Rafael Chirbes. Foto: Vicent Bosch
Aquí no se exalta el vigor de una tierra fértil y unos personajes capaces de vivir grandes pasiones. Lo que la mirada de Chirbes contempla es la degradación: para empezar, el ámbito exterior es un antiguo golfo marítimo convertido en marjal donde han ido sedimentando "cadáveres de millones de plantas y animales", a como cicatrices, las huellas de la intervención humana: "canalizaciones que no prosperaron y mediante las que se intentaba drenar todo el pantano y convertirlo en tierra cultivable, muros que pretendían actuar como contenedores y hoy son ruina, oxidadas tuberías abandonadas entre la maleza, restos de antiguas balsas caídas en desuso o que nunca se utilizaron, vertidos, escombreras, dunas rotas por la constancia de azadas o por la premura de máquinas que se han llevado toneladas de arena como material de construcción" (p. 423).
Paisajes envilecidos, lugares deshechos, rostros llenos de arrugas, personajes, como el abuelo, que parecen momificados, casas en ruinas... La pupila de Chirbes va dejando constancia en cada página de un mundo progresivamente degradado, en que los ocasionales saltos al pasado sirven únicamente para acentuar la dolorosa sensación de una pérdida continua, porque la degradación "ha sido signo de los tiempos" (p. 307).
El tiempo destructor, el "tempus edax rerum" ovidiano se alía con circunstancias históricas, como la inmigración, la construcción desaforada y la posterior crisis económica, que obliga a cerrar negocios y convierte a personajes antes prósperos y boyantes en seres derrotados, amenazados con embargos y desahucios. En la orilla es, pues, la historia de una decadencia, plasmada en cosas y personas y centrada especialmente en los miembros de algunas familias locales, que han ido poco a poco disgregándose o empobreciéndose, a medida que las nuevas formas de vida arrumbaban los antiguos valores: el relato de Esteban, uno de los narradores principales, reconstruye la historia de sus ilusiones abandonadas, de su resignación a morir sin herederos, de la relación con su padre, del trabajo para sacar adelante el taller de carpintería. Francisco, hijo de un antiguo falangista, tiene también una historia de ascenso brillante y declive estrepitoso. Y hay otros personajes, como Álvaro, el brutal Wilson y Liliana, a los que el autor da también voz para que descubran sus vidas.
No se piense, sin embargo, que estas historias están contadas por separado y rectilíneamente. Chirbes sabe, como unos pocos autores más, que después de Faulkner el intento de narrar a la antigua usanza es un anacronismo. Las historias se van desarrollando mediante monólogos variadísimos que a veces se cruzan inesperadamente y obligan a una lectura detenida. Poco a poco, los datos van ampliándose, la mirada se abre en círculos amplios mediante las conocidas y espléndidas enumeraciones tan características del estilo de Chirbes, que lentamente van añadiendo matices a cada historia, enriqueciéndola, inscribiéndola en sus circunstancias sociales. Lo trivial y hasta lo vulgar adquiere bulto gracias a una prosa envolvente, precisa, preparada para no dejar ningún detalle en el aire, ningún dato por anotar. De este modo, En la orilla trasciende el localismo a que el marco geográfico parecía condenar la novela y la convierte en algo intemporal y universal. Al lector de buen paladar Chirbes le ofrece en estas páginas un auténtico festín.