De poesía autobiográfica se puede, o debe, calificar este nuevo libro de Joan Margarit (Sanaüja, Lérida, 1938), que comenzó su escritura poética en castellano en 1963, continuada en catalán desde 1981, aunque, puesto que él mismo ha traducido casi toda su obra, se trata más bien de un poeta que utiliza tanto una lengua como otra con la misma destreza. Son ya más de una veintena de libros los publicados en una trayectoria que ha cosechado premios, como el Nacional de Poesía en 2008 por Casa de misericordia.
Poesía autobiográfica, por cuanto el material de muchos de estos poemas se nutren de la memoria, de manera que estos dibujan pequeñas estampas de lo vivido, salvadas así antes de que llegue el momento de la ausencia definitiva, en Misteriosamente feliz (2009) se leía: “con el mañana, también muere el pasado”, escribirlo lo libera de esa muerte, el olvido, al que se denomina en palabras de la madre como “segunda muerte”. Escribir es, pues, dejar constancia antes de que se produzca lo que ahora se nombra como la pérdida de la señal. Y hay que advertir que, pese a que se sabe la proximidad del final, no hay tristeza alguna en esta voz, ni añoranza por lo ya ido, sino que se dice que estos años “aun sin esperanzas, / son ya los más felices de tu vida”. Así, tiempo de plenitud y no de decaimiento.
Además, aun cuando lo recordado sea doloroso -la muerte de Joana, la hija a la que ya dedicó todo un libro-, el tiempo vivido “tan difícil y triste”, según se lee, se pregunta “¿cómo es que lo recuerdo tan feliz?”. “Es el refugio del cálculo y la calma” se da como respuesta en una suerte de posición estoica, de aceptación de lo sucedido, del perdón y, con todo ello, de un amor por todo, lejos ya el tiempo de las ambiciones, de la envidia o del odio. El ahora es el tiempo del amor a la vida.
El material rememorado se extiende desde el propio nacimiento y la niñez en la feroz postguerra, a las figuras familiares, los diversos lugares habitados, alguna aparición del trabajo como arquitecto del poeta, alguna escena contemplada, etc., pero que no dan lugar a que los poemas se deslicen hacia la narratividad, sino que las anécdotas son más bien la ocasión para una reflexión que en último término tiene una dimensión moral, desde luego en absoluto moralista. El registro de la escritura de Margarit es sencillo, directo. “Poema del último refugio” lo expresa al referirse al paraíso “más austero, / este donde al poema no le queda / apenas rastro de literatura”. Son textos siempre con buen sentido del ritmo, pero sin ceder a las tentaciones que pudieran oscurecer la verdad de la confesión, pues de confesarse -a sí mismo y al lector- se trata.
Confesión, pues, acto verbal que exige la verdad y que se resuelve en poemas con un poderoso efecto de verdad y que sirven siempre a la emoción; escribir es resucitar las emociones, levantar acta de ellas, testimonio al fin de que se ha estado y se está vivo. Y es que emoción, o vida, parece ser la materia y la razón de la poesía para Margarit.
No olvides
Nunca he visto una clínica
más oscura que aquella casa antigua
con un jardín de desolados verdes
grisáceos al crepúsculo. Las horas
las pasamos, tu madre junto a ti
y yo en una salita con el médico,
como si otra vez fuese la estancia
de una casa y nosotros las visitas.
Toda la noche hablando de medicina y cálculo,
vigilando a una luna lentísima y difícil
que, mientras te iba haciendo cada vez más pálida,
con crueldad te decía: deja de jugar.
Hoy distanciada, a veces sin saber
quién, de verdad, llora por ti, no olvides.