Anda estos días por Madrid un anciano de 87 años con una boina calada de la que sobresale una cabellera blanca indómita, a juego con su barba, también albina, perfecto paradigma estético del revolucionario latinoamericano. Este anciano lo fue: luchó contra la tiranía de Somoza en su país. Fracasó en el primer intento de descabalgarlo, en 1954, y acabó enclaustrado en un monasterio de Kentucky. Un cuarto de siglo después, junto a sus compañeros del Frente Sandinista, sí consiguió derrocar al clan somozista. Es Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925) y está aquí porque ha sido galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Lo recibe este jueves, de manos de la propia monarca, en el Palacio Real, un espacio, de entrada, poco apto para acoger un revolucionario. Pero esta vez es la poesía la que prima. Aunque en su escala de valores se funden las dos: "La revolución es poesía, y la poesía es revolución".

Cardenal, con sus muchos años, anda rezongando un poco. Una agenda apretada de actos y la pretensión de los diversos organizadores de colocarle las máximas entrevistas posibles le tiene un poco mosqueado. Y gruñe. Y se le perdona: cómo no. Llegó a mediodía el miércoles, en vuelo trasatlántico desde Managua. Por la tarde, presentó el disco-libro Dos en uno en compañía de la cantante Inés Fonseca, que ha musicalizado 11 de sus poemas, incluido alguno de sus célebres epigramas :

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:

yo porque tú eras lo que yo más amaba

y tú porque yo era el que te amaba más.

Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:

porque yo podré amar a otras como te amaba a ti

pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Anoche acudió al Centro de Arte Moderno. Le tocaba hablar del libro El celular y otros poemas, un volumen editado con algunas composiciones suyas todavía inéditas, y que agrupan algunas de sus querellas con el mundo en que vivimos, como la rabia que siente al ver a su alrededor sonriendo mientras habla por móviles fabricados con coltán, un mineral cuya extracción genera no poco sufrimiento en el corazón de África:

[...] Nokia, Motorola, Compak, Sony

compran el coltán

también el Pentágono y también

la corporación del New York Times

y no quieren que se sepa

ni quieren que se pare la guerra

para seguir agarrando el coltán

niños de 7 a 10 años extraen el coltán

porque sus pequeños cuerpos

caben en los pequeños huecos

por 25 centavos al día

y mueren montones de niños

por el polvo del coltán

o martillando la piedra

que les cae encima
[...]

Está claro que el viejo revolucionario no ha claudicado ante las injusticias. Les sigue dando batalla con su pluma, en cuya tinta confluye el marxismo y el cristianismo. Es sacerdote, pero de los de la teología de la liberación. En su credo converge la palabra de Jesús y la de Marx, el materialismo histórico y el misticismo (de esta última vertiente se ha ocupado por extenso Luce López-Baralt en su estudio El canto místico de Ernesto Cardenal, recientemente publicado por Trotta). El poeta nicaragüense encarna una figura icónica de este movimiento enfrentado a la ortodoxia vaticana. Para la historia queda la imagen de Juan Pablo II amonestándole públicamente, con el dedo índice firme sobre la cabeza de Cardenal, arrodillado ante la máxima autoridad eclesiástica, en el aeropuerto de Managua, a donde había ido a recibirle. Por entonces (1983) era ministro de Cultura del gobierno sandinista. Luego se apartaría de este movimiento, cuando Daniel Ortega hizo de él un corralito de nepotismo y corrupción.

Cardenal, que siempre ha reivindicado a Ezra Pound como su gran maestro ("Me enseñó que un poema cabe todo"), sucede en el palmarés de este galardón, dotado con 42.000 euros, a Fina García Marruz. Mañana regresa a su tierra. Vuelve a la calma de su cotidianidad. Reconoce que últimamente se levanta poco de la hamaca, que es donde mejor está su espalda maltrecha. Y que tampoco lee mucho: más libros de ciencia que de poesía, por cierto. El impulso de escribir le va llegando a cuentagotas. Pero todavía le llega.

Fragmento de Elegía a Cristina Downing, del libro El celular y otros poemas (Del Centro Editores)

[...] Un día la conciencia

se volvió a sí misma

conciencia de sí

y desgraciadamente

de su muerte

Único animal que sabe que va a morir

Tuvo que haber conciencia

que conociera el universo

Y al conocer el universo

conoció que moríamos

La aparición de la conciencia

fue otra existencia biológica

El no sólo conocer sino conocerse

no sólo saber sino saber que sabe

La certeza de la muerte

como fruto de ese avance

Los animales conocen

pero no a sí mismos

conocerse a uno mismo

fue conocer que morimos

La conciencia un peligro para la especie

Poder sobrevivir la certeza de la muerte

y a pesar de ella no habernos extinguido

[...]