Emilia Pardo Bazán
Naturalmente, esta tarea casi ciclópea de buscar y reunir los textos dispersos de la autora ha sido posible gracias a las contribuciones previas de varios estudiosos como Nelly Clémessy, Juan Paredes o María del Mar Novo, son claves en este dilatado empeño que ahora parece alcanzar su culminación. Al actual editor le ha correspondido no sólo añadir nuevos cuentos a los ya descubiertos, sino revisar minuciosamente el conjunto a fin de eliminar textos que, independientemente de su valor artístico, no eran, en rigor, cuentos, sino cuadros costumbristas -como otros que escribió la autora-, resúmenes de noticias históricas, acaso recogidos como gérmenes posibles de futuros relatos que no llegaron a escribirse, o vidas abreviadas de santos. No poseían, pues, el carácter nítido de relatos de ficción -aunque algunos hayan aparecido bajo este rótulo- y era aconsejable su exclusión, si bien resulta a veces problemático pasar por alto su índole narrativa. Todavía queda algún cuento, como el titulado Juan Español, que, conservado en un manuscrito, da la sensación de ser un esbozo o borrador a la espera de un desarrollo adecuado. La revisión de los textos ha debido afectar también a la corrección de los abundantes errores con que a menudo aparecen en la prensa, aunque en este punto es difícil no dejar escapar algún desliz. Un solo ejemplo: en el cuento Pilatos (aparecido en Blanco y Negro en 1909) se lee (I, p. 356): "aquellas velidas barbazas de solitario". El adjetivo erróneo y no corregido pudo ser en el original "bellidas" (es decir, ‘hermosas') o "vellidas" (‘pilosas'), y la errata deja en el aire la duda.
Es posible que puedan aparecer algunos cuentos más de la Pardo Bazán, pero ya no será un número significativo ni alterará nuestra visión de la autora. Los publicados ahora completan una parcela importante de su obra. Los hay inéditos, pero la mayoría proceden de publicaciones nacionales (El Imparcial, Blanco y Negro...), extranjeras (como las bonaerenses La Nación, Caras y Caretas o Plus Ultra) y también de periódicos locales (El Regional, de Lugo; Sardinero Alegre, de Santander; El Noroeste, de Gijón). Lo importante es que a esta variedad de cabeceras le corresponde una variedad temática y compositiva que acredita una vez más la destreza narrativa de la autora. Porque el hecho de que la Pardo Bazán no se decidiese a incluir estas breves piezas en otros volúmenes no puede atribuirse a su falta de calidad. El cuento Pilatos, por ejemplo, es una inteligente actualización de la condena de Cristo, mediante el relato de las peripecias de un estrambótico personaje que acaba preso por alterar los ritos superficiales de carácter religioso mantenidos como mera costumbre y sin espiritualidad alguna. La sonrisa blanca se centra en la narración detalladísima de un combate de boxeo entre un campeón blanco y un aspirante negro, con el fondo de un problema de xenofobia y segregación racial que todavía hoy resulta vigente.
Inútil es el relato sobre un corresponsal de guerra destacado en el frente -repárese en la fecha de composición: 1918-, y, en medio de vívidas imágenes de brutalidad y destrucción, se convierte en un alegato contra la guerra y contra su repetición inveterada por parte de los hombres. También narra una historia de concepción muy moderna El remedio (1907), modelo de concisión y de juego de sobrentendidos acerca de una conspiración cuyo descubrimiento debe evitarse a toda costa. En La charca (1919) se arriesga la autora al presentar como personajes a un grupo de muertos ilustres de la corte isabelina que dialogan sobre la corrupción actual de las costumbres.
Tomando como modelo el auge de la literatura epistolar, que Galdós cultivó con éxito en varias ocasiones, doña Emilia compone el relato de esta naturaleza más breve que conozco: La ley del hombre, donde toda una historia se erige simplemente sobre el intercambio de dos breves cartas, una de Jacinto a María y otra de María a Jacinto. El cuento En el presidio comienza con la descripción de un personaje cuyos rasgos faciales detallados revelan la lectura, por parte de la autora, de Lombroso y sus teorías acerca de los caracteres físicos de los delincuentes; algo que también tuvieron en cuenta, sin duda, Galdós y Baroja y que merecería una indagación detenida.
Otros relatos exaltan mediante la anécdota narrativa sentimientos profundos, como el afán de maternidad (Hallazgo), o narran descarnadamente, en la línea de algunos duros cuentos de Blasco Ibáñez, la estúpida broma de un marido necio que acarrea funestas consecuencias (Porqués). En muchas ocasiones, los comportamientos de algunos personajes dejan entrever hondos problemas psicológicos que la autora procura no desvelar, dejando que el lector complete por sí mismo las ricas implicaciones del relato, como en Coleccionista, sobre la muerte de una anciana mendiga que conserva, ordenados con insólito cuidado, multitud de objetos heteróclitos recogidos por calles y basureros.
En la mayoría de los cuentos, incluso en los que parecen escritos a vuela pluma, brilla un lenguaje rico y variado que redescubre el idioma, hoy muchas veces utilizado con las fórmulas previsibles del peor periodismo. Por ejemplo,el brioso comienzo de La danza del peregrino, con su descripción del interior de la catedral de Santiago durante la ceremonia del botafumeiro, y se advertirán algunas de las infinitas posibilidades que ofrece el lenguaje, a menudo desaprovechadas por escritores de menguado vocabulario.