El matrimonio de los peces rojos
Guadalupe Nettel
26 julio, 2013 02:00Guadalupe Nettel. Foto: JMLOSTAU
Cinco cuentos, el primero de los cuales da título al volumen, componen esta obra de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973). No parece mucho, pero es suficiente para acreditar una maestría poco frecuente en el dominio de la narración breve, con historias que, en algunos casos, se extienden a lo largo de varios años, hábilmente comprimidos en unas pocas páginas. El modo de contar es, pues, característico del autor dotado para el relato breve, y también el manejo de recursos limitados y hasta familiares que poco a poco adquieren el relieve especial de aquellos hechos que no sabemos si atribuir a coincidencias fortuitas o a misteriosos designios de una naturaleza cuyos mecanismos recónditos seguimos ignorando. Es ejemplar, en este sentido, el relato acerca de la pareja que decide tener dos peces de la misma especie, macho y hembra, en una pecera. Los inquietantes paralelismos que se intuyen entre el comportamiento y el destino de los animales y el desarrollo del matrimonio encerrado en la «pecera» particular de la vivienda común, constituyen un alarde constructivo que se encuentra a la altura de la originalidad con que se ha enfocado una historia muchas veces repetida y que, sin embargo, aquí parece enteramente nueva. Éste es, sin duda, un rasgo de la literatura de verdad, independientemente de la extensión concedida a la superficie textual en que se aloje. Este relato y los otros dos que tienen como narradora a una treintañera en la que, sin duda, se filtran elementos personales, son verdaderamente sobresalientes: «Felina» acaba siendo un delicado estudio de la maternidad deseada, lleno de sutiles hallazgos, en torno a una gata de compañía que poco a poco desplaza el papel central de la narradora -al lograr lo que ésta en un principio intentaba rechazar- y, en cierto modo, usurpa su lugar en la historia. «Hongos» narra, en apariencia, un previsible enamoramiento clandestino que surge entre dos músicos que coinciden en varios festivales, lo que, enunciado así, podría también decirse de centenares de historias escritas, reiteradas y consabidas. Lo que le proporciona su originalidad es el deseo que aflora en ambos personajes de compartir un padecimiento común que una a los amantes y compense sus largas separaciones. Y es loable la convicción -por decirlo así- con que estas sorprendentes circunstancias se imponen al lector en la página como hechos naturales y esperables. Las extrañas correspondencias establecidas entre animales -incluso minúsculos, como insectos, o microorganismos del tipo de ciertas bacterias infecciosas- y seres humanos, que son el nexo que presta cohesión a estas historias, donde «animal» es un sinónimo implícito de ‘humano', están presentes también en los otros cuentos: «Guerra en los basureros» y «La serpiente de Beijin». Aunque inferiores a los otros relatos -sobre todo por la presencia excesiva de datos no esenciales-, son también muestras de una autora que, a juzgar por estas páginas, parece tener en el cuento su hábitat natural. Habrá que acechar sus próximas salidas.