Anne Wiazemsky

La ex actriz, directora, guionista y escritora presenta su última novela, 'Un año ajetreado' (Anagrama), en la que bucea en sus recuerdos y experiencias para hacer un magnífico retrato del primer año vivido junto a Jean Luc Godard.




Hija de un príncipe ruso que jamás se sintió como tal, y nieta de François Mauriac (reconocido escritor francés, premio Nobel de Literatura en 1952), Anne Wiazemsky parece estar tocada por esa varita mágica que convierte algunas vidas en extraordinarias. Contaba sólo con 17 años y no había tenido ningún contacto con el mundo del cine cuando Robert Bresson la eligió entre unas cuantas candidatas para protagonizar Au hasard Balthazar. "Yo fui la primera extrañada ante tal elección pero él siempre justificó su gesto diciendo que yo tenía mirada, es decir que sabía fijar los ojos en algo o alguien para transmitir un mensaje", recuerda esta polifacética mujer nacida en Berlín en 1947



Pelirroja, con un cuerpo extremadamente frágil que la impregna de un aire juvenil que acentúan sus pantalones ceñidos y su cazadora en tejido impermeable, esta actriz, directora de cine, guionista y escritora reconoce que el paso del tiempo es extremadamente cruel con las mujeres. "Es cierto que trabajé en muchas películas y que, en cierto modo, fui la musa de algunos directores de la Nouvelle Vague, pero a los 35 años muchos empezaron a considerarme vieja y dejé de interesar a los productores. Ellos siempre buscan carne fresca como reclamo para sus películas. Es injusto, pero así es. Salvo honrosas excepciones, como Meryl Streep, por ejemplo. Siempre la he admirado por su autenticidad y la infinidad de registros que ha demostrado ser capaz de adoptar. Pero cuanto más la veo actuar más consciente soy de que jamás he tenido su talla. Nadie, excepto ella, es capaz de ofrecer la misma credibilidad e idéntico caudal interpretativo en películas tan dispares como Mamma Mia o La mujer del teniente francés."



Se crió en un ambiente burgués e intelectual presidido por el carisma de su abuelo materno que se convirtió además en su tutor cuando el padre de Anne falleció prematuramente. "Mi padre era de la opinión que los hijos ha de criarlos la madre en sus primeros años. Él no estuvo muy cerca de nosotros emocionalmente, y murió muy joven, de manera que ni mi hermano ni yo pudimos disfrutar de su relación, no tuvimos tiempo. Nuestro abuelo estaba muy presente en nuestras vidas, mi madre le profesaba un gran cariño y respeto, y nos lo transmitió. Para él, que era conservador y católico, fue un choque que yo quisiera protagonizar una película de Bresson a los 17 años. Yo era menor de edad y me adentraba en un mundo desconocido y muy alejado de mi educación burguesa, pero mi abuelo era un hombre muy inteligente y generoso y me animó a meterme en esa aventura. Decía que iba a ser una experiencia enriquecedora para mí".



Quizás fuera eso, el hecho de haberse quedado sin padre al empezar la adolescencia, lo que motivó que Anne sintiera una irresistible atracción por Jean Luc Godard, un hombre casi veinte años mayor que ella y al que quiso conocer a toda costa. En 1966 Anne vio Masculino Femenino y quedó deslumbrada por el universo moral de su director, que no era otro que Godard. Con la audacia y la inocencia de sus diecinueve años le escribió una carta a la revista Cahiers du Cinéma. "Así empezó nuestra historia de amor. Nos enamoramos tanto que conseguimos tener la misma edad. No había nada que nos distanciara, sentíamos la misma pasión el uno por el otro y teníamos idénticos intereses y gustos artísticos. Estuvimos casados hasta 1979 y protagonicé varias de sus películas. Era un hombre arrollador, tierno, sensual, apasionado, celoso y tremendamente posesivo. No dejaba indiferente a nadie".



En las páginas de esta novela aparece desgranada la ebullición de un París que en esos años era un hervidero de creatividad, libertad y movimientos políticos e intelectuales. "Fue una época apasionante, la pena es que uno no es consciente de ello mientras lo está viviendo. Es ahora, al mirar hacia atrás, cuando me doy cuenta de que he sido testigo privilegiado de un momento histórico". Wiazemsky se convirtió, tras su más de una década de matrimonio con Godard, en la musa de los directores de la Nouvelle Vague. Vino primero La Chinoise que, bajo la dirección de su marido, fue el preludio del espíritu contestatario y revolucionario que iba a inundar las calles de París en 1968. Llegaron después Week end y Tout va bien (ambas de Godard), Teorema (Passolini), Le Retour d'Afrique (Alain Tanner), Rendez Vous (André Téchiné) y muchas otras más. Y, de este modo, Wiazemsky pasó de convertirse en espectadora a vivir en primer plano el ambiente intelectual de una ciudad efervescente por la que desfilan personajes como François Truffaut, Bernardo Bertolucci, Maurice Béjart o Jeanne Moreau. Y mientras rodaba una película tras otra, alternaba sus papeles en el cine con la escritura de novelas y guiones para televisión. "Yo misma me sorprendo de lo que he escrito y de los premios que he ganado por mis libros. Nunca me he sentido escritora, siempre creo que estoy empezando. Llegué a esto por no tener trabajo en el cine y ahora resulta que es mi profesión. La vida tiene estas paradojas".



Lo cierto es que esta autora a su pesar sabe recrear admirablemente bien esa época metiendo la mano en el baúl de sus recuerdos y haciendo una ingeniosa radiografía de situaciones y personajes. "Bresson fue mi primer director y, como tal, dejó en mí una huella imborrable. Pasolini era un hombre atormentado y de personalidad muy compleja. Detestaba las grandes superproducciones en las que nunca acababa de sentirse cómodo. En el rodaje de Teorema se mostraba esquivo y distante mientras que en Pocilga, dónde rodamos con un equipo pequeño, me dejó ver su lado más tierno y entrañable".