Autorretrato de José Hierro (1999)
Como era de esperar, el conjunto es desigual, y se percibe con claridad cómo la construcción, la calidad y la concentración narrativa de los relatos van creciendo con los años -y con la práctica de la escritura-, de tal modo que un cuento como "Miro", de 1941, que no deja de ofrecer detalles de interés, muestra todavía una lógica desmaña constructiva, con reiteraciones y meandros innecesarios, sobre todo si se compara con los cuentos fechados a partir de 1948, año de "La esfinge", donde los elementos temáticos no se diversifican y la pieza alcanza en muchos casos el estatuto del cuento canónico tradicional, con su anécdota comprimida y su constelación de sugerencias y datos no explícitos que el lector puede completar.
Pero, al margen de este aspecto, debe tenerse en cuenta que estas narraciones fueron escritas paralelamente a la composición de los poemas que integran los primeros libros del autor: Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947), Con las piedras, con el viento (1950) o Quinta del 42 (1953). Es una excelente ocasión para buscar semejanzas y correspondencias de motivos y giros expresivos, ya que, aun tratándose de géneros diferentes, los textos en prosa y en verso son de fechas cercanas, proceden de la misma mano y responden -o así hay que suponerlo- a preocupaciones análogas. En poemas como "Reportaje" o "Agua sola", de Quinta del 42, por ejemplo -pero podrían citarse otros casos-, no es difícil hallar ecos similares a otros que resuenan en algunos de estos cuentos ahora publicados. Sería tal vez imposible que un creador pudiera ocultar el parentesco inevitable entre sus creaciones, desarrollos, al fin, de la misma raíz, por muchas variedades superficiales que ofrezcan. En esta gavilla de relatos hay algunos que, por su medido equilibrio, pueden ser calificados de excelentes, atendiendo a las exigencias que la modalidad genérica del cuento pueda plantear. "Ciudad Lineal", por ejemplo, está entreverado de recuerdos personales junto a la evocación del malogrado poeta José Luis Hidalgo. "Quince días de vacaciones" es el relato compendiado de una vida en la que muchos seres humildes y desfavorecidos podrían reconocerse.
Otros cuentos juegan con la inesperada sorpresa final, uno de los rasgos que a veces los aproximan a estructuras poemáticas. Así ocurre en "El teniente coronel o quien mal anda mal acaba" y, sobre todo, en "No pensamos en su muerte", cuento ejemplar que esboza en unas líneas el retrato profundo de una generosísima enferma incurable. Otro delicado perfil de mujer, de ésas que sostienen el complejo entramado de una vida en común, es el de "Manos que huelen a cebolla". Por último, "El parque" traza una transparente alegoría acerca de la inutilidad de las guerras, aunque lo que late en el fondo es el recuerdo de una guerra civil que dividió artificialmente a los españoles.