Image: Luis Harss

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Letras

Luis Harss

"Nunca pretendí establecer un canon del boom latinoamericano"

5 noviembre, 2012 01:00

Luis Harss. Foto: Archivo personal.

Alfaguara reedita 'Los nuestros', libro de entrevistas en el que el crítico chileno fijó en 1966 la nómina del boom latinoamericano | Esta tarde, además, Vargas Llosa abre en la Casa de América un congreso internacional sobre el revolucionario movimiento, que agrupó a Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez...


Los nuestros es un libro que tiene rango clásico. Luis Harss, su autor, un crítico apenas conocido en 1966, año de su publicación, jamás pensó fuera a tener tanta repercusión. Pero hoy cualquier estudio sobre la novela latinoamericana del siglo XX debería hacer escala en los diez perfiles-entrevistas que recogió en ese volumen. Todo empezó por una casualidad, cuando viajó a París y se encontró en el escaparate de una librería Rayuela. Y bajo el título, un nombre: Julio Cortázar, de quien le había hablado un pintor argentino-japonés amigo suyo antes de viajar a la capital francesa. "Es un gran escritor. Búscale", le aconsejó. No hizo mucho caso hasta que se dio de bruces con ese ejemplar tras el cristal. Cuando lo leyó, quedo fascinado. Y, al fin, decidió ir a su encuentro, con la vaga idea de traducirle al inglés. Ahí empezó la sucesión de entrevistas. Un escritor le llevaba a otro. Cortázar le habló de Vargas Llosa, que también vivía en París. El Nobel peruano, a su vez, le puso en contacto con Carlos Fuentes, otro inquilino provisional de la bohemia parisina. Éste le dijo que había un colombiano empecinado en encerrar un universo entero en una novela. Y así se fue conformando "la trenza".

Ese clásico contemporáneo se reedita ahora de la mano de Alfaguara. Un momento muy oportuno. Algunos fijan el surgimiento del boom latinoamericano (un término que se sacó él de la manga, "una pavada" que hizo fortuna) hace justamente 50 años: en 1962 vieron la luz La ciudad y los perros de Vargas Llosa, y Aura y La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. La recién creada Cátedra del primero (un año de vida), en colaboración con Acción Cultural Exterior, ha organizado para conmemorar la efeméride el Congreso Internacional El canon del boom, que se desarrollará en ocho universidades españolas y que arranca esta tarde en la Casa América, con una conferencia de Vargas Llosa y la presencia de los Príncipes de Asturias. Se impone escuchar de nuevo al investigador literario que primero fijó una nómina cerrada de este movimiento. Y eso es lo que hace a continuación El Cultural. Pasados los años, reconoce que le pesa haber dejado fuera algunos nombres (Cabrera Infante y Filisberto Hernández en particular) y que la suerte jugó un papel clave a la hora de troquelar esta Piedra Rosetta del boom latinoamericano.

Pregunta.- Los diez autores canonizados por usted tienen cada uno una personalidad muy singular, que se traslada a su propia obra, pero ¿cuál sería el rasgo común que los hermana?
Respuesta.- La preocupación por el lenguaje como expresión de una forma de ser, y el intento de desmarginalizar Latinoamérica, centrar allí la experiencia humana para universalizarla.

P.- Uno de los aspectos más comentados del libro son las ausencias. Reconoce tener algunos remordimientos por dejar fuera a algunos autores. ¿Qué ausencias le pesan más en la conciencia?
R.- Los tres o cuatro años alrededor de Los nuestros fueron una explosión de autores nuevos. Algunos, como Lezama Lima o Guillermo Cabrera Infante, publicaron (Paradiso, Tres Tristes Tigres) justo cuando ya había salido mi libro. Felisberto Hernández ya había muerto cuando emprendí el proyecto. Juan José Saer todavía no se hacía notar. Otros no me gustaron. Soy cabezadura, no me arrepiento de nada. Nunca pretendí establecer ese famoso canon. Ni me creí tanta cosa. Junté la gente con la que simpaticé.

P.- Una pena que Felisberto Hernández muriera poco antes. ¿Por qué lo valora tanto?
R.- Porque decía que ciertas palabras eran amigas y tenían calor humano. Escribía "pastito"y el editor corregía: "césped", que no era lo mismo. Soñaba sus cuentos como quien ve crecer una plantita en el subconsciente. Veía cosas que otros no ven, y ésas eran las que le interesaban. No hay mucha gente así.

P.- Se pregunta todavía por qué se leyó tanto el libro. ¿A qué conclusiones ha llegado para explicar su éxito?
R.- Fue el momento. El público lector quería mirarse en su propio espejo. Había cierta prosperidad editorial. Una conciencia de un mundo latinoamericano más profundo que las diferencias políticas o las fronteras. En los años de las dictaduras, la libertad espiritual de estos escritores prometía otra cosa. Y hay que recordar los cursos universitarios que usaban Los nuestros como guía. Era algo sencillo, sin jerga crítica, retratos de personas, lecturas pensadas de sus libros. Yo daba mis impresiones más o menos espontáneas. Era como cualquier lector que comunica sus entusiasmos.

P.- El libro ensalza las virtudes literarias de los diez autores. Les ayudó bastante en su proyección posterior pero usted también les hace bastantes observaciones y reproches. ¿Quizá eso también ha acrecentado el interés por Los nuestros, el que no sea un mero panegírico?
R.-A veces, lo siento ahora, mis críticas eran tontas o mal informadas o emprejuiciadas, pero sí indicaban el deseo de mantener la objetividad.

P.- Comenta que estos autores tenían ya sus exégetas y cierto reconocimiento pero que hacía falta "inventarlos" para darles relieve propio, y separarles así de la tradición anterior. ¿Cómo describiría esa función de invención que usted puso en marcha?
R.- Ahora, con el paso de los años, me parece todo una novela, pero no inventada por mí sino por esos escritores que empezaban, cada uno, a saber quién era.

P.- El primero que conoció fue a Cortázar, por una casualidad. Pero ¿cómo llegó a García Márquez, que por entonces era un desconocido?
R.- Me parece que llegué a través de Carlos Fuentes que abrazaba y protegía gente de valor. Era la famosa mafia. En realidad, un club de amigos. Y para mí una trenza de la que me fui agarrando.

P.- También le honra el hecho de que reconozca que, de entrada, Cien años de soledad le pareció "una anécdota".
R.- Sigo creyendo que es una anécdota pero ha cambiado radicalmente mi impresión de lo que se puede lograr con una anécdota.

P.- ¿Qué papel diría que jugó España, sobre todo Barcelona y sus editoriales, en el estallido y resonancia del boom?
R.- Creo que el tercer polo de la nueva novela fue Barcelona. Yo eso no lo sabía entonces. La amistad de Carlos Barral con algunos de los nuevos, la importancia que tuvo el imperio Carmen Balcells.

P.- Reconoce en el nuevo prólogo que se ha sentido tentado de corregir algunos "defectos". ¿Cuáles son los más graves, si se pueden confesar?
R.- Principalmente la traducción del inglés. Fue hecha de apuro. Ahora cotejé con el original. Había cosas que no entendía yo mismo en la traducción. En cambio, mis criterios de esa época los dejé, aunque no fueran los míos de ahora. Corregirlos hubiera sido falsear el texto. A veces agregué alguna pequeña aclaración o se me ocurrió algún detalle pintoresco.

P.- ¿Cómo ve las generaciones posteriores de jóvenes escritores latinomericanos que intentan sacudirse la sombra de unos maestros tan relevantes?
R.- No estoy nada al día. Conozco solamente obras individuales y desde hace muchos años ya no estoy más en ese mundo, del que fui huésped sólo por un momento.

P.- ¿Cuál es su canon dentro del canon? ¿Podría citar las tres obras más notables de este grupo?
R.- Mis favoritos personales siguen siendo La vida breve de Onetti, Rayuela y los cuentos de Borges. Soy o fui ríoplatense.

P.- Ahora ha vuelto Argentina. ¿Se ha reconciliado con el país o sigue pensando que allí "la gente de valor en cualquier esfera de la vida termina fundida, o suicidada, o expulsada"?
R.- Pienso lo mismo que pensé siempre y más con este gobierno que hunde otra vez al país en el pozo del pasado.