siente nada más que desprecio hacia esa mezcla de moralina y reduccionismo biográfico que pasa por crítica literaria en vuestros órganos culturales (y también en los nuestros). (Cuando hablo de reduccionismo biográfico me refiero a tratar la narrativa como una forma de camuf laje del yo que practican los escritores: la tarea del crítico es deshacer ese camuf laje y revelar la «verdad» que hay detrás.) El vill no de Sale el espectro es uno de esos críticos que amenaza con publicar una lectura de la narrativa de Lonoff como si fuera la historia camuf lada (o tal vez la historia obstruida, no se sabe) de un incesto que el escritor cometió con una hermana mayor.
No me cuesta nada entender por qué Roth, que es una figura muy visible dentro del panorama literario, es tan susceptible hacia esta modalidad de crítica literaria, pese al hecho de ser consciente de que cuanto más despotrique, más se relamerán (¿Qué está intentando ocultar?) los Kliman de este mundo (Kliman es el crítico-villano). Estoy seguro de que tú, que nadas en el mismo estanque que Roth y solo eres un poco menos visible, debes de tener tus propias ideas sobre el tema, que me imagino que puedo adivinar.
En cuanto a mí, me gusta pensar que, como vivo en los márgenes del universo conocido, voy a eludir la atención de los Kliman; lo más seguro, sin embargo, es que me esté engañando a mí mismo.
Un abrazo,
John M. Coetzee
"¿Nado en las mismas aguas que Roth? No estoy seguro"
29 de julio de 2010Querido John:
Lamentablemente, no he leído Sale el espectro, ni he visto Le temps qui reste. He devorado varias novelas de Roth a lo largo de los años (solo una mínima parte de su producción) y he visto dos o tres películas de Ozon, una de las cuales, Piscina, me causó gran impresión.
¿Nado yo en las mismas aguas que Roth? No estoy seguro. Nuestros caminos se han cruzado unas cuantas veces, en dos ocasiones hemos cenado en un grupo de tres con Don DeLillo (íntimo amigo mío desde hace muchos años), y hemos intercambiado un puñado de cartas. En otras palabras, es un conocido, no un camarada. Lo que a él más le interesa de mí, creo yo, es que ambos hemos nacido en Newark. En cuanto a Nueva York, sin embargo, no soy "algo menos visible que él", sino muchísimo, quizá infinitamente menos visible. Roth es un dios cuya obra ha sido universalmente elogiada desde su primer libro, mientras que yo solo soy un simple y esforzado mortal cuya obra ha recibido más coces de las que quisiera recordar. Y además, tiendo a evitar muchedumbres, fiestas y declaraciones públicas, prefiriendo cuidar de mi pequeño jardín en Brooklyn. Por otro lado, Roth ha tenido una enorme presencia literaria durante más de cincuenta años: una trayectoria excepcionalmente prolongada para todo escritor, sin duda la carrera más larga de cualquier autor norteamericano en la historia. Una prueba de su fama: es el único novelista vivo cuya obra se ha publicado en la Library of America.
Como no he leído Sale el espectro, no puedo hacer comentarios concretos sobre la diatriba de Lonoff contra el periodismo cultural contemporáneo, pero tal como la describes, yo diría que tiene toda la razón. Parece que los norteamericanos han perdido contacto con la esencia de la ficción -es decir-, han perdido la capacidad de comprender la imaginación-, y por tanto encuentran difícil que un novelista pueda "inventarse cosas". Toda novela se convierte en una autobiografía encubierta, en un roman à clef. No es preciso extenderse sobre la pobreza de este punto de vista; ni sobbre lo desagradable que puede resultar en manos de un periodista malicioso.
Con afectuosos recuerdos,
Paul Auster
Meses antes de este intercambio epistolar, Coetzee y Auster se escribieron sobre un escándalo literario internacional: un periodista italiano, Debenedetti, publicó una veintena de falsas entrevistas con los más destacados escritores norteamericanos a cambio, a veces, de 20 euros. La superchería fue descubierta gracias a Philip Roth.
"Tú y yo no somos más que dos de sus muchas víctimas"
17 de abril de 2010Querido Paul:
Gracias por tu carta del 7 de abril. He estado en contacto con la gente de Einaudi y espero veros a ti y a Siri en junio en Pietrasanta. Desde que me escribiste se han producido novedades en el caso Debenedetti, tal como estoy seguro de que sabrás. Resulta que tú y yo no somos más que dos de sus muchas víctimas. Yo apenas entiendo italiano, pero echando un vistazo a la entrevista inventada deduzco que me usa como portavoz de ciertas ideas que tiene él sobre África y Sudáfrica, de la misma manera que usa a Philip Roth como portavoz de sus ideas sobre Barack Obama.
No he conseguido encontrar su entrevista contigo. Si este es su modus operandi, entonces su meta global parece ser reunir una hueste de celebridades literarias para promover la visión de Debenedetti del mundo.
Vivimos en una época en la que sólo las leyes contra el libelo impiden a aspirantes a escritores como Debenedetti convertirnos a nosotros -y aquí "nosotros" se refiere a cualquiera cuyo nombre sea más o menos conocido- en personaje de sus ficciones, haciéndonos articular sentimientos y llevar a cabo acciones que nos pueden hacer garcia, molestar, ofender, repeler o hasta horrorizar. Si florecen proyectos como el suyo, entonces las seudoidentidades que esos tipos han creado para nosotros, con sus opiniones felizmente simplistas, acabarán imponiéndose en la conciencia del público, mientras que nuestras identidades "reales "y nuestras opiniones "verdaderas" (y tediosamente embarulladas) sólo las conocerán unos cuantos amigos. El triunfo de los simuladores. [...]
Cordialmente,
John
"He dicho estupideces, pero ninguna como esas"
29 de julio de 2010Querido John:
Siento mucho que el fax estuviera desenchufado. Estamos arreglando los escalores de entrada a la casa, y por lo visto uno de los obreros utilizó la toma de corriente para una herramienta eléctrica y luego se olvidó de volver a conectarlo en su sitio. Entonces, cuando ayer llegó tu carta, descubrí que el cartucho de tinta casi se había acabado. Las dos primeras páginas están perfectamente claras, pero hay zonas borrosas en las páginas 3 y 4.
Creo que he logrado descifrar todo lo que escribiste, pero, sólo para asegurarme, me pregunto si podrías volver a enviarme esas páginas cuando tengas tiempo. Ni que decir tiene, Siri y yo estamos encantados de que nuestros caminos se crucen en junio. Si no me equivoco, será nuestro quinto encuentro en aproximadamente dos años y medio. No está mal si se considera la distancia entre Adelaida y Nueva York. Además (y esto debe de ser un récord de alguna clase), cada reunión se ha producido en un país diferente: Australia, Francia, Portgal, Estados Unidos, y ahora Italia.
En cuanto al asunto Debenedetti, no, no he seguido las últimas novedades. ¿Hay un sitio en internet que dé nueva información? Sería curioso echar una mirada. La falsa entrevista conmigo se publicó en un periódico llamado (creo) Il Nazionale. Por lo visto, presentó una segunda entrevista en otro sitio, pero el director desconfió y se negó a publicarla. Eché una ojeada a la que se publicó, y cuando vi que me ponía a comparar la ciudad de Nueva York con una mujer, supe sin ningún género de duda que era inventada. He dicho muchas estupideces en mi vida, pero ninguna de ese calibre. [...].
Muchos recuerdos, Paul Auster
Un nuevo salto más en el pasado, a octubre de 2009 y nos encontramos una crucial conversación entre los dos amigos sobre la confusiones entre ficción y realidad a cuenta de unas acusaciones de antisemitismo lanzadas contra Coetzee por los comentarios de unos de sus personajes.
Estúpida carta
10 de octubre de 2009Querido John:
¿Qué hacer? No hagas nada; o haz algo. Es decir, no hagas caso de la estúpida carta y no pienses más en ello. O si no, si estás tan profundamente irritado que te resulta imposible dejar de pensar en ello, envía una carta a esa inglesa y dile que has escrito una novela, no un panfleto sobre comportamiento ético, y que los comentarios desdeñosos sobre los judíos, por no hablar del antisemitismo declarado, forman parte del mundo en que vivimos, y que sólo porque tu personaje dice lo que dice no significa que tu apruebes sus manifestaciones. Lección primera de "Cómo leer una novela". ¿Aprueban el asesinato los autores de novela criminal? Y tú, como vegetariano militante, ¿te revelas como un hipócrita si uno de tus personajes se come una hamburguesa? La carta de esa mujer es absurda, una idiotez. Pero la triste verdad es que todos los novelistas reciben misivas de este tipo de vez en cuando. Mi típica respuesta es arrugarlas y tirarlas a la papelera.
Imagino que ya habrás recibido mi última carta, junto con la ficha que incluye una larga lista de nombres de más poetas (desde entonces se me han ocurrido todavía más, mucho más). Te agradecería tus reflexiones sobre el concepto de estilo tardío de Adorno/Said, que, debo confesar, se me escapa un poco.
Espero que te encuentres bien.
Afortunadamente,
Paul.
¿Qué se puede hacer con esto?
14 de octubre de 2009Querido Paul:
La semana pasada te puse copia de una carta que me había mandado una lectora de Inglaterra, acompañada de una nota bastante desesperada en la que yo te preguntaba: "¿Qué se puede hacer con esto?".
La carta señala un pasaje de mi novela Hombre lento en el que Marijana Jokic, la amante croata del héroe, hace un comentario antisemita dirigido a un tendero. El autor de la carta me acusa a mí, en tanto que escritor del libro, de antisemita.
Tú me escribiste de vuelta para señalar, con gran sensatez, que sí que hay cosas que pueden "hacerse" con esa carta. Se puede o no hacer caso de ella, por ejemplo. O se la puede contestar explicando que los personajes de las novelas tienen un grado de independencia de sus autores, y -sobre todo en el caso de los personajes secundarios- no hablan necesariamente por ellos.
También me señalas que como escritor de cierta importancia debo esperar recibir cierta clase de correpondencia de los lectores, incluidas cartas que no reflejan necesariamente una comprensión sofisticada de lo que la ficción es o hace.
Pero mi pregunta sigue en pie: ¿Qué se puede hacer con esto? Porque -siendo el mundo como es, y sobre todo siendo el siglo XX como era- una acusación de antisemitismo, igual que una acusación de racismo, lo pone a uno a la defensiva. "¡Pero es que yo no lo soy!", te vienen ganas de exclamar, tendiendo las manos para enseñar que las tienes limpias.
La verdadera pregunta, sin embargo, no es quién tiene las manos limpias y quién no las tiene. La verdadera pregunta surge de ese momento en que te obligan a ponerte a la defensiva, y del sentimiento desolador que viene a continuación, esa sensación de que se ha evaporado la buena voluntad entre lector y escritor, esa buena voluntad sin la cual leer deja de ser un placer y escribir empieza a dar la sensación de ser un ejercicio impuesto y fatigoso. ¿Qué se puede hacer después de eso? ¿Para qué seguir cuando te están retorciendo las palabras en busca de desaires y herejías encubiertas? Es como estar otra vez entre puritanos.
Cordialmente,
John