Roberto L. Blanco Valdés. Foto: Clara Blanco de la Calle
Se lo encontrarán en las páginas de los periódicos. Es el federalismo, concepto a priori bien definido que a duras penas sabemos ya qué significa. No hay problema. El ensayo del año, de Blanco Valdés, describe con precisión sus múltiples rostros.
-¿Cuál era su objetivo al escribir Los rostros del Federalismo?
-El libro responde a un doble impulso con una motivación única. Me explico. Se trataba, de un lado, de analizar de una forma exhaustiva y transversal la naturaleza constitucional de los más importantes sistemas federales existentes en el mundo: los de Estados Unidos, Canadá, Australia, Suiza, Alemania, Austria, Rusia, Bélgica, España, Brasil, México y Argentina; de otro, mi objetivo era demostrar que, más allá de la pertenencia de todos esos Estados a un género común, las disparidades existentes entre ellos son muy notables, lo que explica que, dentro del grupo, deba incluirse a España. Y esta sería la aludida motivación, intervenir en un debate español trufado de imposturas: el que plantean los que dicen querer resolver nuestros problemas territoriales caminando hacia un Estado federal, lo que resulta pintoresco si tenemos en cuenta que ese Estado existe ya en España desde hace un par de décadas. -¿Pero qué es el federalismo?
-El gran principio teórico del federalismo, que formularon sus modernos creadores -los Padres Fundadores de los EE.UU. en 1787- es sencillo: combinar la existencia de un gobierno común con la de los territorios que pasaban a formar parte de la Unión tras aprobar la Constitución (con el anhelo de hacer compatible unidad y diversidad).
-La reciente inflación del independentismo en Cataluña ha vuelto a poner de moda en España la alternativa federal.
-La alternativa federal no supone en España una alternativa: es una palpable realidad. Los que pretenden hacer frente a las reivindicaciones independentistas mediante la supuesta alternativa engañan doblemente a los ciudadanos. Al proponer la construcción de un modelo de Estado con el que ya contamos, menos en el nombre. Pero los están engañando, sobre todo, porque introducen la idea de que federalismo equivale a mayor descentralización y que con esa mayor descentralización los nacionalistas se darán por satisfechos. Ambas cosas son falsas.
-Su libro, publicado antes del verano, translucía preocupación por la situación territorial española. ¿Ha aumentado hoy?
-Mi preocupación por la situación territorial española es antigua. A ella dediqué un libro anterior (Nacionalidades históricas y regiones sin historia. Alianza, 2005). Y sí, mi preocupación ha aumentado de forma sustancial tras la deriva soberanista del otrora llamado nacionalismo moderado catalán. La secesión de Cataluña sería un disparate histórico descomunal no sólo porque quebraría uno de los más antiguos Estados de Europa sino, sobre todo, porque dividiría a la sociedad catalana en dos mitades irreconciliables.
-¿El encaje territorial que surgió de la Constitución del 78 sigue siendo viable?
-Es necesario acometer una profunda reforma del Estado, reduciendo drásticamente el número de municipios, suprimiendo las diputaciones y mejorando la coordinación de las administraciones públicas. Al mismo tiempo sería muy conveniente -por más difícil que sea- plantear una reforma constitucional que estabilice de una vez nuestro modelo territorial.
-¿Y cómo ve entonces a España dentro de una década? ¿Se beberán algunos el café y se marcharán sin pagar la cuenta?
-La crisis ha puesto al descubierto muchas de las debilidades de nuestro modelo territorial y sería suicida no corregirlas. El llamado despectivamente por algunos café para todos fue muy probablemente inevitable. Pero tiene usted razón, en todo caso: quien se toma el café, es decir, quien administra la autonomía, debe corresponsabilizarse en su financiación. Aunque yo no sea al respecto, he de reconocerlo, muy optimista.