Ensalzado por unos y detestado por otros, incluso muchos a quienes repele su vida nada ejemplar consideran magistrales sus columnas en la prensa y sus páginas de memorialista y dietarista (Mi medio siglo se confiesa a medias y Diario íntimo). Pero el resto de la obra de este hombre que fundió vida y literatura en una sola experiencia apenas merece hoy un fugaz recuerdo. Ninguna memoria se guarda de su interesante obra ensayística y biográfica (sobre Unamuno o Baudelaire) ni de su poesía. Algo parecido ocurre con la prosa narrativa, sus libros de relatos, la curiosa novela de los oasis saharianos, Circe, o Cherche-Midi, velamiento imaginativo de episodios autobiográficos relacionados con la estancia en la espantosa cárcel francesa del mismo nombre todavía hoy recubiertos de graves incógnitas.
Algo tiene que ver Cherche-Midi con el rescate que motiva estas líneas, el libro La vida de prisa, publicado por vez primera en 1946. Tanto la novela como este conjunto de "narraciones breves" se escribieron en el pueblecito costero de Sitges, donde se estableció Ruano a su regreso a España tras ocho años de ausencia. Ambos libros se emplazan en la Europa convulsa del nazismo y la guerra mundial, que el autor recorrió en aquellos años y donde desempeñó algún papel nada claro. Los dos, también, se fijan en seres humanos, en individuos, no en colectividades, y casi no atienden, salvo como difuso trasfondo, a los horrores de la guerra que los abraza. En fin, uno y otro "ofrecen algo sencillo y muy directo, nada enrevesado de eso que los de la profesión llamamos literatura", según explicó en la novela parisina.
He subrayado esas coincidencias porque de ellas se desprende la personalidad de La vida de prisa, un libro escrito en los primeros años 40 ajeno a los códigos narrativos entonces imperantes en nuestro país, el belicismo, el triunfalismo y el naciente tremendismo. También supone un hecho diferencial el emplazamiento cosmopolita de las anécdotas en marcos tan prestigiosos como París, Berlín, Venecia o Múnich. La vida de prisa es literatura de observación moral aplicada a las conductas de unos seres cuyas peripecias privadas se convierten en plataforma para hablar de anhelos, esperanzas y fracasos.
El autor adopta la postura de alguien cercano a los sucesos referidos, leves, incluso si son duros, y los trasmite con una intención de gran inmediatez y sin énfasis. Tal vez detrás de ello, de este estilo libre de retórica, aunque de gran exactitud, está el aprendizaje de ir al grano del periodismo, lo que no quita para el empleo del adjetivo preciso o del apunte ramoniano. Ruano administra muy bien esta forma de narrar casi como conversacional, solo ensombrecida por una puntuación anarquista (ignoro si se debe al original o a descuido de esta reedición), y que se apoya en un diálogo de verdad coloquial.
Este estilo se revela del todo oportuno para mostrar vidas pilladas en un momento concreto de su existencia y vistas desde la óptica privativa del autor, la de "una capacidad de observación y una sensibilidad extraordinarias para las cosas pequeñas y las biografías mínimas", como señala Miguel Pardeza en su estupenda introducción al libro.
Penetrando en su conciencia o viéndolos desde fuera, a veces con lente humorística, esta docena de relatos -no cuentos, se dice, sino embriones de novelas- presentan un variado bestiario de seres perplejos, dolientes o alucinados, graves o apicarados, un tanto excepcionales, ninguno vulgar, que buscan el amor o se enfrentan a la adversidad. Los admiradores de Ruano disfrutarán, además, en especial con una pieza de simpático cinismo autobiográfico que retrata a un escritor calavera que no es otro que él mismo