Juan Gracia Armendáriz. Foto: Antonio Heredia

Demipage, Madrid, 2012. 267 páginas, 19'50 euros

Piel roja de Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) es el dietario con la que el novelista y periodista cierra la que ha llamado trilogía de la enfermedad, que se inauguró con La línea Plimsoll en 2008. Supongo que quienes hayan leído los dos libros anteriores estarán más preparados para el tercero, que sin embargo parece básicamente autónomo y que es sencillo y de una prosa clara y limpia. Es sencillo porque elige la estructura diarística, que es la más directa. Apuntes de un hombre -Juan, el autor- que se somete a continuas diálisis y que está a la espera de que, por segunda vez, le transplanten un riñón. Naturalmente este hecho condiciona los dos lados básicos del relato: el más duro e ingrato de la enfermedad y el mundo, a ratos un tanto deshumanizado, de los hospitales. Y de otro, el intento del paciente/autor por seguir llevando en lo posible su vida normal, que es la de un hombre culto, por lo que son obvias muchas referencias a libros, escritura y escritores...



Un tercer aspecto, resultado de los anteriores, son las incursiones memorialísticas al pasado, no sólo por volverlo a considerar, sino porque todo ser amenazado repasa su vida. Por ello sabemos que la familia de Juan (el padre era un industrial navarro) fue desestabilizada por una amenaza seria de ETA, que les obliga a salir de Navarra y el País Vasco, llegando a vivir un tiempo en México. Juan con su mujer Silvina -de la que se separa- adopta una niña china a la que llaman Alejandra. Como una manifestación de que la vida quiere continuar por encima de las barreras de la dolencia, del posible rechazo del riñón transplantado, el autor (al principio nada amigo de las redes sociales) encuentra a una mujer con la que chatea y con la que comenzará una nueva relación... El libro se lee muy bien y es nítido, también en sus reflexiones; sin embargo el autor nos recuerda a veces su amor por Benet o por Faulkner, su gusto por las novelas de sintaxis larga e incluso sabiamente descoyuntada y su desdén -no da nombres- por una nueva narrativa española demasiado simple. No es al primero que lo manifiesta. Por eso sabemos que sus libros anteriores del ciclo de la enfermedad son obras de sintaxis más trabajada. Había leído antes -no sé si en el mismo Benet- el momento en que el joven ingeniero de caminos viaja al sur de EEUU y en el coche favorito del autor de Mientras agonizo para conocerlo. Para enfrente de la casa y ve al viejo escritor mirando por la ventana; Benet lo mira también y la timidez lo vence, no se atreve a llamar a la puerta. Qué duda cabe de que la narrativa inquisitiva de formas y estructuras (no confundir con experimental) no está en alza en época de vacas culturales flacas y de best sellers que habitualmente suelen ser novelones de pura narratividad fácil. J. Gracia lo recuerda y estamos de acuerdo. Aunque él demuestre con Piel roja que es posible escribir claro, llano y talentoso, sobre todo si se acude al recurso reflexivo. Por cierto que el título algo tiene que ver con todo esto, cuando nos dice que alguien dividió a los literatos entre "rostros pálidos" (los más complejos, y la segunda parte de su trilogía es Diario del hombre pálido) y los más salvajes o indisciplinados -lo que no siempre es malo, ahí estaría Whitman- que son "pieles rojas". En este dietario-novela el autor es un buen piel roja que echa de menos al rostro pálido.