Javier Marías. Foto: Beatriz Velardiez

Alfaguara. Madrid, 2012. 440 pp, 19'50 e. Ebook: 9'49 e.

No es fácil determinar en qué libro dio Javier Marías (Madrid, 1951) con ese tono que se mueve a sus anchas en su escritos, y al que nos rendimos quienes encontramos que su prosa conforma un lugar de encuentro ineludible en la narrativa española contemporánea. Mucho menos fácil es explicar en qué se sustenta ese aliento que le ha convertido en un escritor de culto (los de voz propia, según Herralde; voz que sorprende, exige y excita al lector), capaz de figuraciones que (en palabras de uno de sus personajes) pertenecen también a la vida y contribuyen a ensancharla y a complicarla, y a hacerla más turbia y a la vez más aceptable, aunque no más explicable (o sí, de muy tarde en tarde). Por eso, no es difícil dar simple noticia de un libro que reúne todos sus relatos y pone a disposición de cualquier lector una muestra única, de historias que suceden en su universo, sin poner el énfasis en la idea de que no hay mejor manera de justificar lo dicho que entrando en materia.



Mala índole es el título que el autor ha querido para su compilación: un total de 30 relatos que dan cumplido detalle de un haber cuentístico acumulado en décadas de ejercicio narrativo, con la novela ocupando el primer lugar de su escritura, pero sin dejar, por ello, el cuento. De no ser así no tendríamos los doce relatos aquí incluidos de Cuando fui mortal, ¡insuperables!, o los catorce de Mientras ellas duermen; ni cuatro más, que circulaban perdidos y eran, por ello, inencontrables. Aquí figuran como lo ha dispuesto Marías: "cuentos aceptados", (aquellos de los que aún no se "avergüenza"), "cuentos aceptables", (aquellos de los que "se avergüenza un poco) e "inaceptables" (los anteriores a 1968, "prehistóricos", dice).



Mala índole es uno de ellos, el más largo y logrado -según su autor-, sólo distribuido en otras lenguas; el que, según él, justifica esta recopilación; lo que secundamos con un carácter menos restrictivo, pues donde él dice que la ocasión permite únicamente "recuperar", añadimos nosotros que brinda la oportunidad de volver a disfrutar, a unos, y degustar por primera vez, a otros. Aunque no es vana su defensa de que el relato que sirve de título busca significar el conjunto, desde el sarcasmo de la dedicatoria ("Para quien ríe mi olvido") al estilo demoledor, pues solo las artes de un maestro logran con elementos que consiguen de la mayor incongruencia el grado de realidad: un rodaje en Acapulco, el azar, un perseguidor, un perseguido, la urgencia del odio, la negación de la tregua y de la astucia y de la estratagema... ¡Una perla!



A otras presencias estamos habituados: voyeurs, fantasmas, médicos nocturnos y males que vuelven, amores y seres impalpables corroborando la tesis de que ellos, los fantasmas, viven presos en la maldición del recuerdo total y completo, sin pasado y sin tiempo; nosotros, los mortales, mantenidos por la espera, por el verbo "suceder", presos del pasado, el presente y también el futuro. A sus maestros, Henry James, Chejov, Maupassant; a sus miedos y sus paradojas. A una arquitectura compleja y un estilo en consonancia: concreto y excesivo, ácido y conmovedor, trascendente y trivial; para el que algunos necesitan paciencia y devoción y esmero, y otros tranquilidad y contento, y otros simple afán de merodeo para perderse en lo sucedido en sus libros. Mentiras tan bien urdidas, tan espléndidamente narradas, que el mayor desatino, el exceso, se torna contención. Huelga decir más.



Léanlo. Porque si bien es cierto que muchos practican este arte de la fabulación y la improvisación, son pocos los facultados. Y no es menos cierto, como cuenta Marías que enseñó Borges mejor que nadie: las mismas páginas, leídas y releídas, pueden, como es el caso, no ser las mismas.