Dicho esto, lo primero que sorprende es que de la mano de un cineasta tan comprometido con los asuntos sociales salgan unos relatos tan fantásticos como estos. La colección la forman 113 microcuentos que ponen el acento en lo mágico. No pretenden observar la realidad, sino trascenderla. No es la verdadera cara de las cosas la que muestran, sino la más escondida y poética. El autor se apoya en un lenguaje musical, preciosista, medido hasta su última sílaba, que quiere ser universal pero en el que de vez en cuando se cuelan algunos latinoamericanismos, como si León de Aranoa se hubiera dejado seducir por la fuerza y eficacia de algunas palabras. Y queda claro que las palabras son aquí algo de verdad importante: no en vano el primer texto se titula "Epidemia" y trata, precisamente, de palabras. Y, además, es estupendo, uno de los mejores del volumen.
Lo fantástico, el absurdo, la ternura, la mirada ingenua del niño. Son los ingredientes con los que se ha cocinado este libro, a los que tal vez habría que sumar una pizca de ironía a lo Monterroso, un pellizco de ternura a lo Benedetti y un buen chorro de admiración hacia los grandes, como Cortázar o Borges. Un placer para los amantes del género hiperbreve, desde luego. De entre todos los relatos merecen especial mención el ya citado "Epidemia", "Las siete tumbas del Sr. Barea", "Instrucciones para escribir una carta", "Los libros" o "Diagnóstico". Aunque el libro completo es un placer que ningún lector debería negarse.