Mo Yan. Foto: Yan Bo

Traducción: A.-H. Suárez Girard. Seix Barral. Barcelona, 2012. 128 pp, 16'50 e. Ebook: 9'49 e.



Me parece muy feliz coincidencia que a un tiempo el escritor chino Mo Yan reciba el premio Nobel de Literatura de 2012 y llegue a los lectores españoles precisamente Cambios, libro escrito hace dos años. Difícil sería encontrar un texto más conveniente para introducirnos en la obra de un autor que comenzó a ser conocido en España gracias al éxito internacional en 1987 del filme de Zhang Yimou basado en su novela Sorgo Rojo, cuya primera traducción española lo fue a través del inglés. Desde entonces, en los primeros años noventa, media docena de otros títulos suyos fueron apareciendo en una editorial de culto como es Kailas, ya mediante versiones directas desde el chino mandarín.



Cambios es un juguete narrativo de carácter autobiográfico que en apenas cien páginas convierte al nuevo Nobel en un personaje de novela, Mo Xie. Los datos fundamentales que jalonan su recuento autobiográfico coinciden en lo sustancial, sin embargo, con los del escritor Guan Moye, nacido en la región norteña de Shandong en 1955, cuyo seudónimo Mo Yan significa, en un guiño irónico, "No hables". La narración parte de un episodio fundamental, la injusta expulsión del colegio de la que es víctima el protagonista en 1969. Allí conocerá a otros dos personajes capitales, cuyas vidas se trenzarán con la suya durante cuarenta años. Se trata de la chica más hermosa de la clase y buena jugadora de ping-pong, Lu Wenli, y el que el narrador define como "el personaje principal de este escrito", He Zhiwu, todo un tipo cuya envergadura se pide "que el lector juzgue por sí mismo" (página 18). El personaje narrador lo hace en términos de encendida admiración. Aquel alumno un tanto estrambótico, que al ser también expulsado abandona el aula rodando sobre sí mismo por el pasillo, está siempre seguro de sus capacidades y fuerza vital pues le sobran "arrojo e ingenio", y así, al igual que Mo Xie acaba convirtiéndose en una escritor famoso, él se hará rico, como ejemplo de ese fenómeno tan sorprendente para nosotros del florecimiento de nuevos millonarios en una sociedad comunista.



Es admirable la capacidad que el nuevo Nobel de Literatura muestra en Cambios no solo para reflejar en pocas palabras lo que su título promete en cuanto a las trayectorias vitales de los protagonistas sino también la imbricación de la propia evolución histórica del régimen fundado por Mao en esa secuencia de acontecimientos personales. Si para Pekín Mo Yan es el primer escritor chino premiado por la Academia sueca, negando tal condición al exiliado Gao Xingjian que lo fue en 2000, la disidencia interna y externa ha desmerecido al nuevo Nobel por considerarlo connivente con el sistema. El hecho es que Mo Yan vive y sigue escribiendo en su país, y en esta narración trata con desenfado los avatares que sufrió junto a sus compatriotas durante periodos tan problemáticos como el de la Revolución Cultural. Su enfoque es desdramatizador, pero no por ello vela las injerencias totalitarias por parte del régimen en la vida de las personas, encuadradas, por su extracción social, en cinco categorías "negras" -los "derechistas" y contrarrevolucionarios- y otras tantas "rojas", a una de las cuales, la de los "campesinos medios", Mo Xie pertenecía. Como tal, tiene acceso a las Fuerzas Armadas, donde fracasa en su intento de promocionarse a través del Instituto de Ingeniería y triunfa gracias a sus primeros relatos publicados en revistas como Literatura popular y su ingreso en el Departamento de Literatura del Instituto de Arte del Ejército de Liberación.



De todos modos, su visión del régimen es mucho más positiva que, por caso, la que nos daba Zhang Xianliang en otra de las novelas chinas traducida ya hace dos décadas al español, La mitad del hombre es la mujer. Su autor, nacido quince años antes que Mo Yan, sufrió en sus carnes el estigma de "derechista" y fue enviado a una granja de reeducación en el norte del país. Mo Xie conoció a varios individuos de esta filiación en su región natal y de ellos obtuvo una impresión positiva. El propio Xianliang pone en boca de su protagonista que la dureza del comunismo se paliaba con su comodidad: daba todo hecho a los individuos; incluso, los eximía de pensar. Pero a cambio inoculaba un veneno deletéreo en el cuerpo social, la destrucción de la confianza entre las personas, transformándolas, a lo Hobbes, en "lobos y zorros".



En Cambios esta percepción se ha dulcificado. Las relaciones humanas, y las intromisiones del poder político, parecen haberse normalizado, incluso en lo que se refiere a la posibilidad del triunfo personal en términos económicos. El protagonista de Mo Yan no parece hacer de todo ello un conflicto. El fino humor que impregna su narración le ayuda. La descripción que Mo Xie hace de su primera visita al mausoleo de Mao en 1977 bien lo indica. Su muerte había significado para él "el desengaño al descubrir que en el mundo no había dioses". Era opinión generalizada que "si moría el presidente Mao, sería el fin de China. Pero llevaba dos años muerto, y el país no solo no había llegado a su fin, sino que iba mejorando paulatinamente" (página 60).



El benemérito premio Nobel, que mantiene viva y da soporte a aquella vieja idea de Goethe, la de una Weltliteratur por encima de las fronteras políticas o lingüísticas, puede ser tachado, y con razón, de eurocentrismo. En su primer siglo, que fue el XX, después del guiño excepcional de Tagore en 1913, América aparece con el norteamericano Sinclair Lewis en 1930 y la chilena Gabriel Mistral en 1945. El primer japonés, Kawabata, lo es en 1968, y habrá que esperar hasta 1994 para Kenzaburo Oé. Africa irrumpe con Soyinka en 1986. Al margen de polémicas de sesgo político, China comienza a afirmar su presencia en el concierto mundial en pleno siglo XXI con los dos premios de Gao Xingjian y, ahora, Mo Yan. Pero como pervivencia de aquellas anteojeras están argumentaciones, incluso alimentadas desde Estocolmo, que hacen de este último el Kafka chino, o un heredero de Faulkner o Gabriel García Márquez.



El escritor protagonista de Cambios no alude a ninguno de ellos, y sí a la tradición propia de los cuentacuentos populares y ese monumento novelístico que representa en el XVIII chino Sueño del pabellón rojo, que tiene una valiosa traducción española ya desde 1988. Y su práctica literaria se nos muestra sumamente autónoma, y por ello especialmente grata y reveladora. Una suma muy lograda de eficacia descriptiva y narrativa; la parquedad de unos diálogos que sitúan perfectamente los conflictos y definen a los protagonistas; el mencionado humor, hilarante por ejemplo en la escena escolar de la pelota de ping pong y el profesor conocido como Liu el Bocaza o Liu el Sapo, y, sobre todo, una sutil interacción entre lo lógico y lo que puede parecer fantástico o mágico. A los tres personajes principales hay que añadir un cuarto no menos importante que ellos: un viejo camión soviético, el Gaz 51 que aquí aparece humanizado como ocurre con coches y trenes en series de dibujos animados occidentales para niños. Forma parte, como el episodio de la pelota, "de las cosas inconcebibles, lo que demuestra que los asuntos de este mundo sufren infinitos cambios y evoluciones (...) No hay nada imposible" (página 98).