Santiago Lorenzo

Blackie Books. Madrid, 2012



Un inusual subtitulillo parece dar la clave argumental de Los huerfanitos: "Los hermanos Susmozas odian el teatro. Se meten a hacer teatro". En efecto, de eso trata la novela en líneas generales. Sin embargo, Santiago Lorenzo (Portugalete, Vizcaya, 1964) no se limita a contar en términos solo veristas esa paradójica noticia sino que procede a convertirla en una comedia de enredo llena de situaciones jocosas, cercanas al disparate y en el límite mismo de la inverosimilitud intencionada. En suma, si fuera aceptable decirlo así, en una pieza narrativa de guiñol animada por buen número de marionetas, unas tiernas, otras desvalidas, varias extravagantes y alguna también tan miserable y malintencionada como lo requiere la representación cabal de la naturaleza humana.



Los Susmozas hermanos son los mismos huerfanitos del título, tres hombres fracasados -Argimiro, Bartolomé y Críspulo- que sufrieron desde niños la orfandad moral y material derivada de un padre excéntrico, Ausias, y que ahora, al comienzo de la novela, tienen que hacer frente a la última broma de mal gusto de tan trapacero sujeto. Les ha dejado la herencia envenenada de solventar la situación de deterioro físico y bancarrota financiera en que se halla el céntrico y antaño prestigio- so teatro madrileño Pigalle. Para reflotarlo, dejan sus ocupaciones de medio pelo y se dedican a planear una llamativa función. Pero no tienen idea de lo que se traen entre manos y carecen de todo lo necesario: no cuentan con actores, ni director, ni medios técnicos..., ni siquiera disponen de una obra que puedan representar. La fiebre imaginativa de los hermanos va supliendo una tras otra las carencias: fichan un director inútil, rescatan como actores a un grupo de terapia, llevan engañadas a unos pobretes pensionistas como auxiliares.... A lo largo de los ensayos y hasta el estreno se suceden toda clase de percances, a cual más desastroso.



Lo anotado vale, sin entrar en jugosos dislates, para subrayar la radical actitud creativa e inventiva del autor. Las situaciones ocurrentes se encadenan. Una atmósfera de comicidad rabelesiana enmarca toda la peripecia. Una constante alerta sobre cuestiones punzantes del día añade un plus de testimonio crítico contemporáneo sin perder la perspectiva risible. Y en medio de ese jaleo andan variopintas gentes, unas con sus quimeras, otras con la urgencia de sobrevivir y algunas con sus pillerías de grueso calibre. En suma, un retrato actual incisivo presentado con el tono de la farsa. Todo ello bajo la impronta de una palmaria voluntad de estilo de regusto un tanto barroquizante que se manifiesta en un lenguaje plástico, cuidadoso, en busca de la sonoridad de la frase y del léxico flexible surtido por cultismos y voces coloquiales de última hora.



Los huerfanitos hace una recreación irónica con buenas dosis de humor hiperbólico del mundillo teatral y al hilo de ese asunto aflora lo elemental humano en un segundo plano alejado. El fruto es una novela original, grata, curiosa y divertida. Me parece, sin embargo, que la ambición del objetivo principal queda bastante por debajo de las excelentes cualidades imaginativas y verbales que manifiesta Santiago Lorenzo.